29 abril,2024 4:32 am

Próspero Moreno

 

 

Silvestre Pacheco León

Cuando Próspero se pudo mover por su cuenta después del accidente que lo dejó moribundo y casi deshecho ya se había quedado sin familia. Su mujer se negó a seguirlo al “otro lado” con sus dos hijos cuando ya había conseguido un buen trabajo en California, con patrones que lo apoyaban.
Le propuso mandar por ella y “echar” allá a sus hijos a la escuela, pero le argumentó que allá los niños se vuelven drogadictos y que eso no lo quería para sus hijos, que prefería quedarse en México.
“Mi esposa mientras estuvo sola se hizo muy apegada a la iglesia y los fines de semana nomás quería andar con un grupo de mujeres acompañando al cura, visitando los pueblos vecinos, comiendo en los ríos, invitando a la gente a unirse a la iglesia”.
Eso fue lo que obligó a Próspero a ir y venir, pero ni así pudo mantener unida a su familia. Él siempre temió que su mujer se hubiera “metido con otro” y sin asegurarlo Próspero culpa al cura de su separación porque dice que no fue casualidad de que cuando decidieron separarse él le ayudó a vaciar la casa y a conseguir la camioneta de mudanzas para que se regresara al pueblo de donde ella era originaria.
Todo lo que había logrado de beneficio en California no le sirvió de nada a Próspero. Lo que aprendió como oficial techando casas no lo pudo aprovechar en México debido al accidente que se provocó por manejar alcoholizado.
Acosado por la depresión de haberse quedado solo y sin ánimo ni dinero para regresarse al norte, Próspero se dedicó a la borrachera, trabajaba y ganaba para beber y los fines de semana eran de juerga con los amigos. Hasta que un día después de cobrar la semana de trabajo y de emborracharse echó a sus amigos a la troka sin dejarle a nadie el volante.
“Agárrense fuerte porque ahorita vamos a volar con la troka”. Eso es lo único que recordó después del accidente. Su camioneta derrapó al darse vuelta en un retorno y se salió del camino. Su brazo izquierdo que lo llevaba de fuera quedó prensado contra un árbol de bocote y sus amigo lo sacaron por muerto de la camioneta volcada.
En el hospital los médicos no le daban garantía de que viviera y a punto estuvieron de cortarle el brazo casi desmembrado, hasta que uno de sus hermanos que acudió en su auxilio les dijo a los médicos que si no le veían posibilidades de sobrevivir no tenía caso que le cortaran el brazo, “mejor que se muera completo” les dijo.
Próspero no se murió. Estuvo tres meses convaleciente y cuando se recuperó del accidente había agotado todos sus recursos económicos.
Solo, sin familia ni medios para sobrevivir, con 60 años a cuestas y sin poder desempeñar un trabajo normal porque ha quedado disminuido de sus capacidades físicas, no ha encontrado la manera para salir de la situación de pobreza extrema en la que vive. Dice que tampoco ha podido conseguirse una compañera porque no tiene “nada qué ofrecerle”.
Entre las cosas que le han pasado en su vida recuerda que un día llegó un vecino a visitarlo y le dejó de regalo dos palmas de coco para plantarlas, en seguida pensó en sembrarlas a la distancia adecuada para poder colgar una hamaca, y mientras crecían puso al pie de cada una un horcón para aprovechar la sombra de sus palmas desde que empezaron a echar sus palapas.
Estando recostado en la hamaca se quedó mirando las palmas y se fijó en la tela color café que les nace bajo cada una de las palapas que le crecen, tan fina y flexible que pensó que algún uso podría tener, y sin mucho qué pensar concluyó que quizá pudiera servir para hacer sombreros, que en la costa y con los calores que cada vez aumentan, es un artículo de primera necesidad, con la ventaja de que el material de la palma no cuesta más que subir para bajarlo.
Con ese material de la palma de cocotero Próspero se puso a probar la habilidad de sus manos. Provisto de navaja y aguja de arria, unas tijeras oxidadas y un carrete de cáñamo que consiguió, inició la aventura de los sombreros.
El primero de los sombreros que hizo le sirvió para promocionarlo. Recuerda un pescador que tiene de vecino en cuanto se lo vio en la cabeza se lo pidió regalado porque le parecía ideal para cubrirse la cabeza cuando salía a la playa porque veía que se podía mojar sin demeritar en su forma. Pero Próspero que ya traía la idea del negocio le ofreció que se lo podía cambiar por pescado, y en ese compromiso quedaron.
Recuerda que al paso de los días el vecino que estrenó su sombrero llegó a pagárselo con unas anchovetas y sardinas que pescó. “Eran tan chiquitas que terminaron como alimento de los gatos”, pero eso no lo desanimó porque miró que el pescador no se quitaba el sombrero porque le había gustado.
Ahora el problema no era producir los sombreros, sino buscar un lugar dónde mostrarlos y ofrecerlos. Fue cuando supo que en Zihuatanejo había una organización de emprendedores y emprendedoras locales que buscando la sostenibilidad de sus productos se asociaron para crear un mercado en el que pudieran ofrecerlos al público.
Próspero solicitó su ingreso y mostró su artesanía que obtuvo los votos suficientes para darle oportunidad de iniciar su negocio.
Lleva cinco años asistiendo casi sin falta cada sábado al ecotianguis donde ha vendido la cantidad de 30 sombreros cada vez con mejor acabado, a un precio que varía de 500 a 700 pesos.
Los sombreros artesanales de Próspero son un poco burdos pero muy frescos y originales, con una durabilidad y maleabilidad para competir con el mejor y más fino de los que hay en el mercado. Sus clientes pueden presumir de que el maestro se los hace a la medida y puede darles gusto sobre la altura de la copa y amplitud del ala.
Al paso de los años Próspero ha ido perfeccionando su técnica en la hechura de sus sombreros. Puede fabricar uno en menos de dos días si tiene a la mano todo el material que necesita, principalmente la tela de la palma llamada también vaina foliar.
Esta iniciativa que nace de un emprendedor en pobreza extrema podría justificar casi cualquier apoyo oficial para comprar la herramienta que facilite y mejore su trabajo. Es un reconocimiento necesario para este hombre que no solo busca levantarse desde el suelo, sino que entre sus afanes ahora cuenta con el propósito de darle vida a una laguna artificial en el pueblo de Pantla que se formó a orillas de la carretera federal antes de que esta fuera construida.
La laguna formada por los trabajadores que durante muchos años explotaron la arcilla conocida como barro para la fabricación de teja y tabique, convirtieron el lugar en un depósito de agua casi permanente que dura más tiempo que la corriente superficial del río de Pantla que ahora ayuda también a saciar la sed de grandes bandadas de aves migrantes y locales.
Con el cuidado de Próspero esa laguna que es ahora el lugar de decenas de tortugas y hasta un pequeño cocodrilo convive con ellas junto a las garzas y patos.
Después de muchos años en que ha gestionado infructuosamente algún apoyo oficial, Próspero que se apellida Moreno tuvo temporalmente el beneficio de una pensión por invalidez del programa conocido como Prospera. Cuando dejaron de dárselo hasta lo justificó pensando que fue el parecido de su nombre de pila con el programa y que eso fue lo que generó confusión.
“Han de haber dicho que mi nombre era un error” y ahora peor con su apellido de Moreno.