30 junio,2020 2:12 pm

A 500 años de la derrota española por los mexicas, esclarecen la Noche Triste

 

Ciudad de México, 30 de junio de 2020. Una pertinaz lluvia en Tenochtitlan entorpeció la huída de los españoles, ardua ya por el peso de los metales preciosos que cargaban aquel 30 de junio de 1520 durante la llamada Noche Triste, hace 500 años.

“Muchos, no queriendo privarse del principal objeto de sus deseos, y del único fruto de sus fatigas, cargaron con aquellas preciosidades, bajo cuyo peso perecieron, víctimas no menos de su codicia, que de la venganza de sus enemigos”, escribe Francisco Javier Clavijero en Historia Antigua de México.

Los mexicas no comprendieron la sed de oro y de plata de los españoles, cuyo comercio y finanzas tenían como principal motor los metales preciosos, explica en entrevista Leonardo López Luján, director del Proyecto Templo Mayor (PTM).

“Incluso, los colaboradores indígenas de Fray Bernardino de Sahagún señalan que los españoles ansiaban el oro como ‘puercos hambrientos’ y que su ‘hambre furiosa’ por los metales los hacía matar. Para los mesoamericanos estos materiales también eran preciados, pero nunca al grado de las plumas multicolores e iridiscentes, o de las piedras metamórficas azul-verdes”, señala el arqueólogo.

De aquel apetito por el metal dorado es testimonio el tejo o lingote de oro hallado en 1981 en la antigua calzada de Tlacopan (Tacuba), y motivo de recientes estudios que revelaron una composición química similar a la del Penacho de Moctezuma y a las piezas áureas expuestas en el Museo Nacional de Antropología (MNA).

“El oro mexica posee una huella química muy específica. Las laminillas del Penacho de Moctezuma, las joyas exhibidas en la sala mexica (del MNA) y los ornamentos que nosotros mismos hemos recuperado en el Templo Mayor tienen las mismas proporciones de oro, plata y cobre. Estos porcentajes, de manera reveladora, son los que encontró el Doctor José Luis Ruvalcaba en el tejo de oro. De ahí es posible afirmar que esta pieza fundia por orden de los conquistadores fue confeccionada a partir de joyas”, afirma López Luján.

El inicio de la guerra

Aquella noche murieron “ciento y cincuenta españoles y cuarenta y cinco yeguas y caballos, y más de dos mil indios que servían a los españoles”, enumeró Hernán Cortés en su segunda carta de relación a Carlos V.

El recuento de la batalla en aquel documento histórico aún indigna al arqueólogo Carlos Javier González, ex director del Museo del Templo Mayor.

“Indigna porque, al referir las bajas, dice Cortés que murieron tantos españoles, caballos e indios tlaxcaltecas. Primero contó a los caballos y luego a los tlaxcaltecas”, observa en entrevista.

La Noche Triste –Bernal Díaz del Castillo la denominó Noche Tenebrosa– definió o redefinió el proceso de la Conquista, porque las relaciones entre españoles y mexicas se habían mantenido sin confrontación abierta, pero fue a raíz de la matanza del Templo Mayor, o de Tóxcatl, ocurrida el 22 de mayo de 1520, que se desataron las hostilidades, puntualiza González.

Aquella matanza, a manos de Pedro de Alvarado y sus hombres, masacró a la nobleza mexica que celebraba en el patio del Templo Mayor la fiesta de Tóxcatl, una de las más importantes del calendario ritual de los antiguos nahuas, al final de la temporada de sequía.

Cortés, ausente porque enfrentaba en Veracruz a Pánfilo de Narváez, retornó el 24 de junio a Tenochtitlan, al Palacio de Axayácatl, donde se alojaba.

“Al día siguiente de su llegada se desataron las hostilidades, que prosiguieron hasta el 30 de junio, mediando ahí el dramático episodio de la muerte de Moctezuma (Xocoyotzin), de la cual existen numerosas versiones, muchas contradictorias. Finalmente, el día 30, Cortés toma la decisión de huir; ya eran insoportables el sitio y el asedio de los mexicas al Palacio de Axayácatl y decide salir por la calzada de Tlacopan”, narra González.

La (otra) batalla

Justo en la zona de batalla, en el cruce de las calles de Soto y Santa Veracruz, a kilómetro y medio del Templo Mayor, se encontró el tejo de oro de 1981 durante las obras de la Banca Central o Bancen.

“Exactamente a 4.80 metros de profundidad, la máquina excavadora removió con su cucharón una barra metálica amarilla que tenía forma cuadrangular y una marcada curvatura. De inmediato, uno de los trabajadores del INAH descendió al fondo de la fosa para rescatarla. Se trataba de Félix Francisco (“don Félix”) Bautista García, un tozudo oaxaqueño de baja estatura, nacido en Asunción Etla y que rozaba los 47 años de edad.

“Tras un largo forcejeo y en medio de una gritería, don Félix impidió que los ingenieros de la Compañía Excavaciones y Cimentaciones (CECSA) le arrebataran la barra, para luego entregarla a los arqueólogos. Aún así, la disputa entre unos y otros se prolongó durante media hora y hubo al final que recurrir al auxilio de la policía para dirimir el asunto”, relataron López Luján y el físico José Luis Ruvalcaba Sil en la revista Arqueología Mexicana.

Cuando los periodistas visitaron a Bautista en su casa y le preguntaron qué le pediría al Presidente José López Portillo, él respondió: “trabajo estable”.

Hasta su jubilación, como custodio del Museo del Templo Mayor, en 2009, trabajó en el INAH, y falleció en 2019.

“A todos nos contaba una y otra vez su hazaña y cómo defendió con valentía el patrimonio de todos los mexicanos”, recuerda López Luján.

“Entre los mitos urbanos chilangos, se asegura que en aquel momento se exhumaron muchos tejos más y que fueron robados por ingenieros y trabajadores, de lo cual obviamente no existen pruebas”.

Lo cierto es que la barra subsiste como el único testimonio arqueológico conocido hasta ahora de la histórica batalla, destaca el director del PTM.

“Quizá en un futuro incierto, y con motivo de alguna excavación en nuestro Centro Histórico, aparezcan más vestigios materiales de la llamada Noche Triste. Pienso principalmente en armamento ofensivo y defensivo, tanto indígena como español, o en los restos óseos de los soldados muertos y sus cabalgaduras”.

Resplandecen ofrendas

Recientemente, al pie del Templo de Huitzilopochtli se hallaron tres ofrendas con 73 piezas mexicas elaboradas con lámina de oro. En su conjunto apenas suman 105 gramos de peso, pero son un testimonio único de las depuradas técnicas metalúrgicas de principios del siglo 16 y de la maestría de los orfebres indígenas, destaca López Luján.

“Dado lo reciente del hallazgo, aún no hemos hecho análisis arqueométricos. Carecemos ahora del presupuesto mínimo indispensable, pero esperamos realizar pronto un estudio exhaustivo con expertos de la universidad inglesa de Cambridge.

“Como es costumbre del proyecto, una vez que tengamos los resultados, los daremos a conocer al gran público y exhibiremos estas piezas en el Museo del Templo Mayor”, anticipa López Luján.

Texto y foto: Agencia Reforma