25 octubre,2022 4:57 am

¿Netflix, un Hollywood de menor calidad para los escritores?

Federico Vite

 

El escritor estadunidense Harlan Coben es considerado por muchos articulistas y productores televisivos como el maestro del suspenso doméstico. Ha publicado 33 libros y ha vendido aproximadamente 75 millones de ejemplares en 43 idiomas. El año pasado logró un acuerdo con Netflix para adaptar 14 de sus novelas. Es decir, algunas de las tantas historias que ha escrito se convertirán en series o películas. Desde 2010 produce una novela por año, traza así un surco en el Continente Literario, aunque gran parte de lo que escribe se consideran productos de mercado, es decir, libros cuya estructura es muy sencilla. Se manufacturan casi casi de manera industrial. Si no fuera suficiente con escribir (parece que nunca lo es), Coben se ha convertido en productor de televisión igualmente prolífico. En 2018 firmó con Netflix un contrato sin precedentes: en cinco años, el autor adaptará 14 libros para series y/o películas que serán transmitidas en los vastos territorios globales de la plataforma referida. Se han producido thrillers de Coben en Polonia (The Woods), España (The Innocents), Francia (Gone For Good) y Reino Unido (The Stranger). También está cocinando un par de proyectos con Apple y Amazon. Es como si el mundo de Coben se proyectara en todas partes y a un volumen considerable, casi ruidoso.

Si antes se hablaba de Hollywood como un sitio adecuado para los escritores, no sólo porque los productores pagaban muy bien por los guiones cinematográficos de novelistas consagrados, sino porque daba mucha publicidad a los autores de La Fábrica de Sueños. Y la publicidad, hoy como antes, es una llave maestra que abre las puertas adecuadas del mercado literario.

Al respecto de Hollywood, en una de las entrevistas que el escritor le concedió al articulista Thomas Hobbs para British GQ, Coben afirma: “Un muy buen editor de libros me enseñó que Hollywood le dio una paliza a Raymond Chandler y F. Scott Fitzgerald, y Faulkner. También te aplastará como un insecto si te involucras”. Él ve con mejores ojos a Netflix. “El streaming realmente funciona para mis novelas. De hecho, puedo expandirlo y reescribirlo todo el tiempo que quiera. Creo que lo más importante para mí es que no me dedico servilmente a mi texto. No es la Biblia. Yo siempre estoy dispuesto a hacer cambios”, agrega y sentencia algo que evidentemente pasa por la cabeza de un escritor que se ha hecho rico, famoso y, por qué no decirlo, se ha alejado de quienes no capitalizan sus historias porque intentan hacer “literatura” en un mundo que ya no aprecia esa expresión estética. “Sabes, mucha gente dice: ‘Él es sólo el chico de la novela policíaca suburbana’, pero hay cosas que hago que realmente podrían considerarse novelas. Sin subgéneros ni tramas con muchos giros”, refiere y con ello intenta cerrar esa brecha que se abre de maneras insospechadas para un escritor exitoso, pero poco valorado por los colegas y la crítica especializada.

Entonces, ¿exactamente de qué hablamos cuando hablamos de Coben? Bueno, él lo explica así al reportero Christopher High en la revista electrónica Shots, Crime & Thriller Ezine: “No veo el crimen como un género sino más como una forma. Cualquier texto puede y está cubierto por la ficción criminal: romance, terror, abuso de sustancias en adolescentes, personas sin hogar, amistad, soledad, las presiones diarias de llevar a sus hijos a las escuelas adecuadas, todo. Lo que realmente me encanta de escribir novelas policiacas es que su forma te obliga a contar una historia. Por eso es tan popular y creo que actualmente estamos viviendo en una era dorada de la ficción criminal. Otra razón es que desafío a cualquiera a nombrar a alguno de los autores verdaderamente grandes que, de alguna manera, no hayan tocado el tema del crimen. Dickens, Shakespeare y Wilde son sólo tres ejemplos. El suspenso es lo que amo y poder hacer que mis lectores se queden despiertos toda la noche pasando páginas es lo que me motiva”.

Pero algo que da el cariz de su trabajo es justamente esta afirmación: “Creo que las novelas que escribo parecen hechas con una fórmula porque siempre estoy tratando de tener suspenso, pasar páginas, ver cenas, convivios, fiestas, persecuciones, lo que sea. No escribo cosas que son lentas. No escribo cosas que toman tiempo en ser construidas y eso, creo, se convierte en la marca, por así decirlo”.

Después de estas palabras, no puedo pensar en Coben más que con el símil de la comida rápida. Lo percibo como un cocinero de fast food; es decir, sus libros producen una satisfacción similar a la de comer calorías vacías o comida chatarra. Va completamente en contra de una propuesta de comida lenta (slow food). Este asunto gastronómico (y nutricional) pone sobre la mesa el núcleo del artículo; de hecho, me ayuda a disparar otras inquietudes, ¿conviene fingir que hay literatura en escaletas disfrazadas de novela policiaca o noir? ¿Cómo trabajan los diálogos los traductores de Coben? Son voces de múltiples registros culturales, pero de fraseo acartonado e incluso de expresión oral limitada. Hablan casi igual una ama de casa, un fiscal, un mesero y un detective. Eso no cuaja.

El suspenso no puede ser toda la apuesta de un proyecto literario. En especial si recordamos que no hay otro recurso para crear suspenso que cortar el relato y retomarlo posteriormente; la manera de realizar esa “suspensión de la historia” habla mucho de un estilo, del matiz e inteligencia del autor. En el caso de Coben es abrupto y romo. A mí me parece que toda su estética es como inventar el agua tibia y, para mi sorpresa, la vende muy, muy bien. ¡Caudales de agua tibia para todos! Ese tipo de historias no hacen daño a nadie, pero quitan tiempo para apreciar otras proposiciones mucho más elaboradas, complejas y propositivas. Pero vamos, no es tan grave. Yo he disfrutado algunas novelas de él, Hold tight (2008), Caught (2010) y Stay close (2012); también un par de series, The stranger y The woods, pero lo evito porque hay una repetición a ultranza en los dispositivos narrativos que utiliza. Coben profesa una especie de escritura automática que muestra claramente los derroteros de la historia, como si el narrador estuviera más cerca de un burócrata que de un creador. Lo que no deja de sorprenderme es que los libros de Coben sean oro molido para algunas plataformas de transmisión.

En México, las bioseries de José José y Luis Miguel, aparte de Somos (basado en el reportaje de Ginger Thompson acerca de la masacre en Allende, Coahuila) y Belascoarán (trilogía del detective creado por Paco Ignacio Taibo II) contaron con la asistencia de varios narradores, dramaturgos y guionistas nacionales. El potencial de ese elenco se sometió a las órdenes de los productores. El resultado no ha sido malo; tampoco, óptimo. ¿Por qué? Porque lo atractivo de la literatura y el cine se valora poco; se requiere mucho mayor esfuerzo, como una buena slow food, para no edulcorar las historias. Netflix es a la literatura y las artes visuales lo que McDonald’s a la comida rápida.