5 junio,2018 7:25 am

“Yo sólo quería que amaneciera”: impactos psicosociales del caso Ayotzinapa

Tryno Maldonado
Meatales Pesados
 
La noche es larga y sus caminos sinuosos. Después del proceso electoral del 1 julio, secuestrado por un sistema de partidos capitalista y patriarcal –corrupto desde el inicio al permitir la participación de dos candidatos fraudulentos–, no se avizora que esta larga noche vea su fin. Al contrario, las políticas neoliberales, las políticas de despojo, los megaproyectos de muerte, las desapariciones forzadas, los asesinatos, los feminicidios continuarán a la alza. ¿Qué es lo que mantiene en pie a las decenas de miles de víctimas de esta guerra informal del neoliberalismo? ¿Qué es lo que las mantiene con fortaleza no sólo para buscar verdad y justicia sino incluso para desmontar las narrativas oficiales? Quienes las hemos acompañado durante los últimos años nos hacemos esta y otras preguntas.
El lenguaje colonial implica relaciones de poder. En el orden colonial las palabras de los de arriba sirven para mentir. Sirven para dominar. (No es casual que Estado e idioma castellano hayan sido impuestos a sangre y fuego con la Colonia.) El Estado mexicano ha pretendido instaurar una narrativa oficial donde incluso las víctimas son criminalizadas. Por eso, desde hace tiempo, escuchar las narrativas de las personas de abajo, de los pueblos indígenas, de las víctimas de despojo, así como de las víctimas de la guerra informal iniciada por el Estado mexicano, se torna esencial para subvertir ese orden.
La escucha se vuelve también fundamental para dotar de sentido a esa larga noche por la que atraviesan las víctimas. En el México de hoy nos encontramos sin palabras frente a los horrores cotidianos. Nos encontramos sin palabras ante las políticas de muerte. Y allí donde la palabra es insuficiente para describir el horror, es justo donde se ha perdido el sentido de la realidad. Esa laguna, esa fractura en la continuidad del tiempo lineal y en el sentido es lo que clínicamente se reconoce como el nacimiento de un trauma. La pérdida de ese horizonte es la pérdida de la esperanza. Como país, estamos experimentando un profundo y doloroso trauma colectivo desde hace más de una década. Nos quedamos, como se dice coloquialmente, sin palabras. Nos quedamos sin palabras ante el terror que todos los días se nos presenta como un golpe en la cara. Nos quedamos despalabrados y cada vez con menos esperanza. Recuperar esa palabra colectiva es recobrar también parte del sentido de la realidad. Es recuperar la esperanza. Recuperar esa palabra es sanar como nación. México necesita sanar y no hay sanación que no atraviese por una escucha colectiva.
La escucha de las víctimas cambia la visión de la historia. Implica la instauración de una política de la escucha. Una política que valientemente han decidido asumir las y los periodistas en lo que la periodista Marcela Turati llamó una “comisión de la verdad en tiempo real”. Pero no sólo eso. Una política de la escucha implica además la instauración de nuevas narrativas. Contra-narrativas que subviertan esa relación vertical de poderes inherente al orden y al lenguaje coloniales. Una lucha interminable contra la pedagogía del terror y la impunidad llevada a cabo por el Estado mexicano.
La palabra es de lo poco que conservan las víctimas en esta guerra de despojo, de destrucción y de muerte. Y en este resistir constante desde la palabra –y en este resistir constante desde la política de la escucha que han emprendido periodistas y activistas–, se ha generado una red de contra-narrativas opuestas al poder. Esta red de múltiples voces ha sido posible solamente gracias a los esfuerzos colectivos de articulación, apertura y confianza.
Si el caso Ayotzinapa se ha vuelto emblemático como un referente de dignidad y resistencia en esta guerra, lo mismo ha ocurrido con los esfuerzos de activistas, artistas, escritorxs y periodistas por tejer una red de testimonios y de recuperación de la palabra desde el acompañamiento, el cariño y el respeto hacia los sobrevivientes y las familias. Un ejemplo de esta forma de resistencia, búsqueda de verdad y de memoria es el documento Yo sólo quería que amaneciera. Impactos psicosociales del caso Ayotzinapa, publicado este año por la asociación civil Fundar.
En palabras de Ximena Antillón, coordinadora de esta antología de documentos colectivos a partir del acompañamiento a las familias y sobrevivientes de Ayotzinapa, el ejercicio de escucha busca responder algunas preguntas, como qué entienden las víctimas por reparación del daño –después de una pérdida irreparable– pero, sobre todo, qué entienden por justicia. Además, busca desmontar la estigmatización de las víctimas y eso que ella llama la “culpa del sobreviviente”, tan común de hallar en los relatos de los compañeros de los 43 normalistas desaparecidos la noche del 26 de septiembre de 2014. Esta compilación de trabajos de acompañamiento, como dice Ximena, busca “remendar las palabras”: resignificarlas. Y hacerlo implica una comunidad que reconozca esa pérdida –humana, de palabra y de sentido– en lo que ella llama una política del reconocimiento.
El dolor Ayotzinapa era un dolor que no conocíamos como país. El dolor Ayotzinapa nos ha llevado a muchas y muchos a construir una narrativa Ayotzinapa y a buscar, sobre todo, una justicia Ayotzinapa. Este libro es una pieza más dentro de este esfuerzo colectivo de años.
A quien le interese, puede descargar el documento completo aquí: http://fundar.org.mx/mexico/pdf/InformeAyotziFin.pdf
Twitter: @tryno