17 julio,2018 5:00 am

Una lección de surf

Abelardo Martín M.
Auténtica pesadilla son los largos cinco meses de transición para que Andrés Manuel López Obrador, convertido en la esperanza de cambio, asuma el poder y auténticamente gobierne, y no sólo ocupe todos los espacios mediáticos, lo que se convierte en un seguro desgaste, a menos que ordene un repliegue y permita que el gobierno de Enrique Peña Nieto entregue el mando y concluya su mandato.
El nuevo gobierno aún no llega y el viejo todavía no se va, con todo lo bueno y lo malo que esto conlleva. En países como España, Francia o Inglaterra, el cambio de gobierno ocurre de inmediato; en Estados Unidos, las elecciones son en noviembre y la toma de posesión en enero. Aquí la elección es en julio y la toma de posesión en diciembre. Larguísimos meses que provocan un vacío difícil de llenar como no sea con desgaste para el que llega y respiro, si acaso, para quien se retira.
En los estados, el golpe electoral o tsunami como le llaman muchos, comienza a ser registrado. En Guerrero, dos semanas después de la jornada electoral, las cifras estatales ya están concluidas, aunque en algunos de los casos hay impugnaciones de los partidos y coaliciones perdedoras que todavía pueden producir algún cambio secundario.
Morena se convierte en la principal fuerza política, si bien existe voto diferenciado: mientras la votación por Andrés Manuel López Obrador para presidente de la República alcanzó un porcentaje de más de 63 puntos, los candidatos de Morena al Senado obtuvieron también un triunfo claro pero de menor cuantía, pues sus sufragios sumaron menos de 48 puntos. En el caso de los diputados federales, los niveles de votación hicieron que ocho de las nueve curules de mayoría fueran ganadas por Morena, y sólo una quedará para el PRD, y para el PRI ninguna.
En el ámbito local el escenario fue también positivo para Morena pero ya no arrasador. La coalición que encabezó tendrá una mayoría muy pequeña en el Congreso, de apenas veinticuatro diputados, considerados los plurinominales, contra veintidós que suman el PAN y el PRI con sus respectivos aliados.
Y donde sí se repartió el pastel por lo menos en los números, fue en los Ayuntamientos, en que la votación se distribuyó en tres tercios, más o menos parejos en cuanto al volumen de votantes y en la población que gobernará cada coalición. Morena y sus aliados se hacen con el más pequeño número de municipios, menos de veinte, aunque entre ellos se encuentran dos de las importantes ciudades, como Acapulco e Iguala, en tanto el PRI y el PRD, con sus coaligados, obtendrán cada uno una treintena de alcaldías.
Como en todo el país, el gran perdedor es claramente el PRI, cuyos afiliados atribuyen la derrota a la mala administración federal de Enrique Peña Nieto.
Sin embargo, todos los gobernadores priístas tienen también su responsabilidad en este resultado. Algunos como Campeche, Hidalgo, Yucatán o Guerrero auguraban el triunfo rotundo de su candidato a la Presidencia de la República, pero fallaron no sólo allí sino también en la conformación de sus cámaras o ayuntamientos. El tsunami de Morena los arrasó muy claramente. El gobernador Héctor Astudillo asumió el resultado y cargará con la responsabilidad que le corresponda.
Guerrero puede ahora presumir un Congreso plural, pero si cuando había mayoría priísta era difícil gobernar, ahora la complicación será mucho mayor. Podrá argumentarse que hubo entrampamiento entre el poder federal, desde el Presidente hasta el Congreso de la Unión, y el Legislativo local y las alcaldías en poder de la oposición a su régimen, ahora se suma la figura anunciada del coordinador estatal de los programas de desarrollo de la federación, con la cual se sustituirá a decenas de delegados de dependencias.
El poder de estas coordinaciones será enorme, sobre todo en entidades como Guerrero, en que los recursos que llegan desde la Federación son mucho mayores a los que se recaudan y se ejercen localmente, por el gobierno estatal o los municipios.
Dice el refrán que “quien paga, manda” y si esto es así, el fenómeno previsible es ver a las autoridades municipales, sin importar su color político, haciendo fila para gestionar sus peticiones ante el coordinador estatal directamente, saltándose al gobernador e incluso a sus legisladores federales, a quienes López Obrador ya les prohibió hacerla de gestores.
Ya se ha anunciado a quienes ocuparán estas nuevas posiciones, y en Guerrero la designación ha recaído en el dirigente estatal de Morena, Amílcar Sandoval, quien hace un trienio compitió ya a nombre de ese movimiento por la gubernatura. En otras entidades, el virtual presidente electo ha seguido el mismo patrón de nominar a quienes fueron candidatos a los gobiernos estatales, como ocurre con Delfina Gómez en el Estado de México y Carlos Lomelí en Jalisco.
Hay ya voces, sobre todo de los adversarios políticos, que cuestionan la constitucionalidad de la medida, y aunque el propio Amílcar ha señalado con cautela que se trata de “una propuesta de trabajo” que todavía no está definida, diversos analistas han señalado que con ese esquema el nuevo presidente acotará el poder de los gobernadores, sobre todo de los que no son de su partido.
Faltan muchos meses para que estas líneas de acción se conviertan en políticas públicas en práctica. Lo verdadero es que la realidad política, social y económica está en vías de cambios profundos ante los que sólo hay dos caminos: adaptarse u oponerse. Lo estratégico será, para estados que tienen la experiencia del mar que saben que entre más grande es la ola, hay que flotar y colocarse encima, porque de lo contrario el azote contra la arena puede ser muy peligroso. Es tal vez esto lo que subyace en el actual discurso del gobernador, que va del llamado a la conciliación y la concordia, a la advertencia, extraña en alguien que no ha llegado siquiera a la mitad de su mandato, de que seguirá conduciendo “los intereses mayoritarios  de los guerrerenses”, “hasta el último día y segundo en que sea gobernador”. Hay que tomar la lección de los surfeadores. Mantenerse en la tabla, tener flexibilidad en las rodillas, echar el cuerpo ligeramente adelante, los brazos abiertos y dejar que la ola lo deposite en la playa, de pie y erguido. Como en la vida.
Guerrero merece un mejor destino que incluye a todos. La reconciliación y la Cuarta Transformación de México bien valen la pena.