17 octubre,2017 7:38 am

Una poca de gracia y otra cosita

Federico Vite 

 

Tercera y última parte

Tras la lectura de Las almas grises, de Philippe Claudel, llegaron esas preguntas quisquillosas que se resumen en una, ¿qué le hace falta a nuestros textos para que sean literatura? Varias dudas continuaron naciendo de esos vericuetos sagrados que propician las reflexiones de caballeros ilustres; de la mano de Vladimir Nabokov llegamos a Madame Bovary, de la mano de Gustave Flaubert, buceando en la correspondencia que sostuvo con sus amantes, sabemos que lo importante consiste en dar vida mediante un arte depurado y exquisito (aristocrático) a la vulgaridad, a las experiencias recurrentes de los hombres. Entendemos que su obra cumbre tenía como eje la exploración de la vida gris, un eje que fue pasado por agua al multiplicar los recursos con los que diseccionó esas almas (grises Claudel Dixit). Entendemos, al pensar en la suma de frases que han ido engrosando este caldo de cultivo, que para alcanzar la literatura (con un poco de gracia y otra cosa) se requiere de una renovación en el enfoque, no sólo temático sino técnico: el uso de diversos narradores, cambios en los puntos de vista, tiempos verbales, atmósferas, descripciones, etc. También entendemos, como era el caso de Las almas grises, que muchos autores imitan (la mayor aspiración para los oficiantes) las innovaciones de los escritores que han formado un canon. Y ese canon, para bien o para mal, entiende que su derrumbe es lo próximo, la obsolescencia de sus frondas es una certeza. Servirá para testimoniar el nacimiento de esa gracia creativa que otorga la continuidad de la ruptura. Justamente ahí nos detenemos, ¿hay alguna receta para tocar la literatura, aunque sea poco, con inocencia, sin recurrir a la transgresión? Creo que no. Para conferirle a los moldes viejos la condición de pieza de museo, no basta ser ni insolente ni decidido, sino ejemplarmente técnico. Buscar la sutileza en el acabado, la armadura, renovar el enfoque de la pulsión técnica que contendrá las emociones. Para conferirle a los moldes viejos la condición de pieza de museo, uno debe trabajar vulgarmente como un bárbaro.

El mismo Flaubert afirma que cuando te mezclas con la vida no la ves bien, la sufres o la disfrutas más de la cuenta. “El artista, en mi opinión, es una monstruosidad, una cosa que escapa a la naturaleza. Todas las desgracias con que le abruma la Providencia son consecuencia de la testarudez con la que se niega este axioma. De modo que estoy resignado a vivir tal como he vivido, solo, con mi muchedumbre de grandes hombres como compañeros, con mi piel de oso como única compañía”, señala el autor de Salambó y expone, con un dejo enorme de soberbia, que el narrador debe ser potente e innovador como un dios, como un monje que se aleja de la vida para recrearla, se distancia de lo humano para redefinirlo. La palabra humana, dice Flaubert en Madame Bovary, es como una caldera rota en la que tocamos melodías para que bailen los osos, cuando quisiéramos conmover a las estrellas. Confiesa el autor que por mucha crema que le pongamos, nuestra aspiración es, cuando mucho, abducir a unos cuantos. Raptarlos de sí mismos por un momento.

El loro de Flaubert (Jonathan Cape, 1984) es un documento misceláneo que aglutina ensayo, relato de viaje, historia, aspectos hemerográficos y pesquisas académicas en torno a la figura del loro que aparece en el cuento Un corazón simple, de Gustave Flaubert. El inglés Julian Barnes signó en este libro, que se vendió como novela pero se acerca más a un diario, que Flaubert se interesaba opíparamente por todo aquello capaz de sugerir una renovación estilista. “¿Aún cree que la novela se divide en idea, forma y estilo? Si es así, me parece que usted está dando sus pasitos en el campo de la narrativa. ¿Quiere que le dé algunas cuantas máximas que debemos aplicar en la literatura? Pues bien. La forma no es un sobretodo que se pone sobre la carne del pensamiento (una antigua comparación que ya era vieja en tiempos de Flaubert) sino la carne del mismo pensamiento. Es tan posible imaginar una idea sin forma, así como una forma sin idea. En el arte, todo depende de la ejecución: la historia de un piojo puede ser más bella que la historia de Alejandro. Hay que escribir tal como se siente, asegurarse de que esos sentimientos son sinceros, y despreocuparse de todo lo demás. Cuando un verso es bueno, no pertenece a ninguna escuela. Una buena frase de prosa tiene que ser tan inmutable como un buen verso. Si tienes la suerte de escribir bien, siempre te acusan de que no tienes ideas”.

Flaubert habla de arte, pero no creo que se trate de eso, sino de crear artefactos. Obvia el tema y enfoca la transgresión y el desparpajo de un escritor en la búsqueda de la forma. Creo que los textos deben ser vistos como artefactos, no como obras de arte, después de Marcel Duchamp nunca se podrá pensar en el escritor como un artista. A pesar de eso, el arte en la narrativa, Flaubert insiste: “La obra de arte es una pirámide erigida en pleno desierto, inútilmente: los chacales se mean en su base, y los burgueses escalan su cúspide; desarrolle usted mismo esta comparación, ¿quiere que el arte sirve para curar? Llame a la ambulancia George Sand. ¿Quiere que el arte diga la verdad? Llame a la ambulancia Gustave Flaubert. El arte no es un brassière. Como mínimo, no lo es en el sentido que tiene esta palabra en inglés. Pero no olvide que, en francés, brassière significa chaleco salvavidas”, finaliza Barnes una serie de anotaciones en las que la figura del canónico francés se expande sobre montones de apuntes y, en especial, sobre la obsesión de los escritores, quienes creen que el realista más realista de todos dejó un mapa que nos indica cómo llegar a la literatura.

Los tres artículos son aproximaciones a un tópico (almas grises) que me inquieta: la vida está mezquinamente signada por la geografía, la herencia y el factor X, pero el arte (entendido como la perfección artesanal) obliga a que las personas se vuelquen en la obsesiva empresa de abordar un solo tema desde diversos ángulos y desde múltiples aspectos técnicos, hace olvidar el determinismo por un tiempo: herencia, geografía, preferencias vitales y sexuales, clase social, actitud política, sexo, edad, educación. Digamos que forma es fondo y viceversa. La literatura en mayúsculas es caprichosa, se interesa por los espíritus rotos, los de mirada gélida que son capaces de narrar la vida viviéndola. Que tengan un martes de película.