4 marzo,2024 4:20 am

Visita a la sierra de Atoyac

 

(Tercera y última parte)

Silvestre Pacheco León

Río Santiago, el pueblo que visitamos, es uno de los más grandes de la sierra de Atoyac junto con El Porvenir. Tiene menos de mil habitantes y se localiza al Este de la cabecera, más allá de los 600 metros de altura sobre el nivel del mar.
El pueblo se fundó con beneficiarios del reparto agrario cardenista, y por la influencia de revolucionarios como el general Pablo Cabañas, tío abuelo del guerrillero Lucio Cabañas, hecho que algunos historiadores utilizan para mostrar que la guerrilla de las década de los setentas era una continuidad de la Revolución Mexicana.
Sobre este tema quiero detenerme para platicar una experiencia reciente que me ha parecido deslumbrante: Hace algunos años conocí a un señor que mientras tejía una atarraya prestaba atención a una plática mía sobre el medio ambiente y sin dejar su labor me hizo un comentario a partir del cual nos hicimos amigos.
No era una persona cualquiera y tenía una plática interminable, difícil de interrumpir porque para todo tenía un comentario que te obligaba a responder y a escuchar. No sólo parecía tener necesidad de un interlocutor sino que guardaba historias personales que despertaban interés referidas a las diferentes ocupaciones que había desarrollado en su vida, pero no de cualquier ocupación.
Este hombre que para fines de la historia le llamaré Luis, anda ya cercano a los setenta años y vive con su segunda familia. En una de sus pláticas me había contado que desde muy joven había entrado a la milicia y que estuvo un tiempo en un batallón que llegó a mi pueblo, y le creí por las señas que me dio.
Como soldado me platicó que estuvo a punto de morir en una emboscada, quedó paralítico y el Ejército lo desechó como lo hizo su mujer cuando perdió la movilidad, pero al paso del tiempo Luis se logró recuperar y rehízo su vida. Se fue a los Estados Unidos y lo contrataron como instructor en la policía por su pericia en los disparos a larga distancia.
Como el tema más frecuente de nuestra plática se relacionaba con la milicia y las armas que conocía, me confesó que estuvo en el combate a la guerrilla del PDLP en la sierra de Atoyac y fue nada menos que uno de los dos sobrevivientes de la primera emboscada que Lucio tendió al Ejército en junio de 1972.
Pero su historia es todavía más alucinante porque además de que me repitió lo que he leído sobre los accidentes del terreno donde se produjo la emboscada que la formaban, “puros muchachos universitarios”. Cuenta que la guerrilla en la zona existía desde antes del levantamiento de Lucio, y que su padre estaba comprometido y ayudaba a un grupo que actuaba en la sierra de Coyuca y que él, junto con otros tres jóvenes identificados con apodos eran los encargados de llevarles bastimento, carne seca, comida de latería y tortillas, a determinados puntos ya establecidos en la sierra a los que llegaban caminando durante las noches.
En esa historia larga y con detalles me platicó que en realidad él entró al Ejército como agente infiltrado de la guerrilla porque a dos de sus compañeros los detuvo el Ejército y los tenía desaparecidos, y que una de las acciones abortadas era hacer explotar la bodega de material militar que el Ejército tenían en Atoyac, pero fueron descubiertos y asesinado el guerrillero responsable de la acción en el momento en que se dirigía a efectuar el operativo.
Me platicó muchos otros detalles de la guerrilla con nombre y apellido de los militares con grado que la combatieron. Así mismo de los vuelos de la muerte sobre lo que parece estar muy enterado, y conste que no se trata de una persona asidua a leer los periódicos.
Con más detalles de esta historia escribiré un artículo que puede abundar con información para enriquecer el reporte de la Comisión de la Verdad.
Pero prosigamos en la historia de la visita a Río Santiago invitados por Israel quien nos platica que sus abuelos, José Zeferino Yánez y Ana García fueron de origen costeño y que estaban recién casado cuando decidieron subirse a la sierra enterados de que se estaba repartiendo la tierra.
Caminaron varias jornadas con sus escasas pertenencias hasta llegar a Río Santiago donde fueron beneficiarios de varias hectáreas de tierra y se hicieron cafeticultores con los apoyos oficiales y el trabajo incansable de la familia.
En pocos años y con mucho trabajo los Zeferino levantaron una finca de tres huertas con varios miles de matas de café, cultivadas bajo sombra en la que invirtieron el trabajo de decenas de peones contratados cada año para la siembra, limpia y cosecha del cafetal.
En la década de los años setentas del siglo pasado Israel recuerda que era su papá, Domingo Zeferino quien tenía a su cargo la tarea de conseguir y contratar los peones viajando a los pueblos de Aguacatepec y Santa Cruz en el municipio de Quechultenango donde mi amigo nació.
Entre 20 y 30 peones que traían y llevaban contratados por temporadas de dos meses, los Zeferino construyeron la primera casa de material industrializado en 1956, y trajeron el primer molino de nixtamal y también una máquina despulpadora que cambió la vida de los vecinos.
Los peones contratados eran todos adultos y sólo en raras ocasiones llegaban familias enteras que eran contratadas para trabajar de manera permanente en el cuidado del cultivo. En los contratos sancionados por la autoridad municipal se establecían las condiciones del empleo que incluían el traslado, la alimentación, el precio por lata de grano cosechado y algunas otras prestaciones.
En la finca se habilitaban barracas como dormitorio, desde donde todas las mañanas salían los peones a trabajar después de almorzar, casi de madrugada, para aprovechar lo fresco del día y regresaban al atardecer para cenar y descansar.
Cuenta Israel que su abuela contrataba en Atoyac a dos cocineras que se hacían cargo de preparar el nixtamal y la masa con la que hacía las tortillas.
La misma historia de la importancia de las cocineras me la platicaron en Yucatán con los chicleros quienes en grupo partían a la selva llevando contratadas a las cocineras que vivían en los jatos o campamentos, a las cuales se tenía en alta estima, cuidado y respeto porque de ellas dependía su supervivencia.
Aquí a cada peón la abuela recomendaba cargar una rama de leña seca todos los días para el fogón que todo el tiempo estaba encendido y que la cocinera agradecía.
Los abuelos de Israel que eran muy considerados con sus peones porque sabían que el trato eran la base para una larga relación de trabajo, dice que a tiempo compraban y engordaban sus cerdos que sacrificaban para las comilonas los días domingo.
En la sierra era una fiesta la temporada de cosecha. “cuando bajaba la avioneta para pagar hasta los perros traían dinero en el pueblo” dice Israel que contaba su abuelita, porque los grandes comerciantes del grano que vivían en el puerto de Acapulco mandaban en avioneta a sus pagadores cada semana.
Cuando cayó el precio del grano dejó de bajar la avioneta y llegaron las plagas que fueron el remate de las plantaciones. Los cafetales quedaron abandonados hasta que llegó el programa Sembrando Vida que parece un nuevo aliento para el campo y en ese nuevo ambiente la familia Zeferino está haciendo el propósito de rehabilitar sus plantaciones y diversificar los cultivos.
Quizá en eso pueda estar el futuro que sueña don Chon para quien la fuerza de la voz que tienen los escritores atoyaquenses debería ser suficiente para que unida diera lugar a un plan de desarrollo como lo merecen los hijos del histórico y revolucionario pueblo de Atoyac.