24 abril,2018 6:53 am

¿Quiénes somos las y los auxiliares de Marichuy?

METALES PESADOS
Tryno Maldonado
 
Para el Subcomandante Galeano.
Somos las y los sin nombre. Somos las y los que pusimos el cuerpo en torno a la propuesta del Concejo Indígena de Gobierno y su vocera Marichuy. Somos quienes, al no tener nombre, decidimos autonombrarnos: ahora nos llamamos colectividad.
Somos las y los que, ansiosos de aprender de los procesos zapatistas, asistimos puntuales a las citas que nos hace el EZLN del otro lado del barandal amarillo del auditorio del Cideci Unitierra. Y somos los que por primera vez nos saltamos –literalmente– ese barandal para tomar la palabra, una palabra colectiva.
Somos las y los que retomamos los espacios públicos en todo el país. Somos los que compramos una cartulina para escribir: “Firma aquí”. Somos los que nos robamos la mesita de la abuela para juntar firmas en las calles. Somos los que no sabíamos usar el Photoshop, pero diseñamos trípticos, volantes, revistas, pancartas y lonas. Somos los que nunca habíamos hecho engrudo, pero que tapizamos las ciudades con el rostro de la dignidad y de la lucha por la vida: el rostro de Marichuy. Somos los que nos hicimos amigos de los vendedores ambulantes en las plazas, los zócalos y las alamedas y que, al final, nos adoptaron como unos más de ellos. Somos a los que acosó la policía.
Somos las y los que sacábamos las últimas monedas para pagar otro ciento de fotocopias. Somos a los que nos robaron la mochila o la bici mientras explicábamos la propuesta del CIG o sacábamos una firma. Somos a quienes el crimen organizado nos robó nuestro material de trabajo durante el proceso. Somos los que batallamos contra la burocracia de ese otro crimen organizado: el INE.
Somos las y los que discutimos en Twitter con el enemigo, los que incluso recibimos o propinamos fuego amigo, pero que finalmente nos entendimos en el trabajo desde abajo porque sin apertura, crítica y disenso no hay lucha que sea democrática y colectiva.
Somos las y los que aguantamos bajo el sol inclemente de Oaxaca, los que soportamos el frío desértico de Zacatecas. Somos los que tuvimos el valor de salir a las calles en Culiacán y en Matamoros a pesar de la inseguridad. Somos los que tomamos Neza, Ciudad de México, Nayarit. Somos los que recibimos todos los días los insultos clasistas, racistas y machistas por todo el país.
Pero somos también las y los que nos sumergimos por días en los pueblos de más alta marginación para recabar firmas en papel surgidas de las asambleas. Somos los que al inicio creíamos que sólo reuniríamos las cinco o seis firmas de nuestra familia, pero volvimos de las ciudades y de los pueblos con más de mil firmas. Somos los que recabamos firmas en las pulquerías, en las cantinas, en las mezcalerías, en el café y hasta en las fiestas infantiles. Somos a quienes jamás nos importaron las firmas como último objetivo, pero que bajo ese pretexto aprendimos a organizarnos incluso en el disenso.
Somos las y los que hicimos nuestras propias playeras y nos uniformamos con los mismos colores. Somos los que así, uniformados y atajando gente en la calle, llegamos a sentirnos vendedores y vendedoras de Yakult, de Avon o Mary Kay. Somos a los que nos llegaron a pedir 500 pesos por una firma y nos ofendimos.
Somos las y los auxiliares que contábamos con un único capital: la decencia.
Somos las y los que tomamos las calles porque entendemos que la democracia no es conformarse con meter un papel en una urna para cambiar de amo cada seis años. Somos los que aprendimos de los procesos de organización, saberes y auténtica democracia de los pueblos indígenas. Somos los que emancipamos la imaginación política monopolizada por el Estado y los partidos.
Somos también, como nos dijo el Sub Galeano esta semana durante el Semillero Zapatista, quienes construimos casitas de Marichuy a las que nadie les veía puertas ni muros. Y les dijimos que no había que buscar nuestras casitas mirando arriba; lo que construíamos durante esos meses creció hacia abajo: lo que hicimos no fue fincar, sino echar raíz.
Somos, en fin, las y los que nos despojamos de nuestra individualidad. Somos los que se organizaron porque entendimos que es la única forma de resistir a la tormenta que viene.
Somos los que escuchábamos decir a Marichuy durante el recorrido por el país que cada punto era como llegar a visitar familiares lejanos. Somos quienes nos volvimos familia.
Somos quienes la escuchamos a Marichuy contradecir, sin saberlo, a Octavio Paz y afirmar que así como los pueblos se organizan para la fiesta, la resistencia y la lucha de los pueblos deberían ser una fiesta.
Somos aquellas y aquellos que volvimos la lucha una fiesta. Somos los que luchamos con gozo. Practicamos una militancia del gozo. No somos los que llegaron a echar a perder la fiesta. Somos nosotras y nosotros quienes, de hecho, hicimos la fiesta. Y es una fiesta de vida, dignidad y esperanza.
Somos las y los que dormíamos en el suelo. Somos los que no dormíamos, los que comíamos cuando se podía entre un punto y otro de la caravana por el país. Somos los que no comíamos. Somos los que ofrecimos a este proceso no sólo nuestro sueño y nuestra hambre, sino quienes incluso dimos la vida. Somos Eloísa Vega Castro.
Somos Marichuy.