8 abril,2023 5:22 am

Remembranza oaxaqueña

Héctor Manuel Popoca Boone

 

En estos días vacacionales me trasladé a la bella y entrañable ciudad de Oaxaca y pueblos aledaños del valle central. Sede de bellas e históricas joyas arquitectónicas prehispánicas y coloniales. Residí en Oaxaca hará 50 años (1971-1973), convirtiéndola en mi centro laboral profesional recién obtuve mi licenciatura en Economía otorgada por la UNAM.

Llegué allá para dar clases en la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca y en el Instituto de Investigación e Integración Social del Estado de Oaxaca (IIISEO), dirigido por la doctora en Lingüística, Gloria Ruiz de Bravo Ahuja. Esta última institución era financiada, en una primera etapa, por fundaciones privadas, la ONU-UNESCO y pudientes empresarios filantrópicos mexicanos.

Después, la nómina magisterial del IIISEO, fue absorbida por la Secretaría de Educación Pública del Gobierno Federal (SEP); destacándose en la dirección de la investigación social y de la academia las investigadoras: Doctora, Beatriz Garza Cuarón, del Colegio de México (CM), y la doctora, Margarita Nolasco, del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

Aprobado que fui en el examen de oposición, me asignaron una plaza magisterial de medio tiempo, para impartir en forma teórico-práctica, la materia de “cooperativismo y la economía rural” a jóvenes indígenas de ambos sexos, que estaban en calidad de internados por tres años, dentro del campus del instituto, para formarse y capacitarse como promotores del cambio social y del desarrollo comunitario. Con el compromiso de regresar a sus pueblos de origen cuando egresaran para la aplicación de los conocimientos adquiridos en el Instituto. El grupo lo conformaban alumnos de todas las etnias oaxaqueñas que hubieren tenido completa su instrucción primaria.

El IIISEO se constituyó formalmente en agosto de 1969, en Xoxocotlán, localidad situada al suroeste de la ciudad de Oaxaca y el grupo escolar que me asignaron para darles la materia estaba compuesto por 16 jóvenes.

Estos alumnos eran jóvenes que respondieron a una convocatoria oficial que el IIISEO había dirigido a las autoridades de municipios en regiones específicas de Oaxaca que se escogieron por sus niveles altos de monolingüismo en lenguas indígenas. Los requerimientos para la inscripción eran estrictos: los jóvenes (que tenían entre 17 y 21 años) debían haber completado los seis años de escuela primaria que era “un gran logro en aquellas comunidades oaxaqueñas que, si tenían una escuela primaria, con frecuencia no contemplaba la enseñanza hasta el sexto grado”. Debían ser bilingües –hablar español y su idioma nativo– y haber aprobado un examen de admisión. De los seleccionados, el 40 por ciento fueron mujeres; suceso único en un contexto nacional en donde el magisterio rural lo dominaban los maestros hombres.

Me motivó participar en dicha institución el tener conocimiento de que era única en su género en el país, en aquel entonces. Además de que no orbitaba en el ámbito ideológico educativo, ortodoxo, del Instituto Nacional Indigenista (INI). También me estimuló saber que colaboraban, parcialmente, antropólogos del INAH y lingüistas del CM. También colaboraba el sacerdote jesuita, Gerry Morris, del extinto Centro Intercultural de Documentación (Cidoc) de Cuernavaca, Morelos; dirigido por Iván Ilich y adherido a una corriente de la teología de la liberación que en México tutoraba el que fue obispo de Cuernavaca, Sergio Méndez Arceo.

Por motivos de salud, a los dos años de trabajar en la UABJO y en el IIISEO, tuve que abandonar Oaxaca; no sin antes haber abrevado lo básico de las cosmogonías de los pueblos de donde eran originarios los alumnos que estaban dentro de mi responsabilidad académica, gracias a la hospitalidad que me brindaron los jóvenes en mis visitas a sus comunidades diseminadas por todo el territorio oaxaqueño, como fueron los casos de Eva Ruiz, de la comunidad mixteca de Santa Inés de Zaragoza, en el Valle de Nochixtlán; Santiago Salazar, de San Juan Teíta, en la Mixteca Alta; Eleazar García Ortega, de los valles centrales, y otros de comunidades zapotecas, triquis, huaves o de los alrededores de la presa del río Papaloapan.

Recuperada mi salud, me incorporé a trabajar en la Universidad Autónoma de Chapingo y ya no supe más de ellos, sino hasta ahora; a través de la lectura de un ensayo, que me obsequió un buen amigo y que fue escrito por el antropólogo, A. S. Dillingham, que denominó: Indigenismo tomado: juventud indígena y la apertura democrática en Oaxaca (1968–1975), publicado en inglés por la Cambridge University Press en el año 2015 y premiado en 2016 con el Tibesar Prize, por el Conference on Latin American History. (Traducido al español por Andrea Belarruti).

Dicho ensayo abarca la saga de aquella generación de técnicos y promotores bilingües para el cambio social y el desarrollo comunitario que educamos en la segunda mitad de la década de los setentas; y que luego, para mi sorpresa, formaron parte de luchas sociales democráticas en Oaxaca junto con la UABJO y la Coalición Obrera, Campesina, Estudiantil del Istmo (COCEI).

En abril de 1975 estos jóvenes indígenas promotores sociales tomaron, como protesta y exigencia a sus pedimentos, los Centros de Coordinación del Instituto Nacional Indigenista (INI) en diversos puntos del estado de Oaxaca. Los mantuvieron tomados más de un mes, demandando al gobierno federal el establecimiento de universidades indígenas de educación de nivel superior (licenciatura, maestría y doctorado), así como plazas laborales, como maestros rurales federales. En su ideología de impugnación, acusaban al gobierno federal de institucionalización oficialesca de las culturas indígenas, como máscara para una continua explotación política, económica y social de los pueblos fundadores de Oaxaca.

Tras seis años de lucha y de consolidación ideológica propia, los promotores finalmente obtuvieron la conquista trascendental de dos de sus principales demandas: el otorgamiento de plazas laborales como maestros bilingües en la SEP y que se volvieron pioneros de la creación de las universidades interculturales para la educación superior de las juventudes indígenas, tanto en Oaxaca como en Guerrero y Michoacán.

Corolario: Si hay buena siembra, la cosecha será prominente.

 

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