26 abril,2018 7:39 am

Publican investigadores del INAH libro sobre los 43 de Ayotzinapa

Texto: Guillermo Rivera/ Fotocomposición El Sur
Ciudad de México, 26 de abril de 2018. “Es horrible pensar que nuestros hijos puedan desaparecer y más horrible es pensar en por qué y cómo desaparecieron”.
“Señor padre de familia, yo también soy estudiante y vivo con la enorme pena por lo sucedido. Yo también los quiero vivos”.
“Yo no sé mucho de gobierno y de leyes, soy muy pequeña, pero no es justo que el gobierno siga haciendo lo mismo y vaya a matar gente indefensa como ustedes”.
“Supongo que no te traerán de vuelta mis palabras, pero siempre he creído que algo escrito significa inmortalizarlo, hacerlo eterno”.
“¿Dónde están? Están en nuestros corazones”.
 
Curiosos, sorprendidos, los padres de los 43 estudiantes desaparecidos de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa hojeaban ese libro grueso, de pasta gruesa, en tono naranja pastel, colmado de mensajes escritos a mano.
“Todo el país está con ustedes, nuestro corazón es uno solo”.
“En cada uno de ellos, están cada uno de mis hijos”.
“Las familias mexicanas los queremos vivos”.
El calendario marcaba enero de 2016. En la Normal de Ayotzinapa, un año y cuatro meses después de la noche de Iguala, un grupo de académicos entregaba una copia exacta de ese libro gordo a cada una de las familias, mientras explicaba que era el resultado de un grito colectivo.
Conmovidos, los padres agradecieron. No había pistas del paradero de sus hijos, si estaban vivos o muertos.
Así que hojeaban el pesado libro cargado de pensamientos y muestras de apoyo. Parecían no creer que alguien se preocupara por crear algo así en honor a sus hijos desaparecidos.
No podían reprimir el llanto.
 
La génesis del libro
“Peña, algún día vas a llorar lágrimas de sangre”.
“Los esperamos en su casa, pueblo y país”.
“Lamento mucho la pérdida de su hijo Jorge y la de sus compañeros”.
“No aflojen en la lucha, no paren hasta obtener explicaciones y justicia”.
“Tengo seis añitos, y vengo de Hidalgo y pido justicia”.
 
 
La noticia de la desaparición de 43 estudiantes guerrerenses movilizó a ciudadanos y organizaciones civiles en muchas partes del país. En la capital, los académicos del Sindicato Nacional de Profesores de Investigación Científica y Docencia, del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), no fueron la excepción. En octubre de 2014, una decena de investigadores –entre ellos, el historiador Felipe Echenique March y el antropólogo Juan Manuel Sandoval Palacios– se presentó en la normal de Ayotzinapa para manifestar su solidaridad a padres y madres de los 43 estudiantes desaparecidos.
Los familiares hicieron una solicitud: continuar con la exigencia de presentación con vida de los jóvenes hasta el último momento.
“El compromiso con los papás fue fortalecer la memoria. Que como personas y sindicato mantuviéramos la bandera de no abandono”, cuenta en entrevista con El Sur Felipe Echenique.
De vuelta a la Ciudad de México, los académicos acordaron ocupar periódicamente el vestíbulo del Museo Nacional de Antropología. La acción fue bautizada como Jornadas dominicales contra la impunidad y el olvido. Vivos se los llevaron, vivos los queremos.
A partir de ese momento, fines de octubre de 2014, cada domingo acapararon el lobby del museo los 43 rostros de los normalistas: dibujados por distintos artistas y estampados en cartones de 20 por 30 centímetros, fueron colocados en pedestales de madera para su exhibición.
Más tarde, se instaló una silla delante de cada retrato. Tal como se hizo en la normal Ayotzinapa: en la explanada, continúan desde hace más de tres años 43 bancas que esperan ser ocupadas por sus dueños.
“Queríamos que se viera el volumen de 43 cuerpos humanos”, explica Juan Manuel Sandoval.
Antropólogos e historiadores repartían volantes que rechazaban la versión de que los normalistas habrían sido quemados en el basurero de Cocula, elaborada por la Procuraduría General de la República (PGR) y que más tarde sería rechazada por el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
Así es como el libro de las jornadas dominicales tuvo su génesis. Un día antes de que se colocaran las sillas, a los académicos se les ocurrió añadir un cuaderno tamaño carta, de 100 hojas, y plumas de tinta negra y azul.
“Yo escribí en el primer cuaderno que reclamábamos la presentación con vida de los normalistas”, recuerda Echenique.
Lo sorprendente, agrega, es que las personas que visitaban el museo no esperaron la invitación para ponerse a escribir. Niños, niñas, jóvenes, personas adultas y mayores se sumaron al registro. Exigían que los 43 de Ayotzinapa regresaran. Reflejaban un México indignado, harto.
Fueron dejando mensajes políticos, incluso religiosos. Los profesores estaban encantados, a ratos sorprendidos, al ver las multitudes que deseaban dejar su huella en los cuadernos. Estaba sucediendo.
 
Diarios de la indignación de un país
“Después de la vida continúa el ciclo de la muerte. Has hecho y cumplido tu misión, esta batalla con tu nombre no ha quedado en vano”.
“Yo digo que pueden encontrar a sus hijos, espero que jamás pierdan la fortaleza, porque jamás un padre pierde la esperanza”.
“No bajaremos la guardia, tú sabes que no nos dejaremos”.
“Hoy fueron 43, mañana pueden ser 100. México está mal, es hora de cambiar”.
“Sólo queda pedir a Dios por ellos y que le dé resignación a todas las familias”.
 
Ocurrió uno de aquellos domingos. La persona a quien le alquilaban las sillas no apareció. No lo esperaban, pero los académicos no se rindieron. Instalaron, como siempre, los pedestales, y los cuadernos los colocaron en el piso.
Sorpresa mayúscula: sentadas o hincadas en el suelo, las personas continuaron escribiendo sus mensajes. No hubo pretexto.
Llegó julio. Los cuadernos se habían convertido en diarios de la indignación. Eran cientos de frases de apoyo, solidarias. No estaban ausentes los descalificativos, los mensajes incrédulos, de desconfianza.
“También hubo personas que condenaban el movimiento. Incluso llamaron narcotraficantes a los normalistas. Es un mal sabor de boca, pero era parte de estas manifestaciones”, admite Sandoval.
Los académicos pasaban horas leyendo cada nota. Sin planearlo, ahí estaba: un reclamo colectivo, plural.
Había mensajes en español –no sólo de mexicanos, también de otras partes de América Latina– y en inglés.
“Queríamos que los papás supieran lo que hacíamos y que había cientos de personas que se sumaban a su exigencia”, relata Echenique.
Los académicos se preguntaban de qué manera podrían construir memoria. Se reunieron y, en un primer momento, pensaron que lo más viable era viajar de nuevo a Guerrero y entregar los cuadernos.
“¿Qué tal un libro?”, sugirió alguien. “Un libro, claro”, secundó otro. Un libro se escuchaba muy bien.
Presentaron al comité ejecutivo del sindicato una cotización por imprimir poco más de 60 ejemplares. Al final, fueron 130 mil pesos. Los académicos aportaron el material y los talleres Impreite produjeron una edición tamaño carta de 755 páginas, pastas de cartón grueso y una portada en la que aparecen en miniatura, formando un collage, los rostros de los estudiantes.
Ayotzinapa. Jornadas dominicales en el Museo Nacional de Antropología es el título. Cuenta con textos que explican el surgimiento de esta acción y reflexiones sobre la desaparición de los 43 estudiantes, la “verdad histórica” de la PGR, las violaciones a los derechos humanos en todo el país. Y luego, los mensajes: más de 600 páginas contienen los pensamientos de cientos de personas.
 
La entrega en Ayotzinapa
“Justicia y lealtad. No están solos, todos somos México, confío en que la verdad saldrá a la luz”.
“Señores, yo sé que es difícil este momento, que quizá yo no puedo comparar con nada. No puedo decir que los encontrarán porque para ser sinceros ni ustedes lo saben”.
“Su hijo es un héroe, vivo estaría luchando, desaparecido continúa haciéndolo”.
“El pueblo de México ya no será el mismo, estamos llenos de rabia y tristeza por lo que les hicieron”.
“¡Fuera Peña!”
 
 
En diciembre de 2015 se imprimieron 63 ejemplares. Los académicos contactaron a los familiares de los 43 por medio del antropólogo Jorge Cervantes, quien labora en las oficinas del INAH en Chilpancingo. Juan Manuel Sandoval, Felipe Echenique y otras personas se trasladaron a la normal de Ayotzinapa. Era enero de 2016, días antes del 26.
La ceremonia se efectuó pasadas las tres de la tarde, en un salón de actos. Se presentó al menos un familiar de cada estudiante desaparecido. También, algunos normalistas. Los académicos llegaron y contaron cómo había nacido aquel libro.
El moderador, familiar de uno de los 43, llamó uno por uno a cada familiar. Padres y madres no podían esconder su asombro. Echenique jamás olvidará sus palabras: “Gracias por no olvidar”.
 
Mantener la memoria colectiva
“Tal vez soy una mexicana más pero de verdad México me dueles. Así como no hay justicia para el pueblo, que no haya paz para el gobierno”.
“Espero y estés en un lugar mejor”.
“Soy una niña de nueve años y lo único que puedo decir es gracias por pensar en nosotros y por tratar de hacer un cambio en el país”.
“Debemos encontrar a esos niños, hay que apoyar”.
“¡No puedo más con este gobierno narcoasesino!”
 
En el Museo de Antropología, ahora sólo los domingos previos al día 26 de cada mes un pequeño grupo de académicos continúa mostrando los retratos de los 43 estudiantes.
Los recursos para rentar las sillas también se agotaron, pero Echenique celebra: “La gente sigue respondiendo bien, aun con los rostros y cuadernos a nivel del suelo. Es muy simbólico que alguien abandone la postura, la comodidad de una silla, y se siente en el piso a escribir. Eso me conmueve mucho”.
Un incentivo para los académicos que resisten. “Es una forma de mantener la memoria colectiva –remarca Juan Manuel–. Si es escrito o gráfico es más fuerte la expresión”.
El plan de un segundo tomo no se descarta. “Quizá debemos buscar un patrocinio. Es un gasto alto”, analiza Echenique.
Dos ejemplares se donaron a la biblioteca de la normal de Ayotzinapa, otros más a la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, al director del Museo de Antropología, a la Universidad de Columbia Británica y a personas que se solidarizaron con el movimiento.
El historiador Felipe Echenique concluye: “Si algún día se le da solución a esto, o si ya nadie puede seguir, entregaremos los cuadernos originales a los papás. Queremos que el testimonio de lo que se escribió trascienda. Se tiene que registrar la historia de este hecho, y hay que apuntar que en el museo ciudadanos se tomaron un tiempo para manifestar su apoyo”.