24 octubre,2017 7:08 am

Gótico sureño

Federico Vite

Tres narradores latinoamericanos con suficiente camino recorrido en el continente literario hablaron de William Faulkner como el hombre que les mostró una brecha literaria, como el tipo que dio pasos en un sendero narrativo novedoso. “Ahora sé que sólo la técnica de Faulkner me permitió escribir lo que estaba ante mí, lo que veía”, dijo Gabriel García Márquez; Mario Vargas Llosa también opinó sobre el sureño gringo: “Sin la influencia de Faulkner no hubiera habido novela moderna en América latina”. Nuestro Carlos Fuentes, acerca del tío Faulkner, sentenció: “Él reúne todos los tiempos de sus personajes en el presente narrativo”. Pero el escritor que notoriamente amaba a Faulkner, Juan Carlos Onetti, nos dijo acerca de su maestro: “Estuvo toda su vida inmerso, como nadie, en la literatura, aun desde los años en que ni siquiera soñaba con escribir”. Y probablemente la clave para entender al autor de Las palmeras salvajes la tiene Onetti: “Al leer ¡Absalón, Absalón! me pasó algo extraordinario: la consideré tan buena que tuve días en los que me pareció inútil seguir escribiendo. La riqueza y dominio del inglés de este hombre equivalen a lo que hizo Shakespeare. Se entregó al fanático egoísmo de su obra. He leído páginas de este hombre en las que sé que ya lo dijo todo. Es magnífico. Me quedo con ¡Absalón, Absalón! ¿Por qué? Porque es menos Joyce que El sonido y la furia, y logra crear un universo en presente narrativo, un totalidad perfecta, hechiza por la violencia, el color, el vigor de los personajes, la originalidad de ese mundo. Es un gran trabajo. Faulkner es un creador asombroso. Se debe leer con calma, dispuesto a aprender el arte de contar una historia, sin prisa, atendiendo las lecciones”.

El 31 de enero de 1936, cuando Faulkner tenía 39 años, fechó la última página de ¡Absalón, Absalón! Estaba en su casa de Rowan Oak, Oxford, Mississippi. Sus novelas no le daban el dinero suficiente para vivir. Desde 1928 estaba en quiebra y recibía cada vez más rechazos de sus editores. El sonido y la furia (1929) le dio reconocimiento. Esa novela tiene, como la mayoría de las obras de Faulkner, un tono experimental. La novela está construida desde cuatro perspectivas (narradores), una de estas voces es la de un retrasado mental. Faulkner recurre al fluido de conciencia (transcribe de manera directa los pensamientos que aparecen en la mente antes de su estructuración racional) para exponer la sustancia de su relato. Con esta base experimental (distintos narradores y fluido de conciencia) trabaja la carnita, el cuerpo de relato, de ¡Absalón, Absalón! (1936), cincela el tiempo novelado de una forma singular, otorga pues un nuevo cronómetro a este libro, que es atravesado literalmente por la desgracia de una familia. No posee una estructura temporal clásica; mucho menos, tradicional. Agranda las reverberaciones del tiempo (pensemos en las ondas que genera un roca al penetrar con violencia el agua) y narra un hecho sin aparente conexión con otro, acontecimientos que al final de los nueve capítulos (Vintage Books, USA, 1986, 302 páginas) adquieren unidad temática, estilística y sustancia narrativa. Ese forma de narrar, desde una realidad entendida por el fluido de la conciencia, es potente y desordenada. Se requiere paciencia para adentrarse en la historia.

Muchos críticos literarios afirmaron que las novelas del sureño eran abominables, soporíferas y tristes. Una de las elegías fue publicada en el New Yorker. Textualmente, comenta Onetti, ese reseñista decía que ¡Absalón, Absalón! era la novela más aburrida de la historia.

Los libros del tío Faulkner se caracterizan por la violencia y el racismo que experimentan los personajes, de igual manera por la geografía sureña a la que están sometidos los actantes. Pero sobre todo, pensaba que el diseño del tiempo faulkneriano posee un encanto obsesivo. Las voces que dan cuenta de los hechos parecen un dispositivo escénico (monólogos). De tal forma que la historia de la familia Sutpen es narrada por cuatro personajes, voces que reconstruyen, a manera de monólogos, desgracias.

Tras el asesinato de Bon, a manos de su hermano Henry Sutpen, se urde una trama con los discursos amalgamados (fluir de la conciencia) de la señorita Rosa, cuñada de Sutpen; del vecino de miss Rosa, el señor Compson, así como la versión de los hechos del hijo del vecino, Quentin, y del compañero en Harvard de éste, Shreve, quienes recuerdan, imaginan y conjeturan la tragedia.

Faulkner decía que esta novela trata de un hombre que desea tener hijos y que ellos lo destruyen. Así de simple. En ¡Absalón, Absalón!, Rosa Coldfield cuenta la historia de un demonio que fue su cuñado y después su marido. Thomas Sutpen, un héroe de la guerra civil, hombre atroz y temible, un mal padre, un mal marido. El coronel Sutpen llegó en 1833 a Jefferson, no se sabe de dónde, pero sí con quién: una banda de negros. Erigió una plantación con un dinero del que no se conocía la procedencia. Para obtener el respeto que la riqueza no podía darle, se casó con Ellen Coldfield, hija de empresario, y tuvo dos hijos con ella. Ellos, quienes debían ser el orgullo paterno, se aniquilaron.

Los hechos se narran a principios de siglo XX, ya que todo los Sutpen murieron, ya que la paz volvió al sur. Sabemos todo gracias a un eslabón de voces. Puesto el ingrediente principal en la mesa, ¡Absalón, Absalón!, creo que Guerrero es un sitio idóneo para crear textos al estilo gótico sureño. Un subgénero en el que aspectos sobrenaturales dan estructura al argumento. A diferencia de la novela gótica, en este subgénero no se usa lo extraordinario para crear suspenso, sino para describir cuestiones sociales y explorar asuntos culturales. Es ideal para hablar de balaceras, de desapariciones, secuestros, violaciones, tortura, pero no es suficiente para explicar estas atrocidades. Es adecuado para propiciar un contexto que nos acerca a esa noción estética del buen tío Faulkner: la digresión como una de las bellas artes, porque todos perpetuamos con el ejercicio de la tradición oral las historias de catástrofes personales. Que tengan un sublime martes.