17 enero,2018 7:12 am

Volver a 1981

Gibrán Ramírez Reyes

 

A LA CARGA

 

Ha circulado el rumor de su muerte. Parece que no, que está hospitalizado, pero da igual: morirá pronto y la noticia falsa me da pretexto para escribir sobre él, porque además ha vuelto a ser tema. Ya más de un intelectual del régimen ha apuntado que, de ganar Andrés Manuel López Obrador, estaremos de vuelta en el fin de los setenta, década en que gobernó Luis Echeverría, inaugurando un periodo histórico que su sucesor habría de continuar.

Luis Echeverría fue un represor, un hombre despreciable en muchas cosas, seguramente, y, debates aparte, sobre la loza de su tumba pesarán aquellos a quienes el régimen asesinó por su instrucción o con su consentimiento. No irá al cielo, de eso no hay duda, y las marcas del halconazo y el 2 de octubre acompañarán al ex presidente siempre. Pasa, sin embargo, que en materia de historia política estamos acostumbrados a tirar el niño con el agua sucia, y personajes tan oscuros como Echeverría hacen que esto sea más fácil. Todavía hoy, su presidencia se evalúa en el debate público según las ideas de Enrique Krauze: Echeverría, y después José López Portillo, habrían sido los hacedores de los años del dispendio, la irresponsabilidad, la deuda, el fracaso, la siembra de la crisis, la corrupción (y la represión, pero eso ya lo dije).

Hay un juicio histórico bastante simple. A veces es, además, torpe y mentiroso. Parte del supuesto de que el impacto psicológico de las imágenes –y dentro de éstas, las negativas: la inflación y la devaluación del peso, sobre todo– es siempre mayor que el de otras consideraciones.

Por ejemplo, Luis de la Calle dijo este lunes en televisión que la elección iba a ser entre pasado y futuro y que a la gente tendría que ponérsele una disyuntiva entre dos fotos, una de 1981 –dado que ese es, según él, el proyecto de AMLO– y una de estos tiempos, porque eso es lo que está en juego. Seguro que las imágenes de inicios de los ochenta no son tan sexys, pero quizá la historia tiene lo suyo.

La evidencia muestra que los niveles de vida más altos en la historia de la sociedad mexicana se alcanzaron a principios de los ochenta, justamente, tras una década que tuvo más virtudes de las que quieren aceptarse. En esos años, los de Echevería y Jolopo, aumentó la esperanza de vida, el PIB por persona creció a niveles que no hemos vuelto a ver –de 6.7 puntos porcentuales, 5.9 y superior a 4– y la desigualdad se redujo claramente.

La provisión de electricidad, gas y agua creció 9.1 por ciento entre 1971 y 1980, y 1982 fue el año de mayor convergencia de los ingresos salariales de mexicanos y estadunidenses. (Para quien quiera profundizar, estos datos y algunos más pueden encontrarse en el capítulo correspondiente de la prestigiada Nueva historia general de México, editada por El Colegio de México).

Es cierto que el país se endeudó para financiar el desarrollo. Pero con frecuencia se olvida, y se hace a propósito, que la política de endeudamiento surgió solamente después de que se fracasara en hacer la reforma fiscal para que los ricos pagaran los impuestos que corresponden. No se trató de un componente original del modelo de desarrollo “populista”, como suele repetirse, sino de una derrota política que fue más o menos así: el gobierno sabía que nuestro país no tenía una gran fortaleza fiscal, lo que resultaba en que no hubiera ingresos suficientes. Para conseguirlos, se intentó, primero, gravar los artículos de lujo y, después, aumentar la tasa del impuesto sobre la renta, que nunca ha sido de las más altas del mundo.

Como si fueran uno solo, los empresarios iniciaron una guerra frontal contra el presidente Echeverría, y le ganaron –entonces nos quedamos sin reforma fiscal. Se trató de un fracaso nacional, si se acepta que conviene a la nación que contribuya más quien más gana, y tuvo como resultado el endeudamiento gracias a que se mantuvieron intactos algunos objetivos de política pública, a saber, el crecimiento económico y el crecimiento del poder adquisitivo del salario. Eso es, aunque no lo digan, lo que realmente repudian los neoliberales: mientras mantener la inflación a raya –cosa que tampoco han logrado, pues el año pasado fue el de mayor inflación en lo que va del siglo– les parece un fin moralmente válido, aumentar los salarios no lo es tanto, porque puede estropear el clima de negocios, y los empresarios, estropear a los demás.

Otros podrán recordar, y mejor que lo hagan ellos porque tampoco se trata de hacer quedar bien al casi difunto, un legado que incluiría la apertura a la democracia sindical en ciertos ámbitos, el activismo internacional de la mano de la izquierda y grandes líderes del Tercer Mundo, la creación de infraestructura, el Conacyt y unas cuantas cosas más. Más allá de los personajes, me parece que algunas son medidas que pueden defenderse.

 

La decisión de “regresar al pasado” dependerá de que la memoria colectiva mantenga viva solamente la inflación, devaluación y represión, o de que piense, en cambio, en las posibilidades de crecimiento, desarrollo nacional, poder adquisitivo del salario, prestigio internacional y distribución de la riqueza. Y ambas cosas fueron ciertas, como es cierto también que la tradición democrática arraigó mejor en la izquierda, mientras el gustillo de la represión, el autoritarismo y la opacidad es lo único que goza de cabal salud en el PRI. ¿No será que puede recuperarse algo bueno de 1981?