11 julio,2022 5:36 am

Turbulencias en el sur

Vidulfo Rosales Sierra

 

Carlos Carbajal periodista gráfico de El Sur captó la imagen siniestra de la muerte que danza en la playa de Caleta. Al fondo se observan varias personas nadando en las aguas azul turquesa del paradisiaco puerto de Acapulco, al lado mesas y sillas con personas que descansan sin mayor asombro. Sobre la arena una persona yace sin vida. Alrededor las fuerzas de seguridad y personal de la Fiscalía General realizan las diligencias de levantamiento del cuerpo. Los hechos violentos se registraron en noviembre de 2021.

Una imagen similar captaron los medios de comunicación en junio de este año. El cuerpo inerte de un distribuidor de pollos tirado debajo de un local del mercado Baltazar R. Leyva Mancilla de Chilpancingo, mientras locatarios siguen vendiendo y las personas sin rubor realizan sus compras. La muerte deambula por playas y mercados. Los grupos delictivos con toda impunidad matan a la luz del día en los lugares más concurridos. Ya no se tienen que esconder. Se saben intocables por las fuerzas de seguridad y las autoridades. El Estado, sus instituciones y leyes han sucumbido ante el poder de la violencia.

Todos los días muertos por doquier, enfrentamientos armados en varias ciudades. Es la ley de las balas la que prevalece, sin que haya visos de que la situación cambie. Pretenden que nos acostumbremos a este paisaje siniestro. Abrir el periódico y encontrar la noticia de dos o tres muertos diarios ya no nos interpela. Es la cotidianidad, muertes y desapariciones como forma de vida en nuestro estado. Solo las familias saben el dolor que sufren por la pérdida de sus seres queridos.

Por lo demás, las condiciones de pobreza de los municipios y pueblos siguen en los niveles más ínfimos. Los informes oficiales nos siguen colocando en los primeros lugares de marginación. Los pueblos indígenas siguen siendo discriminados y no se reconocen sus derechos a la autonomía y libre determinación. Las deudas al sector salud y al educativo son estratosféricas y no hay forma de pagar. Ciudades como Acapulco, Chilpancingo, Iguala, Taxco y Tlapa padecen serios problemas con la basura y escasez de agua. Principalmente los capitalinos sufren por la falta del vital líquido.

Mientras los ciudadanos de a pie padecemos la escasez, la pobreza, la violencia, la muerte y desaparición, el gobierno no atina a diseñar un asidero institucional que marque una salida de este vendaval de calamidades sociales en que nos han colocado décadas de gobiernos caciquiles, corruptos y opresores. Una jefa del Ejecutivo con pocas ideas, rodeada de un equipo de asesores con una visión acartonada y cargada a la derecha, temerosos de dar un paso al lado de los de abajo, de los campesinos que defienden sus tierras y sus bienes naturales, de los pueblos indígenas, de los defensores de derechos humanos y de los sindicatos que luchan por sus derechos. En suma, un gobierno aletargado que no atina a construir políticas que pongan las bases para romper con el cacicazgo, incapaz de realizar uno o dos actos de gobierno que impliquen un golpe de timón, que caracterice un gobierno distinto, como la reforma indígena, la coadyuvancia con el caso Ayotzinapa, un plan para la investigación de las y los defensores de derechos humanos asesinados y la búsqueda de los miles de desaparecidos.

Pareciera que solo apagan fuegos cuando éstos emergen. Hasta que los actores sociales se movilizan son atendidos sin construir una ruta de solución de los problemas y luego que la movilización cesa nadie da seguimiento a los conflictos. Creen tener controlada la inconformidad social. Consideran que el bono de aceptación de Morena y del presidente de la República les alcanza para contener el enojo social. Ignoran la complejidad de un estado agraviado y esquilmado por una clase política rapaz sin compromiso social con los de abajo.

Mientras tanto los políticos se la pasan en fiestas, milongas, desfiles y reuniones fatuas. Todos aceitan la maquinaria electoral. Las concentraciones son para mostrar fuerza a los oponentes. En sus cónclaves despliegan discursos superficiales sin profundizar en los graves problemas de la entidad. De qué nos sirve que en sus convenciones digan que apoyan a la cuarta transformación y al presidente de la República, que su compromiso es no robar, no mentir y no traicionar, si los pueblos indígenas y campesinos no tienen para comprar los productos de la canasta básica, no hay servicios médicos suficientes, si los defensores como Vicente Suástegui siguen desaparecidos, si no sabemos nada de los 43 jóvenes de Ayotzinapa, si a los pueblos indígenas se les niega el reconocimiento de sus derechos, si los miles de desaparecidos no son buscados y las mujeres siguen siendo víctimas de violencias.

Mientras el Ejecutivo transita por el ejercicio de un gobierno sin rumbo, el Legislativo dominado por diputados que son del partido en el poder, se muestran como un grupo de ladinos, racistas y con una visión neocolonial que ha dado la espalda a los pueblos indígenas negándose a legislar para reconocerles sus derechos. Abandonando la lucha de la izquierda parlamentaria que históricamente ha acompañado esta demanda. Las reformas sin consulta que han impulsado son totalmente regresivas y más restrictivas que las que promovió el gobierno del PRI en la administración pasada. Con supina ignorancia se arrogan la potestad de dar o negar derechos. ¿Ellos quiénes son? Resultado de procesos electorales turbios, plagados de cochupos y componendas obscenas. Ahora pretenden ser los que den o quiten derechos. Ellos quieren decidir el destino de los pueblos indígenas y afromexicano. El reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas pudo haber sido el sello distintivo de un gobierno de izquierda, pero sus actos son peor que los gobiernos caciquiles de otros partidos. ¿Qué diferencia hay entre Morena y los gobiernos caciquiles que de un plumazo quitaron los derechos que ya habían sido reconocidos a los pueblos indígenas? ¿Por qué tendríamos que votar por este partido? Más bien ¿por qué tendríamos que votar si todos nos han pisoteado y discriminado?

El pueblo está resintiendo la ineficacia de este gobierno que está distraído en otras cosas. Por ello varios sectores se han visto en la necesidad de movilizarse. Todos los días se registran marchas y bloqueos en Acapulco y Chilpancingo. A la gente le queda claro que solo así van a tener respuestas a sus demandas. Pese a la represión que el gobierno ha emprendido para acallar las movilizaciones éstas no se detienen. En los primeros días de junio el gobierno amenazó que no permitiría un bloqueo más. Sin embargo, las madres y padres de los 43 irrumpieron en las calles y las movilizaciones de otros sectores continuaron con posterioridad.

Pero la movilización espontánea será insuficiente para constituir un contrapeso a este gobierno. Es menester que las organizaciones sociales realicen mayores esfuerzos de articulación con miras a construir un referente estatal anticapitalista, de izquierda, respetuoso de todas las formas de lucha, con el objetivo de exigir la solución de las demandas sociales y de justicia, pero también impulsar una ruta de lucha que eleve la conciencia de clase, que genere una ruptura con el cacicazgo y transite a un cambio verdadero.

De nada sirve seguir pidiendo reuniones con un gobierno que va a la deriva, incapaz de resolver demandas sociales y de justicia muy concretas. Ello implica seguir esperando más de lo que este gobierno puede dar. Tienen que ser los actores sociales de abajo los que se movilicen, los que exijan respuestas, los que empujen los cambios, los que rompan con el andamiaje caciquil responsable de la miseria en la que nos encontramos.