27 octubre,2017 6:44 am

RUTA DE FUGA

Andrés Juárez

La escasez

Al grito de “densidad es destino” (original en inglés) avanza, como espiral ascendente, la propuesta de un éxodo ordenado y sistemático del campo –núcleos menores a 2 mil 500 habitantes– hacia ciudades. Formar megalópolis con crecimiento vertical. Eso, arguyen, disminuirá tiempos de traslado, consumo de energía y materiales, aumentará productividad y calidad de vida, la provisión de servicios públicos, particularmente de los municipios, se haría más sencilla.

Sin embargo, no hace falta el éxodo a la ciudad cuando en cada habitante del campo hay un sujeto colonizado por los mismos patrones de consumo. Asistimos a la fase rapaz de la urbanización expandida de la población rural. Personas que nunca han habitado la ciudad y que, no obstante, son urbanas. Es la forma en que la sociedad industrial ha permeado en la totalidad del espacio. No hay un solo lugar en el que no se encuentre un producto, un bien, un servicio, una idea producida para el consumo masivo.

Por más que romanticemos el espacio rural, la urbanidad se impone y no siempre de la mejor manera. El encanto bucólico de la vida campesina derruido por la música del margen urbano. Citadinos excitados al ver a un grupo de indígenas cantando rock en lengua originaria.

Los flujos entre la ciudad y el campo son diversos, inasibles, incontables. El de personas y sus costumbres es el básico y complejo por definición. La irrupción de Internet vino a derramar el vaso que llenó la televisión y los procesos migratorios. En cualquier pueblo chico ahora se puede leer en Google sobre costumbres, alimentación, formas de vestir y de divertirse urbanas. Si el consumo depende del paisaje, el paisaje rural se ha vuelto virtualmente urbano.

Citadinos erguidos en “facilitadores” del desarrollo rural, nos ha sido imposible dejar de transmitir aspiraciones y deseos que configuran una matriz de detonadores y potenciadores de consumo y producción alejada de la original. Primero fue con la industria extractiva de la agricultura, luego con los procesos migratorios de retorno, luego con la industria del ocio, que llegó a colonizar espacios donde no había vida urbanizada –como los naturales: bosques, playas, desiertos– y finalmente la gentrificación, la llegada de urbanitas a subir el costo de la tierra e imponer nuevos rasgos a la ruralidad: galerías de arte, cafés en las calles y espacios dinamizadores de la política. Un rasgo devastador es el aumento de la demanda de alimentos procesados, el abandono de la producción primaria para requerir mercancías de origen lejano. Y ahí está la imagen lamentable del espacio rural con subproductos y desechos, como latas de atún en los campos, pero sin estanques locales de producción de peces.

La fiesta en la ruralidad, por ejemplo, fue motivo de reunión, integración, gozo y dinamismo del intercambio y cooperación, promovía el cultivo de especies locales y la creatividad colectiva, mientras que en la sociedad industrial la fiesta pasa a ser un patrón de consumo de “conceptos” externos de diversión, donde el sujeto se vuelve comprador de productos y servicios, y en la que los principales beneficiarios son las grandes empresas de bebidas y alimentos procesados. Basta revisar la fiesta actual oaxaqueña con abundancia de refresco y el tejate en extinción.

En esta urbanización de la población que no es citadina, en la permeabilidad de sus costumbres, en la modificción de ideas, valores y técnicas, se inserta el concepto de escasez rodeada de abundancia. Somos pobres, dicen campesinos que cuentan con agua y hectáreas arables o bosques. Y consideran su vida repleta de escasez porque no pueden participar ni producir para el mercado. La escasez como idea es lo que empuja a migrar, a ver la ciudad con mirada lujuriosa, repleta de deseo de poseerla.

Mucho se ha insistido en que una cuarta parte de la población vive en zonas rurales y que tiene la altísima responsabilidad de producir los alimentos para las tres cuartas partes que viven ya en las ciudades; también, del resguardo de los bienes públicos generados en las áreas naturales del territorio. Pero la cuestión es más grave aún. Apenas 12 de cada 100 personas ocupadas son reportadas como ocupadas en el sector primario. A eso habría que recortar los empleos en la agroindustria. Esto es apenas una arista del problema que significa la urbanización de la cotidianidad para la preservación de los bienes públicos en regiones bioculturales a largo plazo.

La paradoja es que en México, el 75 por ciento del territorio es propiedad social, se encuentra en manos de apenas 5 millones de personas. Es muy probable que sean las del decil más bajo de la población. Es decir, tienen los recursos naturales y se consideran en pobreza. Algo no estamos enfocando de manera adecuada ahí.

La idea de escasez en el espacio rural y la definición de desarrollo económico rural es el mecanismo por el cual se transforma al sujeto de constructor, cultivador o hacedor de satisfactores a comprador de productos con el que cree satisfacer necesidades.

La economía local sigue entrampada en la carencia de monetización con el inevitable reflejo en la conservación del territorio y del medio ambiente.

Detener y revertir estos procesos parece un llamado urgente, ahora que el país asiste a la mesa de imaginar proyectos.