28 julio,2020 5:12 am

Rejuveneciendo los vestigios literarios de O’Brien

Federico Vite

 

El escritor irlandés Flann O’Brien estaba escribiendo en sus años de estudiante El tercer policía. Trabajó en este libro desde 1939, aunque la novela se publicó 28 años después, en 1967. En este relato hay un crimen y tres policías. Se dicta una sentencia improvisada y se usa un patíbulo. Digamos que O’Brien aborda aspectos habituales de las novelas policiacas, aunque este libro abre el rango del canon policial y repentinamente se transforma en una historia de fantasmas. En este relato, el tiempo y el espacio son distintos al de la tercera dimensión, la dimensión en la que nos encontramos, no sobra decirlo. Se apropian de ese no tiempo ni espacio los fantasmas. A la par de esos espectros hay cojos que se atan entre sí para poder desplazarse como una persona de dos piernas y durante todo el libro prevalece un interés exacerbado por el robo de bicicletas. Se habla de bicicletas que se transforman en humanos y humanos que se vuelven un poco bicicletas.

Lo interesante de El tercer policía (Traducción de Héctor Arnau. Nórdica Libros, España, 2006, 298 páginas) es que el narrador no sabe su nombre. No recuerda quién es ni qué le ha ocurrido. Gracias a esa crisis de identidad descubre que su alma se llama Joe y suele intercambiar opiniones con ella. Es un alma sabia. A la par de Joe, el lector conoce a Philip Mathers, a quien el narrador asesinó a golpes; también aparece John Divney, el amigo que traiciona al narrador y propicia una tragedia sin la cual no hay relato. No debe olvidarse que este libro es una ficción póstuma; es decir, se describe lo que ocurre después de la muerte del narrador, y el tratamiento del tema, la comprensión de la muerte en sí, es jocoso, tétrico y de implicaciones legales. El muerto, digamos, comprende tardíamente el motivo de su crisis de identidad. Y es justo en ese punto, en el que se consuma la epifanía del narrador, cuando se resuelve esta novela excéntrica.

No debe soslayarse la presencia de De Selby, el filósofo cuya obra inquietante y contradictoria es la principal obsesión del narrador. Este intelectual afirma incuestionablemente que la tierra tiene forma de salchicha. Pero su principal postulado es que la existencia humana es una “alucinación que contiene en sí misma la secundaria alucinación del día y de la noche (esta última una insalubre condición de la atmósfera debido a la acumulación de aire negro), está mal que un hombre sensato se preocupe por la ilusoria proximidad de esa alucinación suprema llamada muerte”. El tercer policía, digamos, es la historia de esa suprema alucinación. Es una paráfrasis de los argumentos filosóficos y científicos de De Selby, quien estuvo durante un tiempo “obsesionado con los espejos”, a los que recurría con tanta frecuencia que “acabó por afirmar que tenía dos manos izquierdas y vivía en un mundo arbitrariamente limitado por un marco de madera”. Todo un caso que permite agradar la reflexión sobre lo real y el mundo visto por un alucinado.

Uno de los temas de estudio de esta obra es la voz narrativa. ¿Quién narra? ¿Por qué narra eso? Digamos que O’Brien construye su voz narrativa desde la zozobra. El intenso anhelo por recuperar una caja con un botín detona, literalmente, la trama en la que se fusiona la narrativa policial, la metafísica y los fantasmas. Por ejemplo, en El tercer policía hay una pesquisa dentro de un edificio y ahí el narrador denota el inusual comportamiento de una luminosidad exterior suave. Es un resplandor extraño que no llama en absoluto la atención de los policías que acompañan al narrador, pero al narrador sí le atrae esa variante del sol; de hecho, a la par de esa manifestación luminosa empieza a preocuparse porque el tiempo avanza sumamente rápido, de una manera inusitada. También se asombra al descubrir un ascensor cuyo único fin es conducir a la Eternidad, donde “la barba no crece y si uno ha comido, no tiene hambre, y si uno tiene hambre, no tiene más hambre. Una pipa humeará todo el día sin consumirse, y un vaso de whisky siempre estará lleno sin que importe cuánto beba”. Aparte de la Eternidad, en este libro hay un sitio muy parecido al Limbo, donde los muertos toman el té mecánicamente y se comportan con una lógica rigurosa que recuerda algunos pasajes de Alicia en el país de las maravillas.

Al final de esta novela, el narrador se encuentra de vuelta en la comisaría de la que había salido capítulos atrás. O’Brien sugiere así que su personaje principal está condenado a deambular por los siglos de lo siglos el camino de vuelta al comienzo del libro. Queda en el lector la comprensión de que los muertos no están inertes. El tiempo, por tanto, no es más que una vuelta hacia atrás. Una eterna repetición que nos recuerda esas sabias palabras de Friedrich Nietzsche: Todos los acontecimientos del mundo, todas las situaciones pasadas, presentes y futuras se repetirán eternamente un número infinito de veces.

Los libros de O’Brien poseen el germen de una rebelión jocosa. También puede entenderse la obra de este escritor como una sutil manifestación de la anarquía. Algunos de sus fieles lectores fueron Dylan Thomas, James Joyce, Samuel Beckett, Graham Greene, Jorge Luis Borges, William Saroyan, Anthony Cronin y Guillermo Cabrera Infante. Si usted no conoce los libros de este hombre, créame, se está perdiendo algo valioso.