4 noviembre,2022 5:01 am

Marcel Proust: el monstruo bicéfalo de la condena y la salvación

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Adán Ramírez Serret

 

El título de este artículo lo tomo de un pequeño texto que Samuel Beckett escribió sobre Marcel Proust (París, 1871-1922). Dice mucho sobre la potencia del autor de En busca del tiempo perdido, pues Beckett fue el alumno predilecto del contemporáneo más brillante de Proust, quien también cambió la historia de la literatura: James Joyce.

En este 2022 se cumplen 100 años de la publicación del Ulises de Joyce y de la muerte de Marcel Proust. Quien es, sin la menor duda, el autor más importante que he leído. El que más ha influenciado en mi vida y en mis lecturas.

Las sentencias tan categóricas como esta, siempre son conflictivas. Pues ven el bosque y no los árboles. Nada más peligroso en una obra tan vasta y obsesiva como la de Proust que juicios generales; una novela de 13 volúmenes y que no concluyó –por obsesivo– (lo hizo su hermano a partir de sus manuscritos); porque Proust estaba gravemente enfermo, sí; y la escribió prácticamente con un pie en la tumba.

Pero también porque fue una obra que redactó durante toda su existencia porque la escritura de esta novela no era otra cosa que su vida misma: su condena y su salvación.

Existen muchos mitos infundados sobre Proust, el más importante que vivió una vida frívola de sociedad y que al final, ya enfermo se arrepintió y que entonces se puso a escribir. Nada más lejos de la realidad.

Proust siempre quiso ser escritor. Sin embargo, tardó en encontrar su voz. Quizá lo mismo que cualquier autor. La diferencia es que la escritura de El tiempo perdido debía ser perfecta, con palabras precisas, personajes multidimensionales y capaz de tocar la naturaleza; a la vez que exigía la sobre escritura: la manera obsesiva de decir “exactamente” lo que desea expresar.

He dicho ya varias veces la palabra obsesivo. Sucede que Proust se fundamenta en el tiempo, en la forma más profunda de vivirlo. La toma del filósofo francés Henri Bergson. Habla de la memoria involuntaria.

Una forma de entenderla es ponerla en contraposición de la memoria voluntaria, es decir, del esfuerzo que hacemos normalmente por recordar racionalmente, de pensar en algo con voluntad. ¿Qué sucedió? ¿Qué hice? ¿Qué sentí y qué pienso de esto?

Por el contrario, Proust piensa en la memoria involuntaria, ¿cuál es esta? Una que viene de un primer momento cuando nuestros sentidos nos traen de golpe un recuerdo; cuando a partir de un olor, de una melodía, de un color, de una textura o de un sabor; recordamos algo que habíamos olvidado por completo: este es el momento proustiano.

Pero va más allá, sí, está la sensación, pero debemos de ir en su búsqueda, la investigación sobre ésta.

Proust, en su novela, el narrador, de repente, al tomar una madalena y sumergirla en el té, dice, “dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal”. Agrega adelante, “Y de pronto el recuerdo surge…Cuan  do nada subsiste ya de un pasado antiguo, cuando han muerto los seres y se han derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más persistentes y más fieles que nunca, el olor y el sabor perduran mucho más, y recuerdan, y aguardan, y esperan, sobre las ruinas de todo, y soportan sin doblegarse en su impalpable gotita el edificio enorme del recuerdo”.

Esto es crucial y redimensiona la escritura y la lectura hasta hacerlas el núcleo esencial de la vida: sólo se vive “en verdad” a partir de estos actos. Es el monstruo bicéfalo, la condena de nunca poder vivir plenamente, el tiempo siempre se escapa. Y la salvación, que leer y escribir, dan sentido a la vida.

Marcel Proust, En busca del tiempo perdido, Madrid, Alianza Editorial, 2016. 551 páginas.