11 mayo,2018 6:27 am

Morir en Tierra Caliente

Jorge Camacho Peñaloza 
 
Un hermano puede no ser un amigo, pero un amigo será siempre un hermano. Benjamín Franklin.
 
Hay una región en Guerrero que en algún momento fue próspera, rica y abundante en producción agrícola y ganadera; que llegó a ser la máxima productora de ajonjolí del país, una de las principales productoras de melón, y rica en la cría de ganado vacuno. Las familias de esta tierra vivían de su trabajo en el campo, sembraban maíz para autoconsumo y sorgo para alimentar al ganado, y vendían ajonjolí para subsistir económicamente; por supuesto tenían vacas, y algunos hasta buenos toros de registro. Esa región es la otrora boyante Tierra Caliente, tan así que su dinamismo económico, político, cultural y social, la hacía diferente del resto de las regiones del estado, lo que hacía que en ella aflorara la idea de separarse del estado.
Yo nací, hace casi 50 años en esa región, soy orgullosamente calentano, vi la primera luz en Santa Teresa, municipio de Coyuca de Catalán, así está asentado el registro de Paso de Arena, que se encuentra a cinco kilómetros del lugar en donde nací, crecí y aprendí a amar la tierra. Un rincón de la Tierra Caliente famoso por su feria y mujeres bonitas.
En la época de oro de la Tierra Caliente los calentanos tenían dos caminos: seguir la tradición agrícola y ganadera, o buscar suerte en el norte, en Estados Unidos. La búsqueda de una mejoría económica no sólo era ir tras una vida mejor a la que ahí se tenía, siempre se pensaba en la consolidación de las familias, y en no descuidar la mejor producción de las parcelas. En Tierra Caliente se vivía en buenas condiciones, con carencias, es cierto, pero siempre con miras a aprovechar las oportunidades de crecimiento y mejora económica que ofrecía, y por eso, el resto de los habitantes de Guerrero respetaban el potencial económico y familiar de los valles de esa región.
En esos valles bañados por las aguas del río Balsas, en los que conviven nueve municipios, se han contado por muchos años historias que valieron motes de valentía o de arrojo a sus habitantes. Se escuchaba y propagaban frases como “los calentanos no son dejados”, “los calentanos son de palabra, con ellos ni te metas”. Sin llegar a ser una tierra violenta, se respetaba la valentía de los que ahí habitaban, que se ganaron a pulso.
Pasó el tiempo, y no puedo decir cuándo, ni explicar cómo, esa tierra hermosa y productiva, que recorrí en su totalidad en varias ocasiones, se convirtió en algo que duele muy profundo describir. Se fueron acabando las historias de esfuerzo y las grandes producciones agrícolas. Ahora menos personas tienen sustentada su economía familiar en la producción ganadera, y el oro que un día circuló en los mercados de Ciudad Altamirano y Coyuca, no existe más.
Hoy en Tierra Caliente, antes alegre y productiva, hace frío. La población vive apagada y en silencio. Las familias que con orgullo vivían en sus tierras y de sus tierras, se han ido, ya no están ahí. Muchos paisanos llevamos con pena, historias de amigos y familiares muertos o desaparecidos. Compartimos con tristeza las razones por las que mejor nos fuimos, en un viaje de no retorno. Hablamos de las razones de nuestra tristeza y frustración, y coincidimos en la dolorosa conclusión de que hoy por hoy, en nuestras tierras queridas, más allá del gobierno formal, el control real está en manos del crimen organizado.
Estos grupos delincuenciales someten a alcaldes, imponen funcionarios en los ayuntamientos principalmente en las áreas de seguridad, obras públicas y tesorería; acuerdan protección con candidatos, extorsionan, secuestran, asaltan y fuerzan al desplazamiento a poblaciones enteras en la sierra. Le han quitado su patrimonio y acabado con vidas de campesinos, maestros, sacerdotes, empresarios, periodistas, trabajadores de empresas, alcaldes, transportistas e integrantes de familias.
Entre las historias de familiares o amistades muertos esta semana inició una nueva, la de mi amigo, mi hermano, Abel Montúfar. Él advirtió que había recibido amenazas. Había pedido licencia como alcalde de Coyuca de Catalán, para buscar la diputación local. Uno más que quería hacer algo por su tierra, y terminó sus días como víctima del crimen. Es muy lamentable que hoy se sume a una cifra sin precedente de candidatos o precandidatos muertos.
Abel no es uno menos, es uno más que nos hará falta, porque sin Abel, no estamos todos. No señalo culpas ni critico a ningún nivel de gobierno porque esta es una colaboración inspirada por la amistad que me unió a mi amigo Abel independientemente de las historias que también de él se cuentan, pero con la que describo la tristeza social qué hay y de lo que provoca morir en la Tierra Caliente.
Urgen explicaciones, nuevas interpretaciones políticas que construyan nuevas estrategias e investigaciones profundas que esclarezcan lo que está pasando en Tierra Caliente y en todo el país. Mi tierra merece volver a ser la tierra fértil, alegre y buena que nos vio crecer. Guerrero merece justicia, paz y Estado de derecho. Ya basta de violencia, unamos voluntades, trabajo, estrategia y respeto.
Vuela vuela palomita y ve y dile: A mi carnal, que su partida física no hará que muera porque vivirá a la calentana, en la memoria de su familia y amigos, a carta cabal.