29 mayo,2020 4:49 am

Michael Ondaatje: entre Charles Dickens y John le Carré

Adán Ramírez Serret

 

Quizá el elemento que más comparten los recuerdos y las novelas sea el color; las atmósferas que se impregnan en las historias y los personajes de manera tan profunda que se confunden y es imposible separar a los eventos y las personas de los colores y las sensaciones que invadían el ambiente.

Es precisamente lo que sucede en la más reciente novela de Michael Ondaatje (Sri Lanka, 1943), un escritor que saltó a la fama hace un par de décadas con El paciente inglés, novela que después fue llevada al cine y ganó una buena cantidad de premios.

Sin embargo, Ondaatje, no pertenece a la familia de los autores famosos que una vez que llegan a la cima se mantienen allí escribiendo un best seller tras otro.

Se trata más bien de un autor muy discreto, poeta y editor que va lanzando cada obra como si se tratara más bien de lograr piezas perfectas, delicadas y brutalmente sofisticadas. Artefactos para observarse y luego zambullirse en ellos.

Así, su más reciente novela, Luz de guerra es una obra única en donde se mezclan diferentes tradiciones que pueden ir de Charles Dickens a John le Carré.

Recuerda a Dickens y tiene una influencia cercana, pues el comienzo de la historia presenta a un hombre recordando los primeros años de su vida en donde desde el punto de vista de un adulto intenta entender a esos personajes estrafalarios que lo rodearon durante su infancia en Londres, durante la Segunda Guerra Mundial

En una de las líneas, observa el narrador: “Dicen que cuando uno intenta escribir unas memorias debe estar en un estado de orfandad”. Ahí también dialoga con el autor de Grandes esperanzas en el sentido que desde la orfandad y lleno de melancolía, vuelve a sus días de la infancia para revivir esos días extraños.

Abandonados su hermana y él por sus padres, cada uno de ellos comienza a tomar diferentes direcciones. Su hermana trabajando y sumergiéndose en pequeños romances por su lado; y el narrador lanzado a una vida de aventuras en el Támesis en donde entre los canales conoce los bajos mundos con todos sus personajes apostando y descubriendo el lado marginal del mundo.

Pero la novela no sólo se queda aquí sino que va introduciendo rasgos detectivescos, por ejemplo, que su mamá no los abandonó para irse a vivir a Sri Lanka, como ellos pensaban, sino que está en otro lado. Esto lo descubre el narrador mientras baila en un bar de jazz de Londres, y de repente le parece ver a su mamá observándolo.

Es justo donde entra la parte de John le Carré, pues según se avanza en la lectura vemos que su misteriosa madre es mucho más importante, hábil y genial de lo que imaginábamos.

Michael Ondaatje en esta novela recuerda también a estilistas literarios mayores como Vladimir Nabokob y John Banville, quienes cuando escriben, recuerdan la técnica de un pintor virtuoso en cuanto a la luz como Rembrandt o Georges de la Tour. Da la impresión que mientras narran están trazando no sólo las líneas del dibujo de los personajes y la trama; sino también van llenando los lienzos de colores, oscuridad y sombras, entre las cuales podemos vislumbrar las diferentes dimensiones de los personajes.

Luz de guerra –término que por cierto inventa el autor–, es un viaje a otro mundo, a uno que se queda marcado dentro de nosotros y al que sólo podemos volver en sueños. Son a tal grado fascinantes las atmósferas, que un crítico inglés al terminarla, escribió: “Me ha absorbido más que cualquier otra novela que pueda recordar; cuando levanté la mirada, me sorprendió ver que seguíamos en el siglo XXI”.

(Michael Ondaatje, Luz de guerra, Barcelona, Alfaguara, 2019. 274 páginas).