6 mayo,2021 5:06 am

Si el voto del pueblo me favorece…

Anituy Rebolledo Ayerdi

 

Primera de dos partes

 

El licenciado Arbea, candidato

Con la puntualidad y circunstancia de un Nicolás Zúñiga y Miranda, opositor permanente del dictador Porfirio Díaz, décadas más tarde el “licenciado” E. Arbea se autopostulaba cada tres años como candidato a la presidencia municipal de San Marcos. Una candidatura tan independiente como solitaria, a la que los partidos políticos nunca objetaron por la estatura del aspirante, pero sí por su carencia de escolaridad. El respondía:

“Soy tan burro como muchos que lo han sido pero no mañosos como ellos”.

¿Quién era él?

El E. de Arbea era Erasto, nombre propio al que había renunciado por no ser de su agrado. Lo de licenciado era más bien un apodo adjudicado por las personas a las que había ayudado en la solución de algunos problemas. Su oficio era en realidad el de voceador de periódicos, en tanto que lo de periodista le venía porque sólo vendía las noticias reporteadas por él mismo. Era pues un reportero que voceaba sus propios reportajes. El 1.38 metros de estatura le impidió hacer realidad un sueño infantil de convertirse en soldado.

–¡Casi enano!, fue el rechazo enérgico del Ejército.

Tampoco pudo incorporarse al circo Unión cuando visitó Ometepec.

–¡Demasiado alto! –sentencia el gruñón director de la troupe de enanos.

Así, alejado de sus vocaciones vitales por causa de una chaparrez heredada del padre, Arbea brincará de oficio en oficio hasta plantarse en uno cuya dualidad no tendrá muchos duplicados: voceador y periodista a la vez.

Su rostro de beduino tenía como centro focal un bigote arrancado al propio Chaplin. Su caminar derrengado arrastraba pesadamente un par de huaraches con suela de llanta de tráiler. Su barba era un permanente antifaz negro y el pelo ensortijado clamando siempre por agua y jabón. Se le conocía simplemente como el “licenciado Arbea”.

El “licenciado” Arbea disfrutaba de franquicias como corresponsal viajero expedidas por varios periódicos de Chilpancingo y Acapulco. Su radio de acción abarcaba la Costa Chica aunque no era extraño toparse con él en Tierra Caliente e incluso en La Montaña. Los datos entregados por él en varias redacciones –La Verdad, Síntesis, Sol de Guerrero, entre otras– no eran objeto de confirmación previa y aún menos de censura. Se redactaban tal como él las platicaba y ocupaban los espacios por él sugeridos y sin faltar su acreditación, por supuesto. A cambio, Arbea ordenaba tiradas especiales pagadas al contado, permitiéndole ello comerciar libremente su producto en dos o tres semanas.

Los caciques

Con el voluminoso tambache de ejemplares al hombro, cuyo peso lo achaparraba aún más, el periodista-voceador emprendía su largo y riesgoso periplo por la caprichosa geografía de Guerrero. Las agresiones en su contra provendrán casi siempre de autoridades pueblerinas y no irán más allá de las clásicas amenazas letales, “los ojos de cotorra” y una que otra “chinga de perro bailarín”, como él mismo las calificaba. ¿Y todo para qué si sus valientes denuncias caían casi siempre en el vacío? Y era que los caciques, su tema principal, no existían oficialmente en el México aquél (¿hoy si?) lo que lo colocaba en situación de un sujeto paranoico luchando contra fantasmas.

La candidatura de Arbea nunca fue tomada en serio y qué bueno para él. En San Marcos, como en otros municipios de Guerrero, el partido gobierno escuchaba únicamente la opinión de los hombres fuertes antes de postular candidatos a cargos de elección popular. El cacique del municipio que Arbea aspiraba gobernar –si el voto del pueblo lo favorecía– respondía al apodo de El Animal. Garras y colmillos dominando toda la región.

Arbea lo vivió:

Mario Trujillo García, delegado del Partido Revolucionario Institucional en Guerrero, toma la protesta al candidato de ese partido a la presidencia municipal de San Marcos. Ha sido designado por aclamación de los delegados de los tres sectores del Institucional, integrados esta vez por jóvenes sanmarqueños, profesionales muchos de ellos, convencidos de que por fin había llegado el relevo generacional. El señor delegado se une al festejo de los muchachos por haber logrado un triunfo claro y contundente aunque sólo será de “dientes para afuera”. Trujillo hace gala de su efectista retórica tropical para exaltar la vocación democrática de la juventud mexicana y termina con un piropo para las sanmarqueñas, “bonitas que domeñan con honor”, que cantara nuestro bardo José Agustín Ramírez . Luego, la emprende raudo hacia Acapulco.

El jovial y dicharachero tabasqueño es alcanzado por una ruidosa caravana de autos cuando ha cruzado apenas el puente de La Estancia. Detiene el suyo a pedido de los persecutores y se aparta con ellos hasta la sombra de una frondosa parota. Solo minutos después de aquel diálogo, el más tarde gobernador de Tabasco (1971-1976) retorna presuroso San Marcos donde la celebración priista no decae.

Representante del CEN del PRI en Guerrero, una suerte de procónsul romano, Trujillo García invalida el acuerdo de la asamblea de los famosos sectores priistas –CNC, CTM, CNOP– avalado minutos ante por él mismo . Despoja de la candidatura a un joven sudoroso y hasta ese momento sonriente y declara auténtico candidato del Revolucionario al individuo que había encabezado al grupo de la carretera.

– “Fue un error de línea” –justifica su acción un sonriente Trujillo acallando las ruidosas protestas con un “¡quéjense donde tengan que quejarse!”.

El ¿what? salido de centenares de gargantas sanmarqueñas seguirá resonando por mucho tiempo en aquella plaza. No faltarán entonces quienes adjudiquen la insólita rectificación al poder del cacique, junto con una gorda talega de billetes con un puño de cualilas para hacerla más pesada.

Entre aquellos estará el señor “licenciado” Arbea, testigo inadvertido de la transa.

El “atoleducto” de Arbea

El licenciado Arbea concebía el hambre como la peor consejera de los pueblos. Él mismo la había padecido en grados extremos. Sus postulados sociales se acomodarán entonces muy bien al refrán popular de “barriga llena corazón contento”. Congruente con tal pensamiento, sus propuestas como candidato a la presidencia municipal de San Marcos –si el voto del pueblo me favorece– girarán en torno a la alimentación popular y en general al bienestar de la familia.

Es aquí donde nace el proyecto del “Atoleducto de San Marcos”. No para dar al pueblo atole con el dedo, según costumbre inveterada de los políticos, sino para posibilitar el feliz amanecer de los sanmarqueños. ¿Qué mejor despertar que un jarro de atole calientito en la mesa?, preguntaba el candidato luego de explicar su proyecto. Lo hacía con tanta vehemencia que provocaba rechupetes en la audiencia.

El “atoleducto”, como su nombre lo dejaba intuir, consistía en la distribución domiciliaria de atole. Insólita pero posible. ¿No acaso se distribuye así el agua potable?, preguntaba. Podría usarse la misma red hidráulica o bien construirse una paralela. Las dos llaves clásicas de los fregaderos tendrían por primera vez utilidad práctica: la fría para el agua y la caliente para el atole.

Los habría de todos los sabores, determinados por la demanda de los usuarios y las frutas de la estación. El boiler de gas o leña sería útil aunque no imprescindible para tomarlos calientitos a toda hora. Los domingos se distribuirá un champurrado eficacísimo contra las crudas, receta guardada por Arbea con tanto celo como el amigo Miguel Ángel Arzeta guarda hoy la de su sabroso pollo de La Fogata.

Rico atolli

Los días grandes como los aniversarios de la Independencia y de la Revolución, el “atoleducto” de Arbea reservaría muchas sorpresas para los beneficiarios. Ofrecería un auténtico festival nacional de atoles, surtiendo sin costo adicional los más renombrados del país. El xocoatolli o atole agrio de Chiapas y Oaxaca; el xote de Puebla, hecho con maíz y cacao; el pozol de Tabasco; el blanco puzcua de Michoacán, que se acompaña mordiendo piloncillo. El atol de granío –maíz martajado a medio moler– de Comitán, Chiapas; el atole de chile ancho de Zacatecas; el cuatole de Oaxaca, con miel y chile; el atole María Gorda, de maíz  –leche, azúcar y canela–; el chileatole a base de masa, chiles serranos y epazote y el tejate oaxaqueño: maíz cocido con cenizas, cacao tostado y piste tostado (almendra de mamey). Se sirve endulzado con bastante hielo.

Las bondades alimenticias del atole eran exaltadas con entusiasmo por el candidato en demanda del voto de su pueblo.

–Mi madrecita santa me crió con puro atole y ¡mírenme!, –proclamaba orgulloso, aunque alguien le aconsejará ya no hacerlo para evitar sonrisas maliciosas.

El atole y los tamales forman un binomio indisoluble en la mesa mexicana a partir del México prehispánico. Así lo consigna el maestro José Iturriaga en su libro Tacos, tamales y tortas. Basado o no en esa premisa, el candidato Arbea prometía –si el voto del pueblo me favorece–, desayunos escolares para la infancia sanmarqueña a base de aquél binomio. Dos tamales, uno de pollo con pasas y otro rojo de dulce (“herido”), acompañados por un pocillo de atole.

Falto o no de razón, según acusación de los voceadores sus competidores, el licenciado Arbea hacía gala de una imaginación rica y versátil nunca desacreditada por sus rivales políticos. Su premisa electoral –si el voto del pueblo me favorece– iba más allá de la tradicional, carente de sustancia y emoción. La promesa del “atoleducto” satisfacía por sí misma las expectativas más exigentes pero había más. ¡Claro que había más!

La propaganda

“El candidato Arbea –advirtámoslo… no convocó jamás a un acto proselitista tumultuario, como se hace hoy pese a la pandemia. Su nombre no se leyó en ninguna manta gigantesca y tampoco su efigie lució en cartel alguno con poses de Pedro Infante, ellos, y María Félix, ellas. La propaganda de esta singular candidatura se concretó a las pláticas comunitarias y al voceo estridente del propio aspirante. Al pregón barítono de las noticias, el licenciado añadía su reclamo electoral, siempre precedido de aquello de “si el voto del pueblo me favorece”.

–¡Lea usted, las mañoserías del comisario municipal de Chacalapa que se clavó lo de la feria de Santa Rita, robo por lo que ahora el cura lo va a “descomulgar”… Lea usted las declaraciones del alcalde de Pungarabato que dice que a él lo puso el gobernador para que se ayudara y no para hacer obras… Y no se olvide de votar por el licenciado Arbea para la presidencia municipal de San Marcos, el único que no viene a hacerse rico con el sudor de los sanmarqueños, como todos los demás…¡Lea usted!

Las propuestas electorales de Arbea fueron escuchadas en plazuelas por auditorios magros. Media docena de campesinos somnolientos e indiferentes, chamacos chirundos correteando y perros estragados como el propio candidato, siempre esperanzado a que el voto del pueblo llegara a favorecerlo. (Continuará).