19 enero,2024 7:59 am

Sobrevive a Otis una familia propietaria de lanchas de fondo de cristal por su conocimiento del mar

Intentan salvar sus embarcaciones, pero la fuerza del meteoro nulifica sus esfuerzos y las destroza

Acapulco, Guerrero, 19 de enero de 2024. Cinco integrantes de una familia propietaria de lanchas de fondo de cristal en Caleta y un trabajador de ellos decidieron pasar el huracán Otis dentro de sus cinco embarcaciones para salvarlas, pero quedaron destrozadas por los vientos que parecían un remolino y las enormes olas, todos nadaron para sobrevivir y uno de ellos fue arrastrado hasta la isla de La Roqueta.

Llevaban comida y gasolina porque la intención era luchar contra el huracán con el motor encendido y evitar que las embarcaciones chocaran contra las rocas, “pero esto fue un monstruo, una cosa jamás vista realmente”, dijo Juan Miranda Mendoza, quien tiene 64 años y desde los 12 trabaja en los paseos recreativos de Caleta a la isla de La Roqueta.

El problema es que el huracán fue como un “remolino” porque los vientos entraban por el noroeste y el sureste, lo cual no permitía controlar la embarcación como lo habían hecho en otros fenómenos naturales anteriores.

La lancha en la que iba Juan estaba en Caletilla, pero se hundió y las olas lo arrastraron enfrente de la isla de La Roqueta y lo llevó mar adentro cerca de los riscos que conforman la colonia La Mira, “ya posteriormente vi una ramazón de una copa de árbol muy grande y de ahí me agarré”.

Su hijo René Miranda Suástegui estaba en otra lancha, en el mismo lado de Caletilla, y cuando arreció la lluvia en la madrugada se empezó a llenar de agua, entonces ya no podía manejar la embarcación porque al mismo tiempo tenía que sacar el agua.

Una de las tantas embarcaciones que quedaron sueltas chocó directamente con la lancha en la que iba René y “los golpes me aventaban pa’ un lado, para otro lado y ahí estuve resistiendo con la máquina lo más que pude”.

El agua empezaba a llegar hasta sus rodillas y las dos embarcaciones que quedaron enganchadas empezaron a ser arrastradas en el canal entre Caleta y la isla de La Roqueta; una ráfaga de viento arrancó el techo de la lancha y René sólo pudo concluir: “esto ya valió”.

Esperó hasta que se hundiera la lancha completamente, ya traía su chaleco salvavidas puesto, y quedó flotando en el mar; no se veía nada, la luz ya se había ido en la ciudad desde hace más de dos horas, y sólo escuchaba con mayor intensidad que las olas rompían en una estructura.

“Ya cuando me subí, un relámpago me ilumina y veo Palao; ay, caray, estoy acá en el Palao, atravesé de aquí del Bocachica pa’l Palao. El muelle del Palao ya estaba roto totalmente, solamente estaba la parte de enfrente que es la de cemento, todo lo demás, como es madera, pues ya se lo había llevado”.

No pudo entrar al restaurante a refugiarse, lo único que alcanzó a hacer fue abrazar un poste que estaba al inicio del muelle, “pero no resistí porque pues las olas tapaban el muelle y cada ola me bañaba y me azotaba y me azotaba; aguanté tres olas, ya en la cuarta ola me volvió a aventar al mar”.

El mar lo revolcaba en las rocas de la orilla de la isla y René se quería sujetar en alguna de ellas, “pero no podía, era una licuadora; yo sentía palos, sentía ramas, pedazos de madera, fibras chocaban conmigo, donde me revolcaba a mí”. Sentía que se ahogaba porque las enormes olas lo sumergían, pero lograba salir “y respiraba tantito y de nuevo para abajo”.

Después de un rato, el mismo mar lo llevó a la playa Las Palmitas, la intensidad del huracán bajó un poco y René nadó y nadó hasta llegar a un canal que se encuentra detrás de la isla de La Roqueta, donde se pudo subir a unas rocas y esperó hasta que amaneciera.

La incipiente luz del sol le permitió ver el arrastre lento de los cayucos hacia mar adentro, “incluso alcancé a ver a lo lejos vi unas personas como que iban nadando, pero no pudieron hacer nada” a pesar de que traían puestos chalecos, al igual que René. Era a la altura de la casa de John Wayne, pero “yo en las rocas no podía hacer nada”.

Un cayuco pasó cerca de donde estaba René, él le hizo señas y las personas fueron por él y lo regresaron a Caleta, donde se dio cuenta que ninguna lancha de fondo de cristal, salvo algunas que fueron arrastradas por el mismo huracán a la orilla de la playa. Todos los restaurantes estaban destruidos.

Por su parte, su papá Juan había nadado desde las 6 de la mañana hasta las 7:10 hasta la playa La Angosta, es preciso en la hora porque llevaba un reloj que aún lo trae en su muñeca izquierda, y ahí lo rescataron algunas personas.

Fue hasta las 10 de la mañana que el papá y el hijo se reunieron en su casa en Caleta, a donde llegaron caminando. El resto de la familia también sobrevivió, el yerno de Juan y su nieto de 12 años estaban en una lancha, pero se lanzaron al mar hasta que se partiera en dos con unas rocas; un sobrino de Juan y un trabajador de la familia, Israel, estaban cada quien en embarcación y corrieron con la misma suerte.

–Después de vivir esto, ¿tú qué piensas de todo, de la vida, de seguir vivo?, se le preguntó a Rubén, quien tiene 33 años y desde los 8 era llevado por sus papás a las lanchas.

–No, pues ahora sí que fue una oportunidad que me dio la vida, me dio Dios la verdad, porque pues muy afortunado porque ves la historia de otras personas del mar, marineros, capitanes que pues no tuvieron la suerte de regresar realmente. Y ahora sí que tratar de aprovechar la oportunidad que me dio Dios y vamos a tratar de recuperar nuestras embarcaciones.

“Y ya ahora sí cuando venga otro fenómeno, pues ya creo que ya no me vuelvo a meter al mar, ahora sí que pase lo que pase, lo que tenga que pasar, se pierden las embarcaciones”, dijo con una ligera sonrisa nerviosa.

Juan quedó con algunas marcas de las heridas que tuvo durante aquella noche, “tornillazos de las lanchas”, pero sobrevivió, al igual que el resto de su familia, porque “cuenta mucho la experiencia que tenemos en el mar, por eso no se murió nadie de nosotros, bendito sea Dios y la virgencita, no nos pasó ningún percance en la parte de aquí”.

Texto: Ramón Gracida Gómez