13 noviembre,2023 4:28 am

Se perdió más que en Nuxco

 

Silvestre Pacheco León

No solo es una ocurrencia de los conservadores preguntarse si valía la pena rescatar Acapulco, sino un verdadero despropósito que trata de ocultar la responsabilidad de la burguesía en la creación de un modelo turístico que concentró en un mismo espacio lo más moderno y sofisticado de los servicios para el placer de los ricos y privilegiados del mundo frente a cientos de miles de guerrerenses atraídos por el espejismo de las oportunidades de empleo que viven en las peores condiciones de pobreza.
Era mejor preguntarse las razones de que a mayor número de ricos vacacionando más pobreza se acumulaba convirtiendo a 7 de cada 10 habitantes en pobreza y extrema como lo afirma el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval).
El Acapulco que los vientos huracanados de Otis se llevó fue el modelo más claro de la desigualdad que solo el capitalismo es capaz de crear. Una tercera parte de la población carece de agua entubada mientras los grandes hoteles la acaparan para sus albercas. El 7 por ciento de las familias viven en piso de tierra y en el 16 por ciento no saben lo que significa cocinar con gas porque siguen usando leña y el complemento de la miseria es que más de la mitad de la población no tiene acceso a los servicios públicos de salud.
Esas son las condiciones que los guerrerenses ya no queremos que reaparezcan en Acapulco con la reconstrucción, que las ventajas de haber centralizado el Fonden para evitar el desvío de sus recursos como antes hacían los gobernadores, se muestren en el apoyo sin límites del gobierno federal para Acapulco; que así como se han ahorrado 50 mil millones de pesos anuales con la compra consolidada de los medicamentos de los gobiernos estatales y el federal, se vean fluir los recursos sin límite para la reconstrucción pero sin repetir la desigualdad social.
Para los guerrerenses pensar y trabajar por un nuevo Acapulco significa estar en posibilidad de que en su reconstrucción se haga por fin justicia a más de la mitad de los habitantes del estado que llegaron a este lugar para mejorar su nivel de vida y terminaron convertidos en sirvientes como consecuencia del capitalismo más salvaje y deshumanizado que ahora requiere de la inversión de miles de millones de pesos para su recuperación porque los daños son solo equiparables a los que sufren los pobladores de la Franja de Gaza en el cercano oriente ante el bombardeo a manos de un gobierno racista y genocida como es el de Israel.
Para los partidarios del Estado judío que dicen jubilosos que si no existiera Israel habría que inventarlo porque es el guardián de los estadunidenses encargado de cuidar los recursos energéticos de aquella región de la que también se creen dueños entrenados en el despojo. Con esos pensamientos puede ser común y corriente para ellos discutir la conveniencia de desalojar o abandonar a cientos de miles de habitantes si eso significa defender sus intereses estratégicos, pero dicha pregunta para el caso de Acapulco no puede caber en la cabeza de las personas cuerdas y progresistas que saben el sufrimiento que implica para los habitantes de una ciudad el desplazamiento cuando se hace obligado, debiendo dejar en el territorio habitado los bienes materiales y las querencias que han acumulado.
Por fortuna para los acapulqueños y de todos los que por una u otra cosa tenemos un recuerdo de Acapulco, hay un gobierno atento a las necesidades de los mexicanos que ante la tragedia llegó en auxilio de los damnificados el mismo día de lo ocurrido, sin perder tiempo como los conservadores en discutir esa obviedad que es la reconstrucción del puerto.
Eso no pasó, por ejemplo, con el huracán Tara que provocó la creciente del río que se llevó la población de Nuxco, un pueblo costero perteneciente al municipio de Técpan de Galeana, en la Costa Grande de Guerrero.
El arroyo insignificante que en tiempo de secas es un hilo de agua consumido en la arena caliente antes de llegar al mar, creció como jamás nadie se imaginó por la cantidad de agua que trajo el huracán y que se precipitó en esa zona.
La gente del pueblo que no creyó en que el río se desbordaría, buscó refugio, cuando ya era tarde, en las pocas casas construidas con material industrializado que la creciente tampoco respetó.
Muchos nuxqueños murieron ahogados por la crecida del río aquella noche oscura y lluviosa de noviembre de 1961, y los pocos que se salvaron, atorados en algún árbol o palmera, sobrevivieron sin ayuda oficial.
De los daños de aquel huracán contra los habitantes de Nuxco se acuñó en la Costa la frase aquella de que “más se perdió en Nuxco” con la cual se recuerda a quienes sufrieron una gran pérdida para su consuelo, pero después de lo sucedido el 25 de octubre ante el paso del huracán Otis, justo es decir que en Acapulco se perdió más que en Nuxco.
Pero por fortuna para este último caso su desenvolvimiento es diferente al de Nuxco porque gracias a la mayoría de diputados que tiene el gobierno federal en el Congreso, la semana pasada se aprobó el presupuesto que el presidente propuso para que se cumpla con el plan de recuperación para que en plazo breve el puerto vuelva a estar de pie como lo requieren las 250 mil familias que ya han sido censadas para reponerles el valor de sus pérdidas porque en este gobierno primero se atiende a los pobres.
En mi artículo anterior anoté que después de que el viento huracanado dejó todo el puerto para volver a empezar, los guerrerenses debemos aspirar a que de los escombros renazca un solo Acapulco, y no dos como los que conocimos. Para menguar la desigualdad que ha sido una de las características del puerto deben crearse las condiciones para que todos sus habitantes tengan acceso a los servicios públicos y al disfrute de las bellezas naturales, del sol, el mar y la arena como lo hacen los visitantes nacionales y extranjeros, para lo cual se deben abrir y respetar los accesos públicos a las playas y dotarlas de la infraestructura básica con baños y vestidores, regaderas y mobiliario, así como la vigilancia y la seguridad de las personas y sus bienes.
Para suprimir el Acapulco de los pobres se debe dotar a todas las colonias de la infraestructura de una ciudad, con la apertura y pavimentación de calles, drenaje y alcantarillado, servicio de agua potable, alumbrado y transporte público, escuelas, centros de salud y vigilancia para la seguridad de los habitantes.
La nueva premisa debe ser que en el nuevo Acapulco desaparezca la exclusividad de las playas y el predominio de la clase pudiente en el uso y disfrute de los espacios de uso común y de los servicios.
Sus habitantes deberán hacer del nuevo Acapulco una ciudad que cuide y preserve sus recursos naturales por el valor intrínseco que tienen y porque forman parte de los activos para la competitividad y una mejor calidad de vida.
En ese propósito se deben reponer en las playas las barreras de mangles desaparecidos por la voracidad de los inversionistas privados en complicidad con las autoridades corrompidas. Esos árboles dúctiles y poderosos que filtran el agua salada son un milagro.
La siembra de árboles y plantas que adornen y refresquen mejorando el ambiente de la ciudad debe ser una prioridad a la que se aboquen los acapulqueños como una manera de sentir y hacer suya la ciudad.