20 marzo,2023 5:23 am

Sierreños y calentanos

Silvestre Pacheco León

 

En el año de 1963 la inseguridad y el miedo habían hecho víctimas a los pobladores de Loma Bonita en Petatlán, muy cerca de la playa La Barrita. No pasaba un domingo sin que apareciera un muerto bajo el puente de la carretera federal. Los habitantes tenían en la mira a dos sospechosos como autores de los crímenes, los dos llegados de otra parte, uno originario de Tierra Caliente, y el otro venido de la sierra de Petatlán.

–Seguramente fue el calentano –decían algunos vecinos comentando después de levantar al muerto.

–Para mí que fue el sierreño –comentaban otros.

El hecho es que entre la población había mucho temor porque los asesinatos se sucedían sin que ninguna autoridad se preocupara del caso.

Los comentarios de los adultos sobre los asesinatos en el pueblo no pasaban desapercibidos para los niños que elaboraban su propio razonamiento.

Entre ellos se estableció una competencia acerca de quien podía ser más malo entre los asesinos, el “sierreño” o el “calentano”.

En ese mismo año llegó a la comunidad el profesor Félix Echeverría para hacerse cargo de la dirección de la primaria Justo Sierra.

En el primer día de clases, recuerda el maestro, muy temprano llegó a la puerta de la escuela para recibir a los niños y saludar a las mamás.

Entre los alumnos que llegaban contentos a la escuela apareció uno, quizá el más pequeño que no parecía compartir la alegría de los demás, quien se aferraba de la mano de su madre resistiéndose a entrar al plantel, hasta que el maestro intervino en auxilio de la madre tratando de tranquilizar al niño.

–No te asustes hijo –le dijo para tranquilizarlo– estarás acompañado de tus compañeros, vas a jugar y todo será divertido.

Pero el niño parecía que no escuchaba las palabras del maestro aferrado a la mano de su madre.

–¿Qué le pasa al niño? –inquirió el maestro interrogando a la mamá.

–No sé lo que le pasa pero de buenas a primeras me dijo que no quería venir a la escuela.

–Oiga, ¿no tiene que ver con el miedo por lo que se platica de los muertos? –preguntó el maestro.

–No, no creo –dijo la mamá.

–A ver hijo –interrogó el profesor–, ¿tienes miedo de quedarte en la escuela por los muertos?

–No –respondió el niño– no tengo miedo por eso. Quiero ir mejor a otra escuela.

–Pero aquí no hay otra escuela hijo –le explicó la mamá–. Dinos por qué esta escuela no te gusta.

–Es que mis compañeros dicen que el más malo de los que matan es el sierreño y que quienes vienen a esta escuela son sierreños.

–Cómo que sierreños si todos son de Loma Bonita –respondió el profesor quien con toda calma trató de explicarle al niño que las personas que vivían en la sierra eran igual que los demás, que había personas buenas y malas como en todas partes, que nadie tenía derecho de hablar mal de ellos.

El niño que pareció entenderle al maestro, ya en confianza le dijo:

–Es que en el pueblo dicen que todos los de esta escuela se hacen malos como el “sierreño” porque así dice el nombre de la escuela.

Entonces el maestro cayó en la cuenta de que era el nombre de la escuela lo que dio pie a esa broma de llamarle sierreños a los alumnos de la escuela primaria Justo “Sierra” y como no era cosa de cambiarlo, el profesor se propuso explicar en cada grupo la valía del personaje que le daba nombre a la escuela, de tal manera que no hubo desde entonces alumno que desconociera la vida de aquel mexicano de provincia que sobresalió como estudiante y supo relacionarse con los portadores de la cultura de su tiempo en la Ciudad de México, destacado intelectual, escritor y periodista, poeta y filósofo, alumno del guerrerense Ignacio Manuel Altamirano, diputado gracias al cual se reconoció a la educación pública y gratuita como un derecho, fundando los desayunos escolares y promoviendo la cultura.

¿Que es un steward?

Carlitos era el joven ayudante en el camión de pasajeros que manejaba su papá en la ruta de Petatlán a La Unión, en los años cuando comenzaba el auge del turismo y los empleos en los hoteles de Ixtapa y Zihuatanejo.

En el servicio de transporte Carlitos siempre atento para ayudar a cobrar el pasaje a su papá se fijaba en el señor que todas las mañanas esperaba el camión enfrente de la clínica del IMSS de Zihuatanejo. Impecablemente vestido con el uniforme del hotel, a Carlitos le llamaba la atención ese señor hasta cierto punto elegante y siempre puntual. Curioso Carlitos le preguntó un día qué era en el hotel y el hombre le respondió que era “steward”.

Con ese nombre raro que nunca había oído, Carlitos pensó que se trataba de un empleo nuevo y que podía ser interesante.

–De grande yo quiero ser como él –se dijo para sus adentros pensando en cómo se vería vistiendo el uniforme elegante y distinguido.

Un día en que contrataron del hotel a su papá para dar el servicio de transporte al personal donde trabajaba el personaje elegante, Carlitos tuvo oportunidad no solo de conocer las instalaciones del hotel, sino de entrar al comedor del personal y compartir con ellos el almuerzo.

Curioso como todos los niños ya desayunado comenzó a caminar por el comedor del hotel hasta llegar a la cocina donde le impresionó el tamaño de los trastes, sobre todo de los peroles en lo que se cocía la comida y donde podía caber una persona parada, tal y como veía en ese momento cuando un hombre se afanaba metido hasta el fondo del bote para lavarlo.

Y fue grande su sorpresa cuando miró que quien salía del perol recién lavado era alguien a quien él conocía pero que de pronto no lo identificó, hasta que pasados unos segundos descubrió que se trataba del hombre elegante que todos los días se subía al camión de su papa. Y no pudo quedarse callado ante la impresión de modo que acercándose le preguntó, qué hacía usted dentro del bote.

–¿Quién dejó entrar a niños a la cocina? – gritó molesto el hombre.

El niño no esperó la respuesta y salió corriendo de regreso hasta su padre y en cuanto pudo le preguntó:

–Oiga apá ¿usted sabe qué es un steward?

–Sí mi’jo, es un lava trastes.