2 junio,2023 2:55 pm

Me encanta provocar con mi obra, dice el artista chiapaneco Fabián Cháirez

 

Ciudad de México, 2 de mayo de 2023. Un arte que no detona debates ni reflexión, opina Fabián Cháirez, es meramente decorativo.

“Para mí, hay arte que funciona para poner temas sobre la mesa y cuestionarlos, y avivar así el debate y hacernos pensar. Y hay otro que nada más nos da el placer de estar sentados en una sala y verlo”, remarca en entrevista el artista nacido en Chiapas en 1987.

“A mí me encanta motivar o provocar con mi obra la discusión, el repensar, el cuestionarnos. Eso para mí es muy importante, porque nos vuelve sociedades críticas, personas que estamos buscando respuestas”, continúa. “Y esos cuestionamientos son los que una y otra vez tienen que estar presentes en sociedades sanas, que reclamen derechos, que reclamen posibilidades”.

Si ya en 2019 Cháirez encendió los ánimos y atrajo multitudes con la exhibición de un Emiliano Zapata queer en el Museo del Palacio Bellas Artes, su más reciente trabajo promete ahora agitar las conciencias y controvertir los convencionalismos del otro lado del Atlántico.

Las plumas ardiendo al vuelo se titula la exposición individual que el artista exhibirá en el Museo La Neomudéjar, en Madrid, del 28 de junio al 10 de septiembre, y que albergará, por un lado, aquello muy característico de su quehacer pictórico: personajes disidentes de piel morena, luchadores, charros y otras corporalidades, que ponen en tela de juicio la noción de masculinidad. Y, junto a esto, un conjunto de estampas en las que recrea en clave erótica parte del ideario religioso de Occidente. Una serie cuyo germen está en obras como La venida del Señor, de 2019, que muestra a un par de clérigos lamiendo la cera de un sirio.

“Un hilo conductor en la mayoría de mis obras es que me apropio de los imaginarios del poder, o sea, todos aquellos símbolos, imágenes y conceptos que han sido gestados desde un sector o desde un ente que mantiene el poder sobre otro”, detalla Cháirez.

“Entonces, me gusta apropiármelos justo para incluir otras realidades: personas no blancas, realidades trans, hablar de erotismo y de todo ello que pareciera que corrompe el poder, que lo ensucia”.

Así, en sus luminosos cuadros realizados con la técnica alla prima -“a la primera”, en italiano- y con tan claras referencias del arte sacro que casi podrían lucir en los muros de algún templo, el artista interpela desde el lienzo con un Papa negro, monjas que juguetean con una estatuilla de la Virgen y Cardenales dominados o lamiendo los pies de lo que se sugiere como un Cristo.

Al apropiarse de tales elementos de una fe cuyos valores, comparte Cháirez, intentaron inculcarle de niño -“pero no entraron bien”, bromea-, se permite revertir los roles de poder. Como en el caso de La anunciación, donde se aprecia a una mujer sometiendo al ángel enviado por Dios.

“Me gusta mucho jugar con eso, y es un poco reflejo también de lo que está sucediendo ahora con los movimientos feministas, el de las disidencias, de la comunidad LGBTTIQ. Como que estamos tomando el poder”, estima el creador.

Cuestionado sobre las potenciales reacciones negativas y sensibilidades heridas por estas piezas, Cháirez apela a la necesidad e importancia de poner este tipo de temas sobre la mesa. Algo que dice haber aprendido a raíz de la polémica suscitada por La Revolución, el ya icónico cuadro de Zapata desnudo, entaconado y montando un caballo blanco con una erección; obra que provocó una trifulca en Bellas Artes entre activistas LGBT+ y uniones campesinas que querían desmontar la obra de la exposición.

“Con lo que pasó, veo una ola de nuevas generaciones interesadas en estos temas sobre el género, sobre la nacionalidad. La verdad me hace sentir muy contento ser parte de ello”, celebra, sin olvidar que tal pasaje derivó en amenazas y toda una cacería de brujas en su contra. Algo quizá demasiado común en un País como éste.

“Aquellas personas que tratamos de dar luz a ciertos temas y ponerlos en el debate público, siempre vamos a estar un poco o muy vulnerados. (…) Yo la libré al haber podido hablar de estos temas en público y que no me pasara nada.

“Pero la verdad es que es algo que a mí me place hacer, me gusta hacer reflexiones”, insiste. “Y son cosas de las que no me puedo quedar callado. Porque si te quedas callado, estás obedeciendo, y si obedeces, pues te van a someter. Y ya sabemos que con esas posturas se han generado cosas horribles”.

Tal ímpetu, desafortunadamente, parece no hallar en México sino el desinterés de las instituciones, escudadas muchas veces en la falta de presupuesto.

“He intentado tocar puertas aquí en México y no me las abren tan fácil, porque también me tienen ahí como, no sé, el niño terrible. (Quizás es) miedo a que les incendien el changarro”, ironiza Cháirez, quien por el otro lado ve su obra despuntar en el extranjero, sin que por ello pierda el deseo de compartirla con sus connacionales.

“Siempre me agrada que mi obra esté cerca de la gente con la que comparto historia, con la que comparto la realidad. Eso es algo muy importante para mí, porque surge desde aquí y quiero que también aquí se lea, se aprecie, por un público que puede conectar con muchas de las cosas que propongo”, subraya.

“Pero de repente hay muchas complicaciones: presupuestos, doble moral, política y todo. Son cosas con las que te metes al ruedo y tienes que saber lidiar”.

Antes y después de Zapata

“Ya me tiene harto”, dice Cháirez, entre risas, a una década de haber pintado La Revolución.

“Pero digo, es parte de mi historia, y va a estar ahí siempre”, compone, evidenciando la compleja relación con la que probablemente sea su creación más sonada y reconocida en sus 11 años dedicado a la pintura. “¿Cuántos artistas no darían lo que fuera por que los reconozcan por una obra?”.

Tras haber provocado el rechazo de la familia del Caudillo del Sur al considerarla ofensiva, y que incluso organizaciones campesinas irrumpieran en Bellas Artes para pedir su retiro, protagonizando en el lobby un episodio de golpes y agresiones hacia activistas de la comunidad LGBT+ que, por su parte, exigían su permanencia, el cuadro fue adquirido por la colección Censored, del empresario Tatxo Benet.

Al final, esa obra que dejó al descubierto el machismo y la homofobia aún presentes en México, y que hoy es parte del mismo acervo que resguarda piezas igualmente polémicas de artistas como Pablo Picasso, Robert Mapplethorpe, Antoni Tàpies, Larissa Sansour, León Ferrari y Ai Weiwei, marcó un antes y un después en la trayectoria de Cháirez.

“A mí me parece bastante grato que a veces mi obra la veo replicada en bazares de la Lagunilla o en pósters en la Marcha (del Orgullo LGBT+), o en tiendas. Me agrada que una obra mía haya logrado alcanzar eso, y que sea parte del imaginario nacional contemporáneo, por lo menos. Es algo que estoy agradecido que haya sucedido.

“Pero yo sigo trabajando, y trato de no estancarme en ello”, enfatiza. “Más bien es aceptar lo que pasó, y seguir con mi búsqueda”.

Texto: Israel Sánchez / Agencia Reforma