25 abril,2023 4:53 am

Para encontrar los pilares de una novela 

Federico Vite

 

Gao Xingjian, escritor chino que en el año 2000 obtuvo el premio Nobel de Literatura, tuvo una acogida discreta en el mercado editorial, pero tan discreta, que 22 años después está literalmente olvidado. Su novela más conocida es La montaña del alma (Traducción del francés a cargo de Liao Yanping y José Ramón Monreal. España. Ediciones de Bronce, 2001, 651 páginas) y posee una estructura que nos recuerda más al collage que al canon característico de este tipo de relatos voluminosos, fundados en las pasiones, los pensamiento, los anhelos, las virtudes y los defectos de los personajes. De hecho, en este libro no hay personajes definidos sino pronombres que encarnan a los actantes. Pero vayamos por partes, Xingjian inicia este proyecto con una cláusula del azar: dos hombres preparan su té y empiezan a conversar. Uno de ellos trae a colación a Lingshan durante una charla espontánea. Hablan de una montaña entorno a la cual hay un montón de paisajes memorables. Lingshan (título en francés de este volumen) imanta todo el relato, es un punto geográfico en torno al cual hay montones de historias memorables que el autor irá desgranando con herramientas poco usuales en este tipo de novelas voluminosas: habla de un yo, un tú, un él y una ella sin darles nombre. Es decir, el autor usa una voz narrativa en segunda persona (otra en primera del singular y dos en tercera) para densificar el cuerpo del relato: “Te has subido a un autobús de línea. Y, desde la mañana, el viejo bus reconvertido para la ciudad ha traqueteado durante doce horas seguidas por las carreteras de montaña, mal conservadas, llenas de resaltes y de baches, antes de llegar a este pueblecito del sur. […] Ni tú sabes a ciencia cierta por qué has venido aquí”. Y en ese “aquí” es donde Xingjian hace que florezca el misterio de la montaña durante la conversación entre dos personas sin nombre. “[…] pero la casualidad ha querido que en un momento en que las dos tapaderas entrechocaban, has tenido, al mismo tiempo que él, la intención de desplazarlas y que en ese preciso instante, los dos enmudecieron. Pero, apenas habéis desviado la mirada, se han puesto de nuevo a hacer ruido. Habéis alargado el dedo al mismo tiempo y se han detenido. Sin cruzar palabra os habéis echado a reír los dos”. El siguiente capítulo está narrado por una voz en primera persona del singular. “A mitad de camino entre las altas mesetas tibetanas y la cuenca de Sichuan , en el país de la quinta etnia, qiang, en la parte media de los montes Qionglai, he presenciado la adoración del fuego y una supervivencia de la civilización original de la humanidad. Los antepasados de cada etnia han venerado el fuego que les trajo los comienzos de la civilización. Es un dios”. Seguramente usted se preguntará, ¿cómo le hace el autor para que los pronombres no se conviertan en monólogos sin ton ni son, para que adquieran carne? Bueno, Xingjian abreva de la historia de China, de la tradición oral y, sobre todo, de la conversación entre los habitantes de la zona, quienes enriquecen mucho el proyecto y lo hacen justamente sumando voces, historias sobre la Historia de China, conflictos y violencia. Pero el verdadero elemento que hace grande este redescubrimiento de la historia de China es la labor estrictamente escritural de Xingjian, quien recurre a las herramientas de la metaficción para agrandar la propuesta narrativa y, de paso, explica La montaña del alma. Para ilustrar mis palabras traigo a colación fragmentos del breve capítulo 72.

“–¡Esto no es una novela!

–¿Entonces qué es? —pregunta él.

–Una novela debe constar de una historia completa.

Él dice que cuenta también historias, pero que algunas de ellas las cuenta hasta el final, otras no.

–Si no respeta ningún orden, es imposible que el autor sepa cómo desarrollar la intriga.

–Pues bien, dígame usted cómo desarrollarla, por favor.

–En primer lugar, se requiere una introducción, luego un desarrollo y, por último, el momento culminante y un desenlace. Son los conocimientos básicos para escribir una novela.

Él pregunta si existe alguna forma de escribir al margen de las formas básicas. Por lo que se refiere a las historias, se cuentan algunas empezando por el principio, otras por el final, algunas tienen un principio pero no un final, algunas sólo un final o una parte imposible de contar hasta su final , y si bien algunas podrían contarse, ello no siempre es necesario, porque no hay nada interesante que contar; sin embargo, todas son historias.

–Sea cual sea la manera como cuente usted sus historias, es menester que tengan un personaje principal, ¿no? Una novela debe contar, en cualquier caso, con varios personajes principales, mientras que en la suya, ¿qué pasa?

–¿Acaso ‘yo’, ‘tú’, ‘ella’ y ‘él’ no son en mi libro personajes? —preguntó él.

–¡Pero si no son más que pronombres personales! Utilizar diferentes enfoques descriptivos no es óbice para no trazar el retrato de los propios personajes. Aunque considere usted estos pronombres personales como personajes, su libro no tiene una figura definida. Y tampoco cabe hablar de descripciones.

Finalmente, el crítico muestra una expresión de desprecio y masculla entre dientes:

–Otro moderno más que trata inútilmente de imitar a Occidente.

Él dice que es más bien una novela oriental.

–¡En Oriente aún es más raro encontrar su extraños procedimientos: reunir relatos de viaje, recoger fragmentos de historias y observaciones a base de unas pocas pinceladas, hacer comentarios, sin ninguna base teórica: no se inventan así las fábulas que no lo parecen en absoluto, no se transcriben unas pocas canciones o romances populares con, por modo, que nada tiene que ver con mitos, para reunirlo todo y llamar a eso finalmente una novela.

[…] Él se apresura a replicar que tales etiquetas es él quien las pone (el crítico). Si él escribe novelas es para no padecer de soledad, para su  exclusivo placer. Nunca se le ocurrió pensar que entraría a formar parte de los círculos literarios, pero ahora quiere escapar de ellos. No esperaba ganarse la vida escribiendo este tipo de libros; para él la novela es un lujo ajeno a toda búsqueda de un medio de subsistencia.

–¡Un nihilista!

Él dice que, en realidad, no cree en ningún “ismo”, que si sucumbe a nada no es por nihilismo, y que por otra parte una cosa es la nada y otra muy distinta del vacío, es exactamente como él “tú” en su libro, que es el reflejo de la figura del “yo”, y ese “él” que constituye el telón de fondo sobre cual evoluciona ese “tú”, sombra de una sombra, por más que carezca de una verdadera apariencia y no sea más que una promesa personal.

El crítico se sacude las mangas y se va.

Él se queda perplejo, sin comprender si en una novela lo más importante es encontrar una historia. O si es la manera de contarla. O si no, si es la actitud del autor respecto a la narración O bien, si lo importante no radica en esta necesidad, ¿radica en el lenguaje? […]”. La enumeración sigue durante tres páginas más, pero la sustancia, sin duda, es la pregunta sobre el lenguaje. Es decir, una novela puede ser, como muchos años atrás lo demostró James Joyce con Finnegans Wake, publicada por allá de 1939, una entelequia verbal. Porque sobre Finnegans Wake nadie tiene certeza. Algunos críticos detectan temas centrales y personajes importantes, pero el panorama no es muy claro. Sabemos que los Earwicker, padre, esposa e hijos son importantes. Pero lo más atractivo de ese volumen es que no hay una narración lineal. Atomiza un mundo. Pero no es una novela ortodoxa. Obviamente no hay punto de comparación entre el libro de Joyce y el de Xingjian, pero los hermana una intención: rasgar la malla de eso que entendemos por novela. A su manera, Xingjian nos recuerda que la labor experimental es un disfrute que sólo puede ser recompensado con la lectura gozosa de unos cuantos. Y el libro no es malo, aunque sí exigente. Ha envejecido muy rápido. A 22 años de su publicación, parece que los lectores lo han abandonado. O tal vez sea una de esas piezas de arqueología verbal que nos indican senderos narrativos inusitados. Leerlo ayuda a entender que el mundo es muy amplio, de verdad, muy amplio como para mirar únicamente la suela de nuestros zapatos sucios por vivir en quinto patio, como bien cantaba Javier Solís hace algunos años.