15 septiembre,2020 5:18 am

Saer y Márquez, puntos de fuga

(Segunda parte y última)

Federico Vite

Saer fundamenta su trabajo en el equilibrio de la descripción y la narración. Describe y, a contrapelo, narra. Crea un cuerpo de relato y lo contrapone a la aparente inmovilidad de un continente descriptivo. Narrar es dar cuenta de los hechos; describir implica necesariamente una actividad similar a la contemplación; es decir, fijar una atenta y detenida mirada a la realidad. A final de cuentas, describir conlleva una traducción de lo mirado.
Saer tensa la trama de El limonero real gracias a esa combinación: narrar y describir. La descripción está fundamentada en frases largas que no sólo mantienen un orden sintáctico impecable, sino que logran musicalidad gracias a la eufónica elección de palabras que se ordenan bajo una estricta sintaxis; al narrar recurre a oraciones cortas. El otoño del patriarca también posee eufonía, pero está construida de una forma similar a la de un poema en prosa; el autor estira, digamos, los sintagmas y los eslabona mediante la i griega.
“Amanece y ya está con los ojos abiertos” es una frase que abre y cierra los ciclos vitales del protagonista, Wenceslao. Con esa viga maestra, el autor fundamenta el orden de narrar y de describir. Propicia la espiral de este libro. Hablaríamos más bien de una frase capitular; en el caso de El otoño del patriarca, la frase “Amanece y ya está con los ojos abiertos” es un símil de las sucesivas muertes, reales o no, del dictador. Saer hace con una frase lo que Márquez logra con una escena.
Las acciones que narra Saer durante 249 páginas son mínimas: los habitantes de una isla del río Paraná, en Argentina, se reúnen para celebrar el fin de año. Asan un cordero, lo comen, bailan, beben vino, una pareja furtiva tienen sexo y finalmente todos los familiares regresan a sus hogares. Wenceslao intenta superar la muerte de un hijo. Su esposa, “ella” (no tiene nombre), ha decidido no salir de casa, se aferrada al luto y se aísla literalmente del mundo. De hecho, Wenceslao va solo a la reunión. Lucha contra el duelo.
El estilo es el alma y el motor de la obra. Frases largas, de intensidad poética, que nunca salen del orden sintáctico de la prosa. El ritmo que se condensa entre acción (narrar) e inacción (describir) confronta al lector, pues la estructura de una novela tradicional no está en El limonero real.
En los diálogos, los personajes enuncian diversos regionalismos, pero son parcos, no cuentan de más. Saer no abusa de sus poderes. Sabe que es muy bueno reproduciendo el habla popular, así que no exagera sus dones y somete su prosa a los ritmos de una orquestación: narrar, describir, diálogos. Los diálogos sirven para hacer una pausa, como si la experiencia del duelo en Wenceslao se diluyera al tener contacto con sus congéneres. Como si por los diálogos se filtrara la vida.
En El otoño del patriarca, el dictador muere; la realidad, a pesar de todo el arsenal del realismo mágico, termina por campear. En el caso de Saer, Wenceslao mantiene la convicción de que saldrá del luto, seguirá intentando seguir con su vida, a pesar de que su esposa y la muerte de su hijo sean un lastre, a pesar de la pobreza, de la marginalidad impuesta por su geografía, a pesar de todo ello, no se rinde ante la realidad. Y saldrá triturado de ella, pero eso no importa, porque Saer culmina su novela con la rotunda certeza del devenir: “Amanece y ya está con los ojos abiertos”.
Esta novela sale del esquema de divertimiento. Se acerca más a la intención artística que busca todo escritor vanguardista. Esta es la premisa que Henry James exige a los buenos novelistas, los que son capaces de vivir sin la fama del Olimpo literario, pero con la certeza de haber trabajado a favor de las estructuras narrativas.
Tanto El otoño del patriarca como El limonero real forman parte de los puntos de fuga de los lectores tradicionales de novela. Al releer estas dos obras, sin duda, usted tendrá a la mano una respuesta a esa pregunta que James enunció desde hace años: ¿Cómo arrebatar la novela a las masas para convertirla nuevamente en arte? La respuesta es simple: saliéndose de los márgenes habituales de la narrativa comercial. Tanto el colombiano como el argentino buscan, con las obras referidas, una obsesiva estructura circular, pero el resultado no es igual en ambos casos. Lo de Márquez es destacado, pero lo de Saer adquiere dimensiones vanguardistas.
Vuelvo a García Márquez para señalar que él intentó borrar las referencias históricos para ingresar así a un mundo atemporal mediante el realismo mágico; pero Saer, con un estilo realista, hizo un experimento narrativo muy afortunado, oponiendo la acción y el reposo del lenguaje, así construyó la atemporalidad de El limonero real. Así encapsuló una época.