15 diciembre,2020 5:19 am

Riesgos por venir

Abelardo Martín M.

 

Cada fin de año Acapulco vive su momento estelar, pues se convierte en el principal centro para celebrar la despedida del año que termina y dar la bienvenida al que inicia. Muere el rey, viva el rey, pareciera ser el mensaje, aunque –dicen los que saben mucho de la vida– lo único importante no son ni el pasado ni el futuro, lo único al alcance humano es el presente.

Muy pocos imaginaron que un virus nacido hace apenas un poco más de un año en Asia cambiaría el rumbo de la humanidad y, menos aún, que la pandemia ocasionara tantos cambios en tan poco tiempo, en especial con repercusiones económicas y en la forma de vida de las personas. Una de las tradiciones de mayor arraigo y festejo en el mundo, independientemente de razas, sistemas políticos, religiones, economías, situación geográfica, etcétera, etcétera, es el festejo del fin de año.

Ya desde la primera mitad del siglo pasado, con gran afluencia de turismo extranjero, y posteriormente con gran afluencia de visitantes nacionales, el puerto es famoso por su inigualable ambiente festivo, por sus juegos pirotécnicos y por la magia de recibir ahí al año que se inicia.

Este año, sin embargo, todo cambió. Para la llegada de la primavera, el virus nombrado Covid-19 había invadido todo el planeta, y nuestro país no fue la excepción. Tampoco Guerrero. Así que hubo de tomarse una decisión sin precedente: cerrar las playas en Semana Santa y dejar de recibir la oleada de turistas en el otro gran momento que en el año tienen el puerto y otros lugares del estado que atraen visitantes

Cuando al mediar el año la epidemia pareció retroceder y se puso en operación el semáforo epidemiológico, Guerrero fue una de las primeras entidades en pasar del rojo al naranja, lo que incluso le permitió con precauciones recibir un flujo moderado de turistas en las vacaciones de verano.

Pese a que, como en todos lados, en los lugares más populosos como los mercados y las calles céntricas la gente no respeta puntualmente las medidas de precaución sanitaria, la situación había ido evolucionando lentamente en la reducción de contagios y muertes, lo cual había generado un clima de cierto optimismo en el futuro cercano.

Como todos sabemos, la pandemia ha vuelto a tomar fuerza en todo el mundo, y los contagios en México nuevamente han crecido de manera preocupante en las últimas semanas. Al igual que la Ciudad de México, Guerrero, aunque se mantiene en el tono naranja, ha resentido la nueva oleada epidémica, lo que ha llevado a que diversos festejos de fin de año de plano se cancelen, como ha ocurrido con el Paseo del Pendón y la Feria de Navidad y de Año Nuevo en Chilpancingo.

En los próximos días habrá de definirse si se mantiene o se cancela la Gala de Pirotecnia, el principal atractivo del que disfrutan quienes se trasladan a celebrar la llegada del Año Nuevo en Acapulco. No es una decisión sencilla, como hace unos días externó el gobernador Héctor Astudillo. Anunciar su cancelación o poner límites a la ocupación hotelera, significaría un importante golpe a la economía del puerto y del resto de los polos turísticos del estado en su etapa más productiva.

Por otro lado, en las actuales circunstancias la aglomeración previsible sólo puede funcionar como un caldo de cultivo para la renaciente pandemia, con las consecuencias que ya conocemos. Sobre todo, si se toma en cuenta que la afluencia más importante proviene de la Ciudad de México, que a su vez atraviesa la peor etapa del contagio, a grado tal que ahí ya dejaron de lado al semáforo epidemiológico y sus recomendaciones, para simplemente declarar una situación de alerta.

Entre el desastre económico y el riesgo sanitario, las medidas que se tomen tendrán que aplicarse con gran responsabilidad y disciplina por parte de todos, pues a fin de cuentas es la salud y la vida de turistas y anfitriones la que está en juego, aunque ya se sabe que el dilema de la vida empieza por asegurar la comida de la familia.

Mientras estas situaciones se dilucidan, la que también está complicada es la lucha política por la sucesión gubernamental en el estado. La certidumbre de que Morena tiene asegurada la victoria en los próximos comicios locales, ha derivado en que las ambiciones se desborden de manera interna en ese grupo. La cifra de 18 precandidatos para el Palacio de Gobierno registrados sólo en ese partido describe ese fenómeno, aunque también muestra la fragmentación de la clase política que a futuro puede tener consecuencias buenas y malas, según la perspectiva o, como dice bien el refrán, de acuerdo al color del cristal con que se miren.

Para los partidos opositores a Morena su conflicto interno, el desbordamiento de las pasiones, la falta de unidad, rumbo y control, se convierten en oportunidad para reducir su margen de victoria. Es como si un equipo de cualquier deporte carece de la conducción y de la dirección que, con oportunidad, marque estrategia y advierta errores. Morena está en su peor y en su mejor momento, simultáneamente, porque las ambiciones se desbordaron.

De lo que pase después de que se anuncie al candidato oficial de Morena, y de lo que hagan el resto de las fuerzas políticas, ya se hablará hasta el cansancio.

Las próximas semanas son cruciales en uno y en otro tema, son los riesgos por venir.

Mientras tanto, hay que extremar las precauciones contra el virus, evitar el riesgo de contagio y, como un frío espectador, observar el magno espectáculo de la humanidad cambiando el rumbo.