10 noviembre,2023 4:23 am

Pablo Berthely Araiza y los ruidosos silencios

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Adán Ramírez Serret

Harold Bloom en su famoso y polémico Canon occidental, cuando se refiere a las cuestiones estéticas más potentes, que conciernen si leer un libro o no, habla de la extrañeza. Aparece para él –y por supuesto que concuerdo en este caso– Franz Kafka como el artífice más potente de este asombro. Bloom fue un polemista por excelencia, pero aquí en cuanto se refiere a la originalidad y los valores estéticos por los cuales leer o no una obra; me parece que, en efecto, la extrañeza es una de las razones más legítimas.
La crítica plantea ideas que se quedan rondando la mente, y esta de Bloom no es la excepción: por qué hay que leer o no, se transforma en una constante cuando se lee un poema, un ensayo o un relato.
Sin embargo, pensando en estos conceptos de Bloom, yo agregaría un rasgo además de la extrañeza que me parece definitivo: la sorpresa. Que se abra un libro y que tome caminos completamente inesperados es una de las razones más potentes. Al menos en cuanto a mi experiencia lectora.
Fue precisamente lo que me sucedió con la novela El silencio que nos une de Pablo Berthely Araiza (Veracruz, 1990). Se trata de una obra que un principio se plantea con cierta frivolidad, unos jóvenes de barrios ricos y millonarios del sur de la Ciudad de México descubren la vida. El libro está plagado de un humor, al inicio, que puede pecar de pretencioso. El primer beso, el primer cigarro, la primera reflexión intelectual… ironizado desde una inteligencia narrativa frívola.
Se trata de un género un tanto manido, y mientras se leen estas primeras páginas, es posible que el autor no tenga nada más preparado que una dosis de humor y erudición bastante predecibles.
Pero es siempre con el paso de las páginas cuando se construyen las buenas novelas. Puede haber un buen inicio, un gran ritmo, buena poética y originalidad; pero si en una novela no hay una mezcla precisa –siempre cambiante, sin receta, pero certera– que haga del libro un conjunto en donde se disfrute la escritura y la trama, la novela siempre se cae.
Es aquí donde viene la sorpresa que yo agregaría a la extrañeza de Harold Bloom. El silencio que nos une cuenta en esencia una historia de amor que arrastra el descubrimiento de la paternidad, la orfandad y de la vida. El personaje principal, según se avanza en la novela, es Carlitos. Y la ironía que parecía superficial en las primeras páginas, no es más que parte de una brillante estrategia.
Barthley va construyendo con un narrador un poco demasiado inteligente un entorno: un año axial de un país, una familia acomodada, padres políticos y corruptos y dos adolescentes enamorados.
En esta historia la ironía divertida sobre una familia de condición social elitista –no solamente son ricos, también extranjeros–, se va abriendo paso cada vez a descubrimientos que, son poco a poco más profundos. Las enfermedades de los padres y sus vidas profesionales pertenecen a un mundo tan podrido, que, sin que nadie se de cuenta, comienza a formar parte de la historia de amor de los adolescentes.
La metáfora me parece deslumbrante, ¿qué país puede haber cuando la historia de amor de dos jóvenes es violentada por la política? La respuesta, violenta y contundente, es México.
Berthely logra esa magia única de la ficción, aquella que encantaba a Roberto Bolaño que describe Latinoamérica, “Todo lo que comienza como comedia indefectiblemente acaba como misterio”.
El silencio que nos une es la comedia que nos explica el misterio de la tragedia de México. Los ruidosos secretos que todos conocemos y que nos unen.
Pablo Berthely Araiza, El silencio que nos une, Ciudad de México, Tusquets, 2023. 243 páginas.