2 noviembre,2020 5:37 am

Para prevenir la siguiente pandemia

Jesús Mendoza Zaragoza

 

Para la emergencia sanitaria está muy bien. Usamos cubrebocas, nos lavamos las manos con frecuencia, nos encerramos en nuestras casas, guardamos la sana distancia, preferimos los espacios abiertos, estamos al pendiente de los síntomas y demás. Estas son las medidas para este tiempo de emergencia. Pero, una vez que pase, ¿qué medidas tenemos que tomar? ¿Nos atreveremos a vivir como si nada grave hubiese pasado? ¿Volveremos a nuestras rutinas cotidianas? ¿Permitiremos que el mundo continúe en la misma ruta? La básica inteligencia nos dice que hay que aprender las lecciones que la pandemia nos está dejando. Y eso implica reconocer las causas que la originaron y las razones por las que se ha alargado de manera tan impredecible. E implica, también, una mirada estratégica para que las próximas pandemias sean afrontadas de manera eficaz para reducir los daños.

Algo muy significativo durante esta emergencia sanitaria ha sido el liderazgo de los gobiernos, como una responsabilidad de los Estados que, en la práctica ha tenido aciertos y desaciertos, encabezando la compleja emergencia en cada país. Es más, este asunto se ha convertido en un tema político de primer orden, al grado de que se ha convertido en bastante lucrativo para gobiernos, oposiciones y partidos políticos. Este tema ha llevado a medir la confianza que los pueblos tienen en sus propios gobernantes y a un examen de las políticas públicas relacionadas con la salud y con otros temas afines.

Pero pareciera que se carece de una mirada hacia adelante en orden a prevenir las nuevas pandemias que estén por venir. ¿Qué hay que hacer, desde ahora, para reducir al máximo los estragos generados como los que ahora estamos padeciendo? ¿Qué hacer para poner las condiciones necesarias para detener las crisis de emergencia lo más pronto posible? Hay que pensar más allá del quedarse en casa, del lavado frecuente de manos, de la sana distancia y del uso del cubrebocas. Esas acciones son decisivas para el tiempo de la emergencia sanitaria solamente. Cuando tengamos la vacuna y los medicamentos necesarios para curar a los enfermos del Covid-19, ¿estará ya todo resuelto? Desde luego que no. Seguiremos vulnerables a otros virus venideros.

En los análisis y las reflexiones que se han ido acumulando sobre el tema, han emergido una serie de desafíos y de tareas pendientes que, desde ahora, debieran ser atendidos en orden a tocar las causas estructurales que han dado pie al alargamiento y agravamiento de la crisis sanitaria. Si algo bueno nos ha mostrado el Covid-19, está en que ha desnudado esas causas que nosotros no podemos disimular. Por lo contrario, tenemos que empezar a poner manos a la obra, desde ya. Algunos de esos factores son de carácter global y requieren una respuesta global, mientras que otros corresponden más a situaciones nacionales.

Quiero señalar, para comenzar, el tema de la salud que ha concentrado la atención del mundo desde el inicio de la pandemia. En México tenemos un sistema de salud frágil, acosado por la corrupción y la desigualdad, a la vez que ineficiente y de complicado acceso. No ha tenido la capacidad suficiente para afrontar la pandemia con los menores riesgos y con los mejores resultados. ¿Acaso no debiera ser una prioridad nacional el acceso gratuito a la salud de toda la población? Creo que debiera preceder a otros proyectos que el actual gobierno está promoviendo. Sería necesaria una reestructuración institucional para que el sistema de salud esté en las mejores condiciones, dando prioridad a la prevención y a la educación, e integrando los saberes tradicionales al sistema. La salud mental ha sido menospreciada y hoy, más que nunca, la vemos indispensable.

Si bien el tema de la alimentación va íntimamente unido al de la salud, merece un trato aparte por las circunstancias que la hacen un tema primordial. El sistema alimentario está atrapado por los pulpos globales de los alimentos, quienes los someten a procesos de degradación nutricional y a los mecanismos excluyentes de la economía. Es necesario tomar medidas orientadas a regular estrictamente la industria alimentaria en orden a que ésta se convierta en un factor de salud y no siga generando daños que se originan en los procesos de industrialización y comercialización y, a la vez, hay que educar a la población en los buenos hábitos alimenticios orientados a mejorar la salud integral.

Otro factor visible está en la escasa confianza de la población en los liderazgos políticos, que data de décadas atrás. Estos liderazgos han perdido el sentido de la autoridad moral. Tienen el poder, pero no tienen la autoridad suficiente para que la población confíe en sus decisiones y en las medidas que se tengan que aplicar para una emergencia como la que estamos viviendo. Las mismas autoridades han tenido que lidiar con la indiferencia y con la oposición de sectores de la población que no acatan los protocolos de prevención sanitaria, lo cual ha provocado brotes y rebrotes por todas partes. Y es que el sistema político no da para más. No es confiable. Una tarea está en las transformaciones políticas que sean necesarias para que los pueblos se sientan representados y asuman las decisiones que las autoridades determinen. Un ejemplo de esto lo hemos visto en comunidades indígenas y en poblaciones rurales que se han organizado con sus autoridades locales y comunitarias para protegerse y cuidarse. La confianza es decisiva.

La contradicción entre la economía y la salud se ha manifestado a lo largo de la pandemia. ¿Cuál es la prioridad? La evolución de los semáforos epidemiológicos se ha dado, en muchas ocasiones, más a partir de razones económicas que sanitarias. La relación que tenemos entre salud y economía es de las más contradictorias. No puede esperarse otra cosa de esta manera excluyente de organizar la economía que se nos ha impuesto. La economía y la salud tienen que ser correlativos en la medida en que son dos aspectos de una misma realidad y en cuanto que tienen que estar ambas orientadas al bienestar integral del ser humano y de la sociedad entera. Tenemos que transitar hacia una economía saludable para todos. Para el Planeta, para los pueblos, para la familia y para las personas. Porque la economía que padecemos genera tantas enfermedades. ¿Cuáles medidas se van a tomar para que ya no se manifieste esta contradicción señalada?

Quiero señalar un último reto que la pandemia nos ha mostrado. Pero, a mi juicio, es el más importante de todos. Se trata de la educación. Si entendemos que la educación es un proceso de transformación de las personas y de los pueblos, que habilita para hacer frente a la realidad favoreciendo el bien de todos, en el caso de México hemos mostrado tantas fragilidades durante la pandemia. Y son fragilidades que permean toda la complejidad de nuestra realidad. No estamos preparados para afrontar la realidad. Ni para construir la democracia, ni para ejercitar la ciudadanía, ni para cuidar el medio ambiente, ni para desarrollar lazos sociales y comunitarios, ni para cuidar la salud. El sistema educativo no nos prepara para la vida, a lo sumo, prepara para el mercado laboral de manera insuficiente. Durante la pandemia el sistema educativo ha tenido que incursionar por el mundo virtual para encontrar formas de desarrollar tareas, cosa que ha significado muchos dolores de cabeza para alumnos, maestros y padres de familia. Pero educar es mucho más que transmitir conocimientos, pues tiene que desembocar en la construcción de una cultura que favorezca el desarrollo integral de las personas. Para que esto suceda, se hacen necesarias transformaciones del sistema educativo.

Desde ahora tenemos que atender estas medidas que nos preparen para reducir los riesgos en las siguientes pandemias, aprendiendo las lecciones recibidas ahora, mientras nos lavamos las manos con frecuencia, permanecemos en casa y guardamos la sana distancia en todo momento. Hay tanto que hacer. Por un lado, mediante iniciativas ciudadanas, de personas, grupos o comunidades, pero con el necesario liderazgo de todos los gobiernos.