29 noviembre,2021 5:32 am

Un sueño costeño

Silvestre Pacheco León

 

Confieso que aún convencido en el nivel teórico que el intangible valor de la cultura podría convertirse en una palanca de desarrollo, durante muchos años traté de conocer, sin éxito, alguna experiencia al respecto en el estado, hasta que casi convencido de su irrealidad me encontré que precisamente en la región donde vivo se había concretado aquel precepto.

Sin advertirlo, la rica cultura costeña se convirtió en la cabecera ejidal del Coacoyul, en el atractivo regional para que los visitantes de Zihuatanejo e Ixtapa interesados en alimentar el espíritu extendieran su estadía para conocer y disfrutar la cultura local que con el lema acuñado en la cumbre de la tierra de Río de Janeiro, “ pensar global y actuar local” trascendió vinculando la naturaleza con la cultura, la historia y el arte, gracias al genio y la iniciativa de un grupo de artistas que a fuerza de trabajo cumplieron la visión de futuro para su lugar de “nación”.

El proyecto incluye la puesta en práctica de los adelantos científicos y tecnológicos para la modernización de las plantaciones de cocotero que han sido vitales en la economía regional incluyendo ahora para fines turísticos los vestigios culturales de las tribus originarias descubiertos en la Soledad de Maciel con su majestuoso juego de pelota.

Esta idea fue ganando adeptos a partir de la iniciativa desplegada por el arquitecto Jesús Espino quien agradecido de las bondades del cultivo del cocotero cuyo beneficio le sirvió para estudiar, construyó el Museo del Coco casi con sus propios recursos para divulgar la riqueza de esa palma procedente de Asia.

Cuando sus amigos de juventud conocieron la obra realizada y las vicisitudes para conseguir financiamiento público se solidarizaron con él y coincidieron en secundarlo sin abrigar esperanzas en el apoyo oficial para evitar la dependencia, acordando atenerse a sus propios recursos y medios valorando la importancia de defender su independencia.

Quienes así actuaron no eran personajes cualquiera, sino destacados pintores procedentes de la misma región con la experiencia mundana que adquirieron en su roce con otros artistas de fama internacional y como viajeros del mundo.

El proyecto que integra a prácticamente toda la comunidad ha erigido a su pueblo en modelo a seguir porque con este proyecto la comunidad ha recuperado el tejido social y la paz, impactando a la economía con mayor oferta de empleo y el espacio para emprendedores de negocios.

Todo lo han hecho posible identificando lo que en su entorno tiene algún valor cultural que pueda ser de interés para un sector de los miles de turistas que llegan cada año a Zihuatanejo e Ixtapa de tal manera que por esa razón y atractivo deciden extender su estadía.

El Coacoyul, poblado que se localiza a un cuarto de hora al oriente de Zihuatanejo se fundó en la planicie costera en torno a fincas agrícolas y ganaderas que vivieron sus mejores tiempos en la época colonial deviniendo con el tiempo en un lugar de grandes plantaciones de cocoteros que lo visten de un verde electrizante por la fuerza benévola del sol.

Está bañado temporalmente por los arroyos del Coacoyul y Miguelito cuyas venas dan vida a un rico sistema de esteros donde la laguna Caña de Agua que marca los límites del pueblo preserva aves y animales característicos de la región que ahora se muestran como atractivos.

En un día cualquiera uno puede ser testigo de la reacción que tienen los turistas que llegan al lugar buscando algo interesante de manera que comienzan por admirarse de la apacible vida del pueblo.

Los guías de turistas habilitados entre los vecinos como tales explican con detalle a los paseantes la historia local, desde la época prehispánica enumerando el conglomerado de tribus que poblaron la región y el modo que tenían de relacionarse con el imperio azteca al que tributaban productos propios del mar (conchas y caracoles) pero también de la agricultura incipiente, cacao y algodón. Luego la etapa de la conquista española y su relación con las nuevas rutas marítimas descubiertas en el primer viaje de ultramar que se realizó desde nuestro continente en las naves del Santiago, el Espíritu Santo y la Florida, capitaneadas por Álvaro de Saavedra y Cerón, primo de Hernán Cortés que zarparon desde la playa de la Madera un día del año de 1527. Todo lo anterior salpicado de una que otra historia de piratas y naufragios con su secuela de sobrevivientes europeos, algunos de los cuales tuvieron grandes familias y relevancia política.

Así hasta llegar a los tiempos actuales cuando se hicieron realidad los proyectos de moderna infraestructura para aprovechar las bellezas naturales como atractivo turístico en la región.

Cuando muchas preguntas y comentarios se han formulado en las cabezas de los visitantes que escuchan atentos ya el vehículo de transporte ha traspuesto la puerta de acceso a una huerta de cocoteros donde atrae la vista el mural monumental construido como si fuera la puerta a un mundo de colores que los hospitalarios vecinos invitan a conocer.

Es la obra de los hermanos Leonel y Carlos Maciel, pintores de altos vuelos que secundaron la iniciativa del arquitecto Jesús Espino haciendo realidad sus sueños compartidos en su juventud.

Los artistas pintores son vecinos del poblado Soledad de Maciel cuyo nombre e historia aunque parecidos preceden con muchos años a la novela de Gabriel García Márquez, Cien años de soledad y también al ensayo de Octavio Paz, El laberinto de la soledad. El mural con sus dibujos alegóricos y míticos cuenta infinidad de historias locales de cuya expresión pictórica se hacen cargo los dos hermanos aludidos que han recogido de las pláticas de sus vecinos y de las suyas propias que son un alarde de imaginación y colorido las cuales, pintadas por sus diestras manos les han dado fama y prestigio en el mundo artístico nacional e internacional.

Después de mirar de cerca con detalle la maestría desplegada en el mural los turistas miran con nuevos ojos el fondo exuberante de palmeras, un abigarrado de melenas alborotadas que contienen todos los tonos de verde para competir con el azul del cielo salpicado de nubes blanquísimas.

Eso lo hacen mientras degustan la incomparable agua de coco en el restaurante bautizado precisamente como El Palmar. Museo y restaurante son de una fina construcción de estilo costeño, un derroche de madera con la que se sostiene el techo entretejido con palapa. Restaurante y museo comparten la espesa y fresca sombra de un árbol de tamarindo que invita al descanso.

La obra pictórica tiene tal fuerza de atracción que muchos visitantes llegan solo con el propósito de admirarla, por eso muchos consideran que es un tributo que los artistas han hecho a la región un poco inmerecido por los lugareños debido a que la mayoría de ellos no han tenido la oportunidad de desarrollar su sensibilidad para apreciar la obra de estos caballeros del arte que no olvidan sus raíces.

Todo esto es un sueño, apenas un deseo realizable que ha empezado a conseguir adeptos en esta era de cambios radicales.