7 octubre,2024 5:28 am

Resiliencia

 

 

Silvestre Pacheco León

 

El único puente de Quechultenango que había quedado en pie después de  la creciente del río Huacapa que lo inundó en el año 2013 debido a la lluvia y el viento de los huracanes Ingrid y Manuel, ahora sucumbió frente a los efectos de John. Con ello volvimos a los años setenta, obligados a mojarnos los pies para cruzar el río por alguna necesidad de llegar al pueblo, o de plano quedarnos aislados hasta que su nivel permita pasarlo caminando.

La diferencia hoy con  aquellos tiempos pasados es que entonces eran tres familias las que vivíamos más allá del río, pero hoy la colonia Españita y la Insurgentes del Sur suman cientos de habitantes y aunque la gran mayoría está a salvo de cualquier inundación, sufren por la carencia de agua y alimentos, aunque claro que su situación es menos grave de la que viven los habitantes de muchas colonias en el puerto de Acapulco y, en general, de la Costa Chica, Costa Grande, de la Sierra y la Montaña.

Claro que si se tratara de echar culpas de las catástrofes no acabaríamos, empezando los inversionistas privados  que se han enriquecido con los negocios inmobiliarios abusando de tantos que tienen necesidad de una vivienda y de funcionarios que pasan por alto la reglamentación establecida para los asentamientos humanos.

En su artículo del jueves en este periódico Efrén García Villalvazo vuelve a exponer en un lenguaje casi poético  el futuro que nos espera como habitantes desentendidos de las medidas preventivas de desastres  en general.

En su artículo El caballo de los mil Li  el oceanólogo toca de fondo el origen de los desastres en Acapulco, recordándonos el sabio papel de la naturaleza que en un determinado territorio interactúa como un mosaico en el que cada pieza o polígono tiene una función particular dentro de todo el conjunto, el cual cuando se modifica arbitrariamente con el crecimiento de las ciudades afecta al conjunto dando lugar a los desastres provocados por fenómenos naturales como los huracanes,  porque no se toma en cuenta la visión de territorio. Los funcionarios algunas veces por complicidad en la ambición y codicia de quienes comercian con los terrenos en complicidad con funcionarios negligentes que piensan para el corto plazo, y otras por la falta de previsión de quienes tienen oportunidad de hacerse de un terreno sin investigar si no son vulnerables.

Recuerdo que cuando Manuel Barros Nock   fue nombrado director de Indesur reclamaba a los invasores de predios  por qué ya decididos a violar la ley no ocupaban las mejores zonas para edificar sus viviendas y levantaban sus carpas en las barrancas y lechos de los ríos, porque a la hora de regularizar esos asentamientos resultaba más complicado.

El caso del puerto de Acapulco es dramático porque sus habitantes parece que viven en una de las trampas mejor planificadas por los desarrolladores inmobiliarios y las autoridades negadas para aplicar la legislación vigente. Gastar en la reconstrucción sin atender de fondo la problemática tan claramente expuesta por los técnicos y conocedores de ese territorio es trabajar para el corto plazo con el riesgo de que el fenómeno de las inundaciones y desplazamiento del suelo se repitan.

Sin embargo, en el caso de la cañada del río Huacapa que cruza Chilpancingo, existe la presa  Cerrito Rico como protección de la ciudad que impacta a todos los pueblos en el trayecto hasta el nacimiento del río Azul porque recoge toda el agua de ese territorio que viaja por las profundas barrancas a lo largo de 40 kilómetros con una pendiente que alcanza los 400 metros donde son diez pueblos que se comunican mediante puentes, empezando por Tepechicotlán, delante de Petaquillas.

Como nos enseña la historia, los ciclos y desastres cada vez se acortan más o son más frecuentes. En el año 2013 la cabecera municipal de Quechultenango se inundó por segunda ocasión desde que existen registros y después, en el lapso, se reconstruyeron tres puentes con obras accesorias para prevenir cualquier desbordamiento.

Trece años después se repite el desastre, la creciente del Huacapa derriba todos los puentes y acaba con el balneario del Borbollón que era el principal atractivo turístico para los habitantes de la capital.

En nuestra casa el río penetró hasta el patio con la ayuda del puente que se convirtió en obstáculo. No se llevó la obra del encauzamiento en esa parte pero lo desbordó y la corriente  se llevó la cerca y todos los árboles que repusimos  hace once años. Solo la cincuentenaria parota soportó la corriente del río, pero nada pudo hacer para ayudar a los robles, cedros y papelillos alineados con ella.

Nuestro puente de concreto afamado por su resiliencia frente a los demás se convirtió en serio obstáculo para la fuerza y el enorme caudal que juntó John en cuatro días de lluvia. La corriente abrió brecha a los lados del puente y nos dejó incomunicados.

Hace cuatro años cuando mi madre miró la obra que los ingenieros hicieron para prevenir nuevas inundaciones se sonrió y dijo que de nada serviría el encauzamiento construido. “Estos ingenieros no han visto las crecientes del río” nos dijo.

Frente a este nuevo desastre yo vuelvo a mis argumentos del 2013 sobre la responsabilidad de las autoridades en la gestión de la presa que tiene la capital.

Es la segunda vez que se desahoga la presa Cerrito Rico sin calcular el impacto del volumen de agua liberado. Alguien tiene responsabilidad por los socavones en Chilpancingo, la destrucción de las obras de infraestructura y la caída de los puentes en todo el trayecto de la cañada.

Nadie ha dado ninguna explicación al respecto pero está muy clara la negligencia, no sé si de la Conagua, de Protección Civil, de la Capach o de los tres organismos que hace once años aceptaron su falta de coordinación cuando ocurrió aquel desastre.

¿Por qué volvieron a esperar hasta el último minuto para desahogar la presa? ¿No se puede calcular la cantidad de agua a liberar para no desbordar el cauce?

¿No hay responsabilidad de estos organismos?

Vuelvo al tema porque hace once años ante la insistencia de los colonos vecinos de la presa para que se conociera el modo en que opera solo hubo acusaciones mutuas entre dependencias. Cuando Protección Civil pidió la intervención de la Conagua en aquel año esta dependencia federal adujo que en represas pequeñas como la de la capital la gestión corresponde a la Capach, falta saber ahora la explicación de Protección Civil.

Estamos ante un hecho delicado porque los daños del Huacapa pueden estar ocultando una negligencia que de no atenderse ahora se repetirá en el próximo evento. El problema ha quedado expuesto ante los ojos de los capitalinos dentro de su propia ciudad como una absoluta falta de resiliencia.