18 agosto,2020 5:13 am

Una mirada a cuatro narraciones ejemplares

Federico Vite 

(Tercera de cuatro partes)

 

En Un árbol. Una roca. Una nube, de Carson McCullers, destaqué la riqueza de los diálogos; en El silbato, de Eudora Welty, la plasticidad de la voz narrativa. Con Katherine Anna Porter, en Judas en flor * (1930), ingreso a la zona tabú del cuento: los personajes. Así que me detengo a pensar en la protagonista, Laura, y el antagonista, Braggioni. Ella es una joven y atractiva estadunidense; él, un líder sindical corrupto e infiel que la corteja. Ella se enfoca en la causa de la Revolución Mexicana.

La historia transcurre durante una velada entre Laura y Braggioni. Mientras él canta y toca la guitarra, ella experimenta un desencanto absoluto. Trabaja en apoyo al régimen nuevo. Es maestra e intermediaria entre el líder revolucionario local, Braggioni, y sus seguidores. Así comienza el cuento: “Braggioni está sentado al borde de una silla de respaldo recto, pequeñísima para él, y canta para Laura con una aterciopelada, lastimera voz. Laura ha empezado a encontrar razones para eludir su propia casa hasta el último momento posible, porque Braggioni está allí casi cada noche”. En suma, estamos ante un acoso. El canto y la conversación desencadenan los pensamientos sensibles de Laura. Braggioni es un héroe que encarna la hipocresía de la revolución. Laura anhela huir, pero no quiere volver a lo que era: “una gringuita rica”. Braggioni hace alarde de la elegante ropa de Laura y dice que ella se parece mucho a él. Laura comprende que sería fatal ver la vida como él. Eso motiva un examen de consciencia. Analiza su devoción por la causa. Piensa en sus deberes enseñando inglés a niños indigenas; en las reuniones sindicales y en los múltiples mensajes y suministros que entrega a los presos políticos. Laura tiene un alma contradictoria; aunque ya no es creyente va a la iglesia y reza, también tiene un gusto culposo por el lujo. La siguiente cita es fundamentalmente el clímax del texto, una secuencia de pensamientos nacida del examen de consciencia: “‘De cualquier manera, quizá sea verdad que yo soy tan corrupta como Braggioni –piensa muy a su pesar–, tan cruel, tan incompleta’, y si eso es así, prefiere morir, sea como sea. Sigue tranquilamente sentada, no echa a correr. ¿Adónde podría ir? Sin haber sido invitada, ella se ha comprometido con ese lugar; ya no puede imaginarse viviendo en otro país y no le agrada en absoluto recordar la vida anterior a su llegada aquí”. Su única opción es la inercia de las contradicciones. Es decir: el cuento ya está resuelto, pero lo importante es descubrir, mediante acciones, cómo lo finaliza la autora.

Aparte de Braggioni, Laura ha rechazado hábilmente a un ex soldado y ha cometido un error con otro pretendiente que le llevó serenata. Por consejo de su sirvienta, Lupe, arrojó una flor del árbol de Judas a un sindicalista; lo hizo para que él dejara de cantar; pero no lo alejó, al contrario, le dio una señal de aliento. Ese joven continuó siguiéndola y mirándola con lascivia. Ella le ignora. Piensa en ese tipo mientras Braggioni le cuenta sobre el enfrentamiento previsto para el día siguiente en Morelia, fecha que coincide con la fiesta católica por la Santísima Virgen. Él predice violencia y pide que ella limpie, engrase y cargue su arma; ella obedece. Devuelve la pistola y, con inusitada audacia, dice: “Ve a matar a alguien en Morelia y serás más feliz”. Luego comenta que un prisionero, Eugenio, uno de los seguidores de Braggioni, se suicidó tomando las pastillas que ella le llevó. Braggioni finge indiferencia; se marcha abruptamente a reconciliarse con su esposa.

El árbol de Judas se revela entonces como un símbolo enorme de la contradicción de Laura y la autora amplifica ese nudo existencial con un sueño que da fin al cuento de manera precisa: “La campana de la medianoche es una señal, pero, ¿qué significa? Levántate, Laura, y sígueme: sal de tu sueño, de tu cama, de esta casa extraña. ¿Qué estás haciendo en esta casa? Sin una palabra, sin miedo, se levantó y buscó la mano de Eugenio, pero él la eludió con una cínica y taimada sonrisa, y se alejó. Hay mucho más, ya verás. Asesina, dijo, sígueme, te mostraré un país nuevo, pero está lejos y debemos apresurarnos. No, dijo Laura, a menos que tomes mi mano, no; ella agarró la baranda de la escalera, luego la más alta rama del árbol de Judas que se inclinó lentamente y se colocó a nivel de piso, después se acercó a la saliente rocosa de un acantilado y luego a la ola dentada de un mar que no era agua sino desierto con piedras desmigajadas. ¿Adónde me llevas?, preguntó maravillada pero sin miedo. A la muerte, hay un largo camino y debemos apresurarnos, dijo Eugenio. No, contestó Laura, no, a menos que tomes mi mano. Entonces come estas flores, pobre prisionera, dijo Eugenio con voz piadosa, toma y come, y del árbol de Judas arrancó las cálidas flores sangrantes y se las acercó a los labios. Ella vio que su mano estaba descarnada, que era un racimo de pequeñas ramas blancas petrificadas y las cuencas de sus ojos no tenían luz, pero comió las flores con glotonería porque saciaban el hambre y la sed. ¡Asesina!, dijo Eugenio, ¡caníbal! Este es mi cuerpo y mi sangre. Laura gritó: ¡No! Y, con el sonido de su propia voz, despertó temblando y tuvo miedo de volver a dormirse”. El final entrama perfectamente la contradicción de la protagonista. Destaco que el suicida Eugenio ingrese al sueño para señalar los errores que ha cometido Laura: renunciar a su fe y trabajar a favor de la Revolución Mexicana, una insurrección repleta de héroes corruptos.

En este caso los personajes anudan el cuerpo del relato. La autora muestra con acierto la complejidad emocional de una mujer en un momento determinado con circunstancias específicas. Estamos ante un texto sostenido por los personajes y narrado por una voz omnisciente que orquesta todo el cuento. Sirva este ejemplo para enfatizar la importancia de elegir al protagonista y al antagonista de la historia. De ello depende la bonanza de una empresa literaria.

Los motivos vitales de cada personaje funcionan muy bien en este cuento; si esto fuera una novela, Laura le daría el sí a Braggioni y con eso se pondría en marcha el motor del relato extenso, pero ella se aleja de todos los pretendientes y con ello tensa los nudos de esta unidad narrativa corta que concluye con la catarsis. Es un mito que los personajes tengan menos valor en un cuento. No crea eso.

 

* Traduje los fragmentos de Flowering Judas que utilicé en este artículo para rejuvenecer la mirada sobre este cuento.