13 abril,2023 5:24 am

Mujeres de todos los tiempos

Anituy Rebolledo Ayerdi

(Primera parte)

 

Leonora Carrington

La pintora inglesa nacionalizada mexicana Leonora Carrington escoge la ciudad de París para desarrollarse y es ahí donde conoce al germano Max Ernst, con quien penetra en el alucinante mundo del surrealismo. Se reúne con los líderes de ese movimiento en el café Les Deux Magots: Miró, Bretón, Dalí, Aragón, Duchamps y Picasso. Será este último quien le presente a un mexicano que será determinante en su futuro. Se llama Renato Leduc, periodista que en México hará de su oficio un auténtico magisterio.

Estalla la guerra y con ella el arresto de Max, el compañero de Leonora, quien ha sido declarado enemigo del régimen nazi. La dama sufre un colapso nervioso que obliga a su padre a recluirla en un hospital siquiátrico de la ciudad de Lisboa. De ahí escapa al poco tiempo y busca al mexicano que le había presentado Picasso, Renato Leduc. Este se desempeña entonces como agregado de la embajada de México en el país lusitano.

Sintiéndose justamente amenazada por los verdugos de su compañero de vida, Leonora pide a Renato ayuda para escapar de Europa. Ella misma propone el matrimonio de ambos como única salida y el mexicano acepta de inmediato, no obstante su juramento de no casarse nunca. Convertidos en marido y mujer y amparados por los protocolos de la diplomacia, pintora y periodista se embarcan con destino a Nueva York. Allá se las verán negras hasta ser rescatados por amigos del que será insuperable cronista de toros.

Un año más tarde, ya en México, Leonora se enamora del fotógrafo anarquista Emerick Weisz. Ambos concurren a las reuniones en el departamento de Remedios Varo, otra gran surrealista. Será la propia Leonora la que confiese a Renato su amor por Weisz. El periodista la alentará a formalizar esa relación y unos días más tarde le entregará la sentencia del divorcio, obtenida en la plaza de Santo Domingo. La pintora mantendrá a Leduc en un nicho: “ Uno de los hombres más generosos y limpios que cualquier persona haya conocido”. La pintora, escultora, grabadora, escritora y escenógrafa recibirá en 2005 el Premio Nacional de Ciencias y Artes. Muere a los 94 años

Acapulco, un diez

Renato Leduc participa aquí en un ciclo de conferencias organizado por el Club de Columnistas de Acapulco, presidido por este escribano. Luego, frente a la bahía y a un tarro de cerveza, el periodista sentenciará:

–Siendo tan vieja mi fama de pinche ateo, ante este espectáculo, debo reconocer que cuando Dios hizo a Acapulco se sacó un diez.

Al fin solos

“Una vez declarados marido y mujer por el rito católico, la pareja formada por Jacqueline Bouvier y John F. Kennedy bailan el vals en una de las fiestas más espectaculares del año”, escribe el New York Times. Se despiden de sus mil doscientos invitados y corren al aeropuerto para volar con destino a Acapulco, donde disfrutarán su luna de miel en Puerto Marqués, en la residencia del ex presidente Miguel Alemán Valdez.

Ella guardará de aquella semana en Acapulco los más bellos recuerdos, aunque “John y yo nunca pudimos pronunciar la frase tradicional de ‘al fin solos’. Estuvimos rodeados permanentemente por un centenar de personas entre servidumbre, agentes secretos, policías e incluso de soldados de esos que salen en las películas de Pancho Villa”.

Más tarde, en 1962, cuando la pareja ya habite en la Casa Blanca, visitará México y para entonces las atenciones para ellos corresponderán al presidente Adolfo López Mateos y su esposa guerrerense, Eva Sámano. Atenciones que agradecerán con una elegante cena en el hotel María Isabel, de la Ciudad de México. Allí, el presidente Kennedy escandalizará a la diplomacia ortodoxa pidiendo a Jackie el ofrecimiento.

Puerto maravilloso

Ella hablará de su cariño por México y por todo lo mexicano. Hará una remembranza de sus visitas a Acapulco, “puerto maravilloso, encantador, como su gente. La primera la hice con mi hermana Lee, casada más tarde con el príncipe polaco Radziwill y la segunda con John, para disfrutar de nuestra janimun. Por cierto, para escoger el lugar de nuestra luna de miel, John y yo nos plantamos frente a un globo terráqueo y parecerá increíble, pero ambos apuntamos los dedos hacia el mismo sitio: ¡Acapulco!”.

Leymah Roberta Gbowee

Liberiana perteneciente a la etnia kpelle, Leymah Roberta Gbowee, metodista, es conocida en el mundo por su activismo pacifista como La guerrera de la paz. Ganadora del Premio Nobel de la Paz en 2011, junto con su compatriota Sirleaf y la yemení Tawakel Karmnan. Cuando pequeña fue conocida en su comunidad como La Colorada, por su tez clara.

La voz y las acciones de la señora Gbowee contra la violencia y la muerte desgarrando a su país, cobró notoriedad internacional al organizar una singular “huelga de sexo” (de “piernas cruzadas”, la llamarán en México activistas y pacifistas). Movimiento secundado por millares de mujeres para forzar a los hombres a deponer las armas.

También usó la oración como arma contra la guerra. Llamará a las mujeres a rezar por la paz sin distingos de posición social e incluso de religión. Personal-mente sirvió como asistente social procurando atención especial para miles de niños soldados. Convencida de que “la única manera de cambiar las cosas para esos niños en armas era avanzar por el buen camino”.

Madre de seis hijos, la señora Gbowee sostiene que “nada debería llevar a la gente a hacer lo que se hizo con los niños de Liberia: drogarlos, armarlos y convertirlos en máquinas de matar”.

El Paseo de la Reforma

El Paseo de la Reforma de la Ciudad de México llevó inicialmente el nombre de Calzada del Emperador. Comunicaba el Castillo de Chapultepec con el Palacio Nacional y constituía la ruta diaria del emperador Maximiliano de Habsburgo. La idea de tal paseo –¿Les Champs Elysees?– había sido de la Emperatriz Carlota.

Carlota Amalia de Bélgica –la recuerda Blasio, el secretario privado de Maximiliano– vestía comúnmente trajes oscuros, cerrados por el cuello. Por adorno llevaba únicamente encaje blanco ligero y muy fino alrededor del cuello y de los puños. Hablaba el español sin ningún acento, aunque en forma muy pausada. Sus cabellos negros y muy abundantes le caían hasta debajo de la cintura, peinados con gran sencillez por sus dos camaristas.

La cocina del palacio imperial mantenía una actividad intensa desde el amanecer hasta las ocho de la noche, hora en que el Emperador se recogía a sus habitaciones. Los príncipes dormían en habitaciones separadas y sólo el comedor los reunía diariamente, nunca solos. Los acompañaban una veintena de cortesanos entre damas de honor, ayudantes de campo e invitados especiales. El servicio normal se hacía en vajillas de Sevres y cristalería de Bohemia.

No faltarán lenguas de doble filo que nieguen a Carlota motivaciones urbano-estéticas en su concepción de la avenida del Emperador (Reforma), sino de otro tipo. La perspectiva ofrecía desde el Castillo de Chapultepec una vista distante y soberbia. El convoy del Emperador, a su regreso del Palacio Nacional, donde despachaba los asuntos del Estado, podía avistarse fácilmente a partir de las calles de Bucareli. Momento en que las ayudas de cámara entraban en acción anunciando con grandes voces el avistamiento del Emperador. En realidad, le “echaban aguas” a la patrona, dándole tiempo suficiente para despedir a su amante belga y ponerse bella para el austriaco. ¡Ah, la maledicencia!

El supuesto amante de Carlota Amalia era el barón y coronel Alfred Van Der Smissen, jefe de su guardia personal. Este había jurado ante el rey Leopoldo I de Bélgica, no apartarse jamás de su hija y protegerla incluso a costa de su vida. El monarca le entregará por ello el mando de un batallón de su ejército y con él viajará a México para convertirse en guardianes celestiales de la emperatriz. Los impetuosos 28 años de Alfred le darán la irreflexión necesaria para sucumbir (¿y quién no?) ante los seductores encantos de La Doñita, como le decían muchas mujeres mexicanas. (¡De la que te perdiste, Pati Chapoy!).

Purgado

La temeraria versión cobrará fuerza cuando la Corte nopalera divulgue que Carlota rechaza la intimidad con Max a partir de que, en Miramar, a su regreso de un viaje a Brasil, le confiesa haber cogido una purgación de esas llamadas entonces “cortapito”. Lo que, por cierto, no será impedimento para que el rubio austriaco mantenga relaciones con mexicanas –para él “las mujeres más hermosas del mundo”–, hablándose incluso de niños café con leche con el mentón huidizo, marca genética de los Habsburgo.

Los pecaminosos amoríos entre Carlota y Van Deer Smissen habrían tenido su fruto que nacerá en Europa, hacia donde ella viaja con 17 semanas de embarazo. Va también en pos de auxilio para Max y su imperio. El niño concebido en México habría sido el más tarde general Maxime Weygand, jefe de estado mayor del Mariscal Foch, durante la Primera Guerra Mundial, luego organizador del ejército polaco.

Perturbada de sus facultades mentales, Carlota sobrevivió sesenta años al drama del Cerro de las Campanas. Murió en 1927, el año de la carretera México-Acapulco.

Ningún historiador intentó nunca obtener de ella, aprovechando sus momentos de lucidez, confesiones sobre su hijo.

Acoso sexual

La reportera pregunta: “¿Cree, señora, que es difícil para la mujer destacar en un mundo de hombres?”.

Griselda Alvarez Ponce de León, gobernadora de Colima (1979-1985), responde:

“Creo que nada le ha sido fácil a la mujer. Debe prepararse y lo debe hacer de manera muy seria, muy fuerte, para ofrecer no una oportunidad erótica al que le va a dar el empleo, sino una verdadera constancia curricular de lo que se tiene adentro del cerebro. Que no la vean como la muchacha agradable y bien vestida, sino que vean algo más: su capacidad para otorgarle el empleo. El empleador, aunque sea muy educado y con una bonita familia, nunca perderá su tendencia hacia el acoso sexual. Qué bueno que la mujer ha tomado en serio su preparación”.