26 septiembre,2022 5:01 am

Militarización y securitización en el espíritu de los tiempos

Pensándolo mejor

Gibrán Ramírez Reyes

 

La militarización en México fue consecuencia del discurso de securitización impulsado por las elites empresariales, su periódico y la derecha partidista. Tuvo su contribución, que no debe ser olvidada, López Obrador y su entonces secretario de Seguridad Pública, Marcelo Ebrard Casaubón. En 2004 se realizó la marcha “por el rescate de México”, promovida por el Consejo Coordinador Empresarial y organizaciones dedicadas al combate del secuestro. López Obrador desestimó la marcha, que encontraba en él uno de sus principales señalados. Con razón, AMLO la señaló como una marcha de pirrurris. Era un reclamo de clase en un momento relativamente pacífico para el país que requería estrategias de seguridad pública puntuales.

El primer gran despliegue mediático después de eso fue el Acuerdo México Seguro que Vicente Fox anunció en el año 2005. En contra de lo que decían los números y la vocería de la Presidencia de la República, la oposición, la embajada de Estados Unidos en la voz de Tony Garza y las organizaciones de la sociedad civil cercanas a la cúpula empresarial impulsaron la impresión de una crisis de seguridad. “No permitiremos que México se convierta en Colombia”, le dijo la cúpula empresarial al gobierno federal panista y pidió, más que reformas legales, aplicar toda la fuerza del Estado. Esperaban, fantasiosamente, que los operativos “barrieran las bandas del narcotráfico” y a cambio obtuvieron solamente, según dijeron, “desfiles” y “retenes”. Las balas y el exterminio todavía no les eran concedidas en la cantidad que esperaban. Y, a partir de entonces, la cuenta de muertos ya no abandonó nunca las páginas de los diarios.

En las campañas de 2006, influidas por esas presiones que además servían a la oposición para descalificar a Fox, el tono militarista aparecía por los dos flancos. La coincidencia venía de antes y no necesariamente fue idea del dirigente desaforado en 2005. López Obrador, después de que Marcelo Ebrard se lo propusiera, apadrinó desde 2002 al que sería, a la postre, el principal y más exitoso promotor del discurso más derechista sobre seguridad en el mundo: Rudolph Giuliani. Fue en la Ciudad de México donde, como ex alcalde de New York, Giuliani se estrenó como consultor. Fue aquí donde, promovido por Marcelo Ebrard, Carlos Slim y un grupo de empresarios encabezado por Moisés Saba, firmó un contrato por 4.5 millones de dólares para hacer una evaluación y una propuesta de política contra la criminalidad. Giuliani fue famoso porque, en su gestión como alcalde de Nueva York, se dio una rápida reducción de la criminalidad.

La propuesta no tuvo un éxito concreto. Solamente derivó en recomendaciones como reprimir la economía informal, el ambulantaje y la prostitución, que fueron apoyadas por medios de comunicación con cuyos prejuicios las propuestas coincidían. Quizá la Ley de Cultura Cívica es el principal rastro que quedó de las ideas que lo animan. Sintomáticamente, el discurso de Giuliani, de su jefe de policía (quien se hizo consultor antes de él), el de la ley de cultura cívica y el actual de López Obrador, enaltecen el buen comportamiento. Lo que vale no son los acuerdos que disminuyan los conflictos, lo importarse es portarse bien. Pueden portarse bien los delincuentes en las jornadas electorales y pueden portarse bien los habitantes de los guetos. Para William Bratton –el ya mencionado policía, “la causa del delito es el mal comportamiento de los individuos, no es la consecuencia de condiciones sociales”.