14 marzo,2023 4:54 am

Para no convertirse en una máquina repetidora

Federico Vite

 

Gracias al ensayo del escritor británico George Orwell, La política y la lengua inglesa * (publicado en varias revistas entre 1945 y 1946), entendemos que algunas cuestiones del lenguaje pasan por el tamiz de la política y la economía. Traigo a cuento este texto para darle un poco de luz a las extraordinarias escenas de la vida política actual. No sólo me refiero al hecho de llamarle inteligencia al espionaje sino a otras ideas que adquieren proporciones extraordinarias, como democracia, por ejemplo, militarización y conservadurismo. Cito: “Nuestra civilización está en decadencia y nuestro idioma, según el argumento, inevitablemente debe compartir el colapso general. De ello se deduce que cualquier lucha contra el abuso del lenguaje es un arcaísmo sentimental, como preferir las velas a la luz eléctrica o los carruajes a los aviones. Debajo de esto se encuentra la creencia semiconsciente de que el lenguaje es un crecimiento natural y no un instrumento que moldeamos para nuestros propios fines”. Usted dirá, bueno, el español es otra cosa, pero me parece que no. Orwell analiza su idioma desde un contexto específico, pero si aplicamos la prueba del ácido al castellano tenemos la misma camisa de fuerza que criticó el autor de Rebelión en la granja. Esto cobra sentido cuando se piensa en la perorata de los políticos de todos los niveles (municipal, estatal y federal) que hablan, por ejemplo, de corrupción, conservadurismo y traición a la patria de una manera muy carnavalesca, atropelladamente.

Las palabras de Orwell, nacidas bajo la tensión bélica de la segunda mitad del siglo XX, definen muchos aspectos actuales. “En ciertos tipos de escritura, particularmente en la crítica de arte y la crítica literaria, es normal encontrar largos pasajes que carecen casi por completo de significado. Palabras como romántico, plástico, valores, humano, muerto, sentimental, natural, vitalidad, tal como se usan en la crítica de arte, carecen estrictamente de sentido, no sólo no apuntan a ningún objeto reconocible sino que apenas se espera que lo haga el lector. Cuando un crítico escribe ‘La característica sobresaliente del trabajo del Sr. X es su calidad de vida’, mientras que otro escribe ‘Lo que llama la atención de inmediato sobre el trabajo del Sr. X es su peculiar falta de vida’, el lector acepta esto como una simple diferencia de opinión. Si estuvieran involucradas palabras como blanco y negro, en lugar de las palabras de muerto y vivo, vería de inmediato que el lenguaje se estaba usando de manera inapropiada. De manera similar, se abusa de muchas palabras políticas. La palabra fascismo ahora no tiene significado, excepto en la medida que significa ‘algo no deseable’. Las palabras democracia, socialismo, libertad, patriótica, realista, justicia, tienen cada una de ellas varios significados diferentes que no pueden conciliarse entre sí. En el caso de una palabra como democracia, no sólo no hay una definición consensuada, sino que el intento de hacerla es resistido por todos lados. Casi universalmente se siente que cuando llamamos democrático a un país lo estamos alabando; en consecuencia, los defensores de todo tipo de régimen afirman que es una democracia, y temen que tal vez tengan que dejar de usar esa palabra”. Ahora, pregúntese usted, ¿por qué hay un interés desmedido por uniformar el lenguaje, por darle un significado sesgado al pueblo, la limpieza del poder judicial o la austeridad gubernamental, por ejemplo? En nuestro tiempo, asevera Orwell, la escritura política es mala escritura. Cuando la escritura no es política, precisa, generalmente se encontrará que el escritor es una especie de rebelde,  expresa sus opiniones, no una “línea partidaria”. No se refiere sólo a los escritores o reporteros sino a todos aquellos que opinan al respecto. Es decir, habla de todos los opinadores profesionales. “En nuestro tiempo, el discurso y la escritura política son en gran medida la defensa de lo indefendible. Cosas como la continuación del gobierno británico en la India, las purgas y deportaciones rusas, el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Japón, pueden defenderse, pero sólo con argumentos que son demasiado brutales para que la mayoría de la gente los enfrente, y que no cuadran con los objetivos de los partidos políticos. Por tanto, el lenguaje político tiene que consistir en gran medida en eufemismos, peticiones de principio y pura vaguedad nublada. Los pueblos indefensos son bombardeados desde el aire, los habitantes expulsados al campo, el ganado ametrallado, las chozas incendiadas: esto se llama pacificación. Millones de campesinos son despojados de sus tierras y enviados penosamente por los caminos con lo que llevan puesto: esto se llama traslado de población o rectificación de fronteras. Las personas son encarceladas durante años sin juicio, o disparadas en la nuca o enviadas a morir de escorbuto en campamentos madereros del Ártico: esto se llama eliminación de elementos no confiables. Tal fraseología es necesaria si uno quiere nombrar cosas sin evocar imágenes mentales. Considere, por ejemplo, un cómodo profesor de inglés que defiende el totalitarismo ruso. No puede decir abiertamente: ‘Creo en matar a tus oponentes cuando puedes obtener buenos resultados al hacerlo’.”, esto refiere Orwell y lo menciono porque es preocupante que se modulen desde el lenguaje imágenes mentales de los conceptos que he enumerado: democracia, pueblo, justicia, austeridad, etcétera. Tal pareciera que los opinadores y los políticos tratan de jugarnos una mala pasada.

Otro aspecto es la retórica blandengue de quienes defienden y denigran desde el púlpito político. “Cuando uno observa a algún tipo cansado en la plataforma repitiendo mecánicamente las frases familiares: atrocidades bestiales, talón de hierro, tiranía manchada de sangre, pueblos libres del mundo, hombro con hombro, a menudo tiene la curiosa sensación de que no está viendo a un ser humano sino una especie de muñeco: un sentimiento que de repente se hace más fuerte en los momentos en que la luz incide sobre las gafas del hablante que parece no tener ojos. Y esto no es del todo fantasioso. Un orador que usa ese tipo de fraseología ha recorrido un largo camino para convertirse en una máquina. Los ruidos apropiados están saliendo de su laringe, pero su cerebro no está involucrado como lo estaría si estuviera eligiendo palabras por sí mismo. Si el discurso que está pronunciando es uno que está acostumbrado a pronunciar una y otra vez, puede ser casi inconsciente de lo que está diciendo, como lo está uno cuando pronuncia frases en la iglesia. Y este reducido estado de conciencia, si no indispensable, es al menos favorable al conformismo político”.

Las palabras corrupción, conservadores y enemigos del pueblo se repiten cientos de veces al día. Algún efecto deben buscar en nosotros, ¿no cree? Orwell propone que la contraargumentación de las metáforas muertas empieza cuando alguien, escritor, opinador u oficiante de la expresión oral o escrita, articula lo que piensa con las palabras exactas. No pareciera tan complicado, ¿verdad?, pero si usted lee o atiende opiniones afines al poder (no importa quién esté en el poder) sabrá que esos opinadores tuvieron un largo recorrido que finalmente los ha convertido en repetidores. Algunos de esos desplantes (repeticiones en la opinocracia) son actos risibles y hasta cierto punto ingresan al rigor expresivo de la pantomima. Por ejemplo, decretar el fin de la corrupción ondeando un pañuelo blanco cuando es evidente que eso es una broma de mal gusto, algo largamente repetido pero irreal. Y un asunto más grave aún, darle poder al ejército y afirmar que ya no espía, ni persigue ni abate civiles sino que todo lo que hace se trata de inteligencia militar. ¿Cómo llamamos a eso? Ya lo dijo Orwell y debe repetirse: ambigüedad y cinismo. La vaguedad es nuestro problema. Se debe, sin duda alguna, volver a lo básico. Al pan llamarle pan y al vino nombrarlo como vino.

 

* Puede verificar el ensayo completo Politics and the english language en la siguiente dirección electrónica https://www.orwellfoundation.com/the-orwell-foundation/orwell/essays-and-other-works/politics-and-the-english-language/.

La traducción de los fragmentos utilizados en el artículo es mía.