21 diciembre,2018 7:26 am

Repensar el desarrollo para el sureste

Ruta de Fuga
 
Andrés Juárez
Durante años nos hemos quejado de la retórica vacía sobre la sustentabilidad que produjo, engendró, reprodujo y atrajo el neoliberalismo. El greenwashing o sustentabiliblahblah pretende hacer pasar por “ecológico” desde un producto o servicio, hasta un proyecto económico, con el solo hecho de la verborrea promocional. Así, súbitamente, muchas empresas acusadas por sus prácticas depredadoras del medio ambiente pasaron a ser “ambientalmente responsables” solamente por hacer un marketing verde. Por ejemplo, luego de una batalla contra los envases de PET, el capitalismo tardío nos convenció y llevó a consumir más agua embotellada porque las botellas eran “completamente recicladas”, decían. Y nos quejábamos dentro y fuera de los gobiernos porque estamos convencidos de la necesidad de políticas integradoras del desarrollo y la protección ambiental como para aceptar el mercadeo del ecologismo de ficción.
La ecoficción es un riesgo latente cuando de narrativa gubernamental se trata, lo sabemos bien. Los discursos sustituyen acciones, aunque se construya con elucubración y lenguaje ambientalista. Tres mensajes llaman a preocupación en este sentido. Primero, la petición de permiso a la madre Tierra como acto purificador de los posibles impactos del Tren Maya. Por el bien colectivo espero que nadie ni dentro ni fuera del gobierno esté asumiendo que este acto sustituye los estudios de impacto ambiental ni los programas de mitigación. No obstante, el mensaje es muy poderoso, en un contexto en el que las protestas por las afectaciones al medio ambiente suben el termómetro. No pongo en tela de juicio el valor de los rituales indígenas como un bien común biocultural, sino el momento en el que el gobierno lo realiza como aparente respuesta a una demanda social.
En segundo lugar está el comunicado de la Secretaria de Medio Ambiente en el que afirma que el Tren Maya traerá desarrollo, bienestar y protección ambiental. Observo una falacia, acaso inconsciente, en la afirmación. Si se hubiera afirmado categóricamente que el tren va a traer desarrollo, bienestar y que se haría con todo el cuidado posible para disminuir los impactos y mitigar con enfoque de protección ambiental, la declaración sería mucho más convincente. Y apegada a la verdad: no hay proyecto sin impacto ambiental negativo, sólo puede haber planes de mitigación. Mucho menos hay proyectos de infraestructura que además traiga como efecto colateral protección ambiental. Lo único que se logra al querer convencer a la sociedad con una falacia, es aumentar los resquemores y dejar oquedades en el discurso que se parecen mucho más a la ecoficción que el camino hacia la sustentabilidad.
En tercer lugar, el mensaje absolutamente refutable del director de Fonatur. No podemos ser un país conservacionista ni darle más valor al medio ambiente que al desarrollo social y económico, dijo en resumen Rogelio Jiménez Pons. Además afirma que el tren no afectará a derechos ejidales ni generará deforestación, sin un estudio técnico justificativo de por medio, asumiendo que toda afirmación será socialmente acreditada porque los estudios técnicos dejan de ser necesarios ante la palabra empeñada. ¿Pero en verdad va a generar o no deforestación? ¿Habrá presión inmobiliaria colateral? ¿La fauna silvestre se verá afectada por la fragmentación el hábitat o no? ¿Las comunidades indígenas lo hubiesen aceptado en una consulta previa o no? Más allá de las respuestas a estas obligadas preguntas, es preciso aceptar que el problema no es el Tren Maya por sí mismo, lo que debe repensarse es la estrategia de desarrollo planteada para el sureste.
Al director de Fonatur le preocupan las condiciones de pobreza en las que viven millones de personas en el sureste. Pero tratar de solucionarla con una posible afectación al medio ambiente es como tirar el balde de agua sucia con todo y el chamaco. Lo sabemos porque ya se hizo. Los pobres del sureste han sido un daño colateral de la estrategia de desarrollo que incluyó petróleo, colonización con población de otros estados del país y el programa nacional de desmontes. Se buscaba lo mismo, sacar a la población de la pobreza financiando el reacomodo de poblaciones, financiando la deforestación y generando empleos en el sector de hidrocarburos, todo con la idea subyacente de que teníamos mucho territorio sin usar y pobreza galopante; se generarían empleos y habría dinero para el crecimiento. Cuarenta años después evaluamos que fue un desastre ambiental, un esquema de reproducción de la desigualdad y perpetuación de la pobreza.
Asumiendo que el tren no va a generar deforestación, ¿es un tren que lleve a más pasajeros de visita a las zonas arqueológicas lo que necesita la población más pobre? Según los expertos en turismo, lo que la región requiere no es más turismo, sino que se quede a dormir el que ya llega en las comunidades, consuma lo que ahí se produce y pague por diversión en proyectos relacionados con la naturaleza que están generando esquemas de conservación. De nada les sirve a estos pequeños oferentes de servicios turísticos que lleguen más visitantes que se regresan a dormir y comer en Cancún o Palenque. De acuerdo con expertos, habría que tener representantes en Estados Unidos, Canadá o Europa vendiendo estos paquetes de consumo local, porque para cuando el turista llega a Cancún o San Cristóbal ya tiene todo pagado y no se queda en los proyectos locales de turismo comunitario. En sentido contrario, ahora se piensa desaparecer las oficinas del Proméxico en vez de reorientarlas para que sirvan a los pequeños oferentes de servicios turísticos.
Repensar la estrategia para que los proyectos que contiene sean realmente sociales y no sólo para beneficiar a los mismos sectores de siempre, y aplicar políticas verdaderamente integradoras, sin greenwashing y respetando el marco institucional y legal que ha llevado décadas de mucho trabajo construir, sería una señal de bienestar para todas y todos.