31 agosto,2020 5:32 am

Tecnologías y modelo educativo

Jesús Mendoza Zaragoza

 

Ha comenzado ya el nuevo ciclo escolar con las adecuaciones necesarias para los tiempos de pandemia, con el apoyo de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación, que ya han sido utilizadas desde hace años para tareas formativas y educativas. Los estudios a distancia, en línea o abiertos ya cuentan con un historial, sobre todo en los niveles profesionales o de postgrado. La novedad ahora es que nos hemos visto forzados a utilizarlos en todos los niveles, desde la educación primaria, secundaria y medio superior.

Las herramientas tecnológicas representan un logro importante para los estudios y, afortunadamente, va creciendo la oferta que busca responder a necesidades de buena parte de la población que, de esta manera, tiene acceso a los estudios profesionales. Pero en los niveles inferiores de estudios muestran límites muy importantes para los procesos educativos que sólo pueden ser superados de maneras presencial. Por eso, hay que pensarlas como un recurso técnico para tiempos de emergencia y no como la forma normal de desarrollar la educación. En todo caso, estamos ante la oportunidad de incorporar las nuevas tecnologías en los procesos educativos en todos los niveles.

Si concebimos la educación como un proceso de transformación de las personas para lograr su pleno desarrollo, en el que éstas tienen una contribución primordial, hay que pensar en que una de esas condiciones necesarias son los espacios específicamente educativos. Dos son los más visibles, a mi juicio, por su fortaleza institucional: la familia y la escuela. Son espacios con finalidades diferentes pero unidas en una misma intencionalidad: participar y acompañar para que cada educando se vaya “convirtiendo en persona”, en términos de Carl Rogers.

Se ha discutido mucho sobre la parte que le toca a la familia y la parte que le toca a la escuela. Solo quiero señalar que ambas son partes complementarias que, desde la perspectiva particular de cada una, inspiran valores, generan conocimientos, construyen actitudes y forman personas. No es que a la familia le toque inspirar valores y a la escuela le toque generar conocimientos. Tienen que lograr la transformación de los educandos, aunque de modo diferente.

El caso de la familia es muy particular. Cada familia tiene condiciones diferentes para lograr su tarea educativa. En muchas de ellas hay condiciones de alta vulnerabilidad y disfuncionalidad, lo que no les permite poner su parte en la educación, o lo hacen de manera deficiente. Las condiciones económicas, culturales y sociales determinan sus capacidades educativas, para mejorar o empeorar. Se requieren políticas públicas enfocadas directamente al fortalecimiento de las familias, de manera que logren capacidades educativas eficaces y duraderas.

Por lo que toca a la escuela, tanto la pública como la privada, es determinante el modelo educativo que se desarrolla, pues el enfoque fundamental define los resultados. Cuando la escuela busca preparar a las personas con un enfoque laboral, con el fin de responder a la demanda del mercado, prevalece la dimensión técnica y práctica. Prepara gente para trabajar, para que ingrese a la dinámica de la oferta y de la demanda laboral. Por eso, se ha dado el auge de la formación tecnológica y comercial. Hay una larga lista de carreras que funcionan en este sentido, despertando y promoviendo habilidades, sin más.

Otro caso diferente es el caso de la escuela que se enfoca a preparar personas para la vida, con un acento más humanista. En este encuadre, no se desecha lo técnico, sino que se incorpora dentro de una visión más integral del ser humano. Las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación son asumidas como herramientas que ayuden a formar y a transformar a las personas para transformar el mundo mediante capacidades técnicas, además de las éticas, estéticas, sociales y comunitarias. El enfoque humanista se ha abandonado porque la modernidad nos hizo creer que bastaba la ciencia que genera la tecnología y que podíamos lograr mejores condiciones de vida abandonando las dimensiones espirituales, artísticas y sociales que los seres humanos tenemos.

De esta manera, la educación es la gran herramienta para construir ciudadanía, ayudando a que cada persona se convierta en sujeto de su propio desarrollo y en protagonista de las transformaciones sociales que sean necesarias. De ahí que la escuela es el espacio privilegiado para educar en la democracia como sustento de una sociedad justa y pacífica. Por eso es esencial para la escuela la interacción entre personas, grupos y comunidades, en el cometido de la educación que transforme personas que sean capaces de transformar su entorno. Así se va forjando el pensamiento crítico, la creatividad y el horizonte de la trascendencia.

Hay aprendizajes que la pandemia nos está recordando y que tenemos que integrar con fuerza en la educación, tanto en la escuela como en la familia. Tenemos que aprender a cuidar la Tierra como un ser vivo, que nos prodiga la vida y el futuro. Tenemos que aprender actitudes que faciliten las relaciones humanas y sociales. Tenemos que lograr mejores hábitos alimenticios. No basta prohibir los alimentos chatarra y las bebidas azucaradas en las escuelas para lograr el fortalecimiento de la salud a partir de una alimentación sana. Hay que educar intensamente a toda la comunidad, pero de manera particular a quienes van creciendo.

A fin de cuentas, hay que pensar en un modelo educativo que, apoyándose en herramientas pedagógicas y tecnológicas prepare para la vida y para la transformación del mundo. Y en el que haya una participación y una colaboración entre los diferentes actores presentes en la educación, como los padres de familia, el magisterio y las autoridades. Y en donde la centralidad de los procesos educativos esté en la persona del educando, en su crecimiento, en su transformación, en cuanto que se haga capaz de pensar, de ampliar su horizonte, de escuchar, de cuidarse y de cuidar, de colaborar y de aceptar a quienes son diferentes.

Hoy por hoy, nos toca aprender a manejar las tecnologías no para suplir los procesos educativos, sino para incorporarlas para que, en su momento, cuando la pandemia lo permita volvamos a lo esencial de la educación: construir personas.