11 septiembre,2017 5:29 am

Historia del Ayuntamiento IV

Víctor Cardona Galindo

Para Álvaro López Miramontes de quien mucho aprendí

Dice Wilfrido Fierro Armenta que un propagandista llamado Genaro Montes de Oca fue el que invitó al presidente municipal de Atoyac Rosalío Radilla Salas para que encabezara el movimiento delahuertista en la Costa Grande, este mismo propagandista visitó en Cacalutla al general Silvestre Castro García, El Cirgüelo quien estaba dedicado a las labores del campo desde 1918.

De hecho los dos bandos en pugna pedían la participación de aquel experto militar, pero El Cirgüelo optó por la causa obregonista, para ajustarle cuentas a su viejo enemigo Rómulo Figueroa y a mediados del mes de enero de 1924, se levantó en armas al grito de ¡Viva el agrarismo! y ¡Viva Álvaro Obregón! En esta aventura lo acompañaron un grupo de hombres armados, entre los que figuraban los hermanos Cortés, dueños de la hacienda de Cacalutla.

Después de formar y pasar revista a su gente, Silvestre Castro se dirigió rápidamente a Petatlán, para encontrarse con Valente de la Cruz Alamar, que había llegado a Zihuatanejo, procedente de la Ciudad de México con armas y parque que enviaba el general Álvaro Obregón. Al enterarse de la salida de El Cirgüelo, Rosalío Radilla y el mayor Juan S. Flores le siguieron los pasos hasta alcanzarlo en Petatlán, donde se dio el más encarnizado combate de todos los tiempos. Ahí salieron derrotadas las fuerzas de Radilla y del mayor Flores. El campo quedó cubierto de muertos y heridos de ambos bandos.

Al verse perdido Rosalío Radilla y su tropa huyeron a San Jerónimo el Grande, luego emprendieron la marcha a la sierra cafetalera, dice Fierro Armenta que pasaron por Atoyac, Los Llanos de Santiago, San Francisco del Tibor, El Infiernillo y salieron a Tierra Colorada.

El Cirgüelo, después de dar sepultura a los fallecidos en este sangriento combate, se retiró de Petatlán y llegó a la ciudad de Atoyac el 1º de febrero de 1924. Después emprendió camino rumbo a la Ciudad de México, mientras Amadeo y Baldomero Vidales, Feliciano Radilla, Alberto Téllez y los hermanos Adrián y Arnulfo Vargas se quedaron resguardando esta población.

Al pasar por Coyuca de Benítez las fuerzas de Silvestre Castro sostuvieron un combate con las tropas delahuertistas y con un cuerpo de “voluntarios” al mando de Ramón Gómez. Días más tarde al llegar a Zacualpan, en el Estado de México, los costeños fueron sitiados y atacados por los generales delahuertistas Tomás Toscano y Crisóforo Ocampo, donde a pesar de estar copados lograron romper el cerco y salir airosos en la batalla.

Mientras tanto, aprovechando la ausencia de El Cirgüelo, el coronel Ambrosio Figueroa atacó el 6 de febrero de 1924 a las fuerzas obregonistas acantonadas en Atoyac. Los hermanos Vidales organizaron la defensa y cuando los delahuertistas venían entrando por el poblado de El Ticuí, pasando por el paraje conocido como Los Tres Brazos salieron a su encuentro. A las 6 de la mañana de ese día comenzó el combate. Ante la fuerte defensa de los obregonistas las tropas de Figueroa ya en retirada buscaron la protección de las casas de la ciudad pero fueron desalojados a las 6 de la tarde, huyeron y pasaron la noche en las lomas que están frente a fábrica de El Ticuí. Al día siguiente desde El Calvario los obregonistas le hicieron fuego, ya derrotados los delahuertistas subieron por La Angostura, bajaron por El Abrojal y por el camino de la playa se fueron rumbo al puerto de Acapulco para jamás volver.

En la capital, Silvestre Castro, El Cirgüelo, recibió órdenes del ministro de Guerra general Francisco R. Serrano, de salir a Villa Madero para encontrar a los generales Tomás Toscano y Crisóforo Ocampo que habían solicitado el indulto. De ahí por todas partes de la República empezaron a indultarse las fuerzas subversivas y en el estado de Guerrero, el 17 de marzo de 1924, depusieron las armas los generales Rómulo Figueroa y Crispín Sámano, en seguida lo hicieron los coroneles Ambrosio y Francisco Figueroa. Al sentirse perdido el traidor Rosalío Radilla Salas huyó por mar rumbo a San Francisco California donde se refugió.

Pero poco duró la paz en la región. El 6 de mayo de 1926 Amadeo Sebastián Vidales Mederos se levantó en armas lanzando el manifiesto conocido como Plan del Veladero. Al siguiente día el 7 de mayo Vidales atacó el puerto de Acapulco. Después de combatir seis horas fue derrotado y al sentirse perseguido por las fuerzas federales se refugió en la sierra de Atoyac.

Luego el 26 de julio el general Amadeo Vidales atacó en la ciudad de Atoyac a las fuerzas federales destacamentadas en este lugar. El combate se inició a las 9 de la mañana, inmediatamente el jefe de voluntarios Alberto Téllez Castro con los soldados Regino Rosales y Taurino Fierro que se encontraban parapetados en la casa de La Zacatera, abandonaron sus puestos y se pasaron al bando vidalista. Un día antes, la mayoría de los soldados de Téllez junto con el comandante de la policía municipal Julio Benítez, habían abandonado la ciudad incorporándose a los rebeldes.

A raíz de la deserción de los comandantes Julio Benítez y Alberto Téllez con un grupo de 95 hombres -nos comenta Wilfrido Fierro en su Monografía de Atoyac-, a deshoras de la noche, el mayor Lázaro Candelario tomó prisionero el 6 agosto de ese año, al presidente municipal Adrián Vargas, por su pasado agrarista, lo acusó de estar en combinación con los rebeldes, y en el punto conocido, como Maguan fue fusilado, dejando su cadáver tirado en aquel lugar de donde fue trasladado por los vecinos hasta esta población de Atoyac.

Fue velado en la casa de Faustino Bello y sepultado en el panteón civil de este lugar.
A los pocos meses como a las 2 de la tarde del día 5 de febrero de 1927, fue aprehendido en su domicilio el ex presidente municipal Patricio Rodríguez, por órdenes del mayor Lázaro Candelario, se le acusó al viejo agrarista de sostener relaciones con los rebeldes. Fue conducido al Palacio Municipal donde fue identificado por el alcalde Francisco Hernández. Luego lo llevaron al cuartel de 67º regimiento que se encontraba en El Calvario, y a las 10 de la noche de ese mismo día fue fusilado en el paso del río camino a El Ticuí. Su cadáver quedó toda la noche tirado en el agua, por eso los peces le comieron los ojos y parte del rostro.

Durante el periodo del vidalismo la población sufrió lo indecible. El mayor lázaro Candelario con las fuerzas federales asaltó y asesinó a la comerciante Margarita Santiago Gómez, y a unos de sus trabajadores, en la ceiba de Barrio Nuevo luego hizo correr la versión de que los rebeldes la habían asesinado para robarle.
Cuando estuvo como jefe de la plaza el mayor de caballería J. Jesús Villa prohibió a hombres y mujeres bañarse y lavar en el río, en la zona comprendida del Barreno al El Calvario, porque a su esposa le hacía daño tomar agua contaminada. “El varón que solía bañarse, era conducido por la federación a los separos de la cárcel municipal, en donde era amonestado seriamente y multado. Si era mujer, y sobre todo lavandera, ésta también era recluida y trasquilada de las trenzas para que sirviera de ejemplo a las demás”, comenta Wilfrido Fierro.

Entre las víctimas de este torvo militar están el comerciante José Morales, El Acateco; a quien asesinó para adueñarse de una numerosa partida de café que tenía almacenada en su negocio. Jesús Villa urdió calumniosamente que llevaba armas y parque a los rebeldes. Este militar también le robó la cosecha de café al comerciante Francisco Valencia.

Por medio de la tropa solía mandar a los pacíficos campesinos a cortar pastura para la caballería, estos con su dinero compraban el zacate a los dueños de los potreros para cumplir con la orden, porque de no hacerlo corrían el riego de ser pasados por las armas. Los soldados con frecuencia saqueaban e incendiaban casas y violaban mujeres. La presencia de la tropa imponía terror entre los pacíficos moradores.

Los campesinos que querían salir a sus parcelas para atender sus siembras, para protegerse de la federación y no ser confundidos con los rebeldes, tenían que tramitar ante las autoridades municipales salvoconductos personales, mismos que eran visados por el comandante del 67º. Regimiento de Caballería mayor J. Jesús Villa. Para el trámite tenían que cubrir la cantidad de 5 pesos. Estos salvoconductos fueron expedidos durante la administración de los presidentes municipales Francisco Hernández, Eligio Laurel y Manuel Ríos. Los permisos tenían validez por ocho días y tenían que renovarse de acuerdo con las necesidades del interesado cubriendo la cuota respectiva.

No solamente lo agraristas padecieron los crímenes de la tropa, también los antiagraristas, el 21 de septiembre de 1927, en un encuentro a tiros con el rebelde Gabino Navarrete Juárez en el barrio del alto de El Ticuí, murió el presidente municipal Eligio Laurel. Se culpó al subteniente Rojas de haberlo asesinado por la espalda en el transcurso del combate, porque el gobierno giró instrucciones de acabar con todos los ex revolucionarios que militaron al lado del general Silvestre Mariscal.

Más tarde el mayor Jesús Villa atendiendo las peticiones de los comerciantes Luis Urioste y Obdulio Ludwig Reynada organizó un cuerpo de voluntarios, al mando quedaron estos señores, quien al hacerse cargo de las armas entraron en acción, participando en varios combates entre los que se encuentran los enfrentamiento de El Salto, Mexcaltepec, Los Molinos del Rincón y La Florida.

El 8 de diciembre de 1927, los vidalistas pusieron sitio a esta población, combatiendo desde esta fecha hasta el día 12 del mismo mes con las fuerzas federales al mando del mayor J. Jesús Villa. Debido a las estratégicas posiciones que los rebeldes disponían, la federación no se atrevió a levantar los cadáveres de sus caídos, y éstos fueron devorados por los perros, puercos y zopilotes. Durante el último día del sitio los rebeldes se dedicaron a saquear los comercios e incendiaron el mercado municipal.

Después de este combate las fuerzas vidalistas se diseminaron en la sierra cafetalera donde permanecieron. En 1928 llegó el coronel Miguel Henríquez Guzmán instalando la oficina del sector militar en la casa de Eduardo Parra y acuartelando su tropa en la escuela primaria Juan Álvarez, la plaza principal, el Curato y en la casa de Alberto González. Tan luego como arribó, el 17 de abril, tomó prisioneros a los comerciantes Luis Urioste, Lorenzo Cabrera, Rosendo Galeana Lluch y al cafetalero Francisco Valencia, los incomunicó y los acusó de proteger a los rebeldes. Solamente los dejó libres hasta obtener de ellos una cuantiosa suma.

Durante la batida que hizo el coronel Miguel Henríquez Guzmán a los vidalistas en la sierra de este municipio, la mayoría de las casas de las poblaciones fueron incendiadas. Los hombres que encontraban la tropa a su paso eran fusilados y las mujeres trasquiladas de sus trenzas y conducidas en calidad de detenidas a la ciudad de Atoyac.

Ante el empuje de los federales Amadeo Vidales depuso las armas el 24 enero de 1929, ante el nuevo jefe de Operaciones Militares en el estado de Guerrero general Rafael Sánchez Tapia. El gobierno federal entregó a Vidales, para formar una colonia agrícola, unas tierras que expropió a la familia Cortés, ésta se inconformó con el gobierno. Eso dio origen a muchos hechos de sangre, como las muertes de Emilio Radilla en Palo Verde, Celerino Cortés y otros, así como la del general Amadeo Vidales quien fue asesinado en la ciudad de México el 27 de mayo de 1932, por J. Asunción Radilla Hernández.

Después del indulto de Amadeo S. Vidales volvió en parte la tranquilidad a esta región, pero aún quedaba en la zona cafetalera un grupo de rebeldes encabezados profesor Pascual Nogueda Radilla. Al retirarse Henríquez Guzmán llegó, a principio del mes de mayo de 1929, el coronel atoyaquense Alberto González para hacerse cargo del Sector Militar de esta ciudad, y restableció de inmediato el Cuerpo de “Voluntarios” que comandaban Luis Urioste y Obdulio R. Ludwig, nombrando también comandante al viejo revolucionario Timoteo Fierro que para ese entonces ya peleaba del lado del gobierno.

Ante la persecución del coronel González y el asedio de Timoteo Fierro quien conocía la sierra como la palma de su mano, Pascual Nogueda Radilla solicitó la intervención de su tío el general Santiago Nogueda, para que le tramitara el indulto ante el gobierno de Emilio Portes Gil, y en la primera quincena de julio de 1929, depuso su actitud rebelde entregando las armas al general Nogueda, en el poblado de Corral Falso. Así terminó la lucha que encabezara el general Amadeo Sebastián Vidales Mederos dejando atrás la muerte de tres presidentes municipales de Atoyac.