11 junio,2019 6:20 am

A 70 años de haber enunciado la advertencia

Federico Vite
 
El 8 de junio de 1949 la editorial londinense Harvill Secker publicó por primera vez el libro más conocido de George Orwell: 1984. Esta novela podría considerarse profética en cuanto a lo panóptico se refiere, forma parte de una camada de libros que advirtieron los peligros de vivir en una ciudad hipervigilada; por ejemplo, Brave new world, de Aldous Huxley (1932); Fahrenheit 451, de Ray Bradbury (1953) y A clockwork orange, de Anthony Burgess (1962). Pero aparte de celebrar los 70 años del clásico de Orwell, me interesa mencionar dos libros con los que está en deuda 1984, se trata de We, de Yevgeny Zamiatin (1924), y Darkness at noon, de Arthur Koestler (1940).
Como la mayoría de los intelectuales rusos de fines del siglo XIX, Zamiatin tuvo bastantes experiencias que le permitieron forjar la trama de We. En 1917 comenzó la Revolución de Octubre y Zamiatin estuvo, al igual que casi todos los escritores jóvenes rusos, involucrado en ese hecho histórico. Era un bolchevique. Fue detenido y enviado al destierro en Siberia. Logró escapar de la prisión y regresó a San Petersburgo, así que nuevamente fue apresado y exiliado. De ese periodo nacen dos novelas suyas El provinciano y En el fin del mundo. En 1918 publicó una serie de relatos, entre los que destaca La cueva (obra cercana a El hombre del cubo, de Franz Kafka), el cual fue considerado en aquella época como “la materialización de una pesadilla, la historia de la degradación y miseria de personas cuyo único objetivo era obtener comida y alimentación”.
Cuando escribió We, en 1920, Zamiatin ya era un autor reconocido. La situación económica y cultural de Rusia tocó fondo. La guerra civil provocó el cierre de diferentes espacios de difusión cultural, como escuelas, editoriales y universidades. Eso motivó que los escritores jóvenes se alistaran en el Ejército Rojo y los de mayor poder adquisitivo lograron emigrar de Rusia.
A grosso modoWe cuenta la historia de la ciudad de cristal y acero del Estado Único, urbe que está separada del mundo salvaje por un muro de grandes proporciones. La vida de todos sirve para cumplir a cabalidad los caprichos del Bienhechor. Los hombres-número trabajan con horarios fijos, siempre a la vista de todos, sin vida privada: el yo ha dejado lugar al nosotros. Este es el principal aporte de la novela, nulificar la individualidad del ser humano desde la supresión del yo.
El narrador de este diario íntimo, D-503, es el constructor de una nave interestelar que deberá llevar al universo “El bienaventurado yugo de la razón”. Pero se enamora: el amor equivale a la rebelión, y el instinto sexual al deseo de libertad. Aunque, tras extirparle a D-503 el “ganglio craniano de la fantasía”, el Estado sedentario, entrópico, sale victorioso de la conspiración, pero tras los muros siguen los hombres nómadas, llenos de energía, que generarán nuevos insurrectos: no existe, ni jamás existirá, la última revolución. Como vemos, Zamiatin sublima con la ficción fantástica la horrenda realidad que padeció.
El otro libro que considero hermano mayor de 1984 es Darkness at noon (en castellano El cero y el infinito; en alemán, Sonnenfinsternis —Eclipse solar—), principal novela del autor húngaro Arthur Koestler. Fue publicado en 1940 y narra la historia de Nicolás Rubashov, un miembro de la vieja guardia de la Revolución rusa de 1917, padre de la dictadura del proletariado, quien tiene problemas con la Unión Soviética, entidad que el propio Rubashov ayudó a construir.
Rubashov es la síntesis de muchos disidentes que dieron la vida por defender una ideología que cayó en desgracia tras el ascenso al poder de Stalin. A Rubashov lo encontramos en la cárcel cuando inicia la novela; el lector asiste a una serie de interrogatorios, pues los jefes de la Unión Soviética quieren que Rubashov confiese su participación en un atentado contra el No. 1, que es como se llama a Stalin en el relato. El lector entiende y cuestiona, con esos interrogatorios, el juicio dialéctico entre la ideología comunista y la realidad. Los matices de la realidad, digamos, a veces  son ominosos.
1984 permitió que se entendiera el escándalo Watergate como una muestra de las nuevas dictaduras. Entre 1983 y 1984 se disparó la demanda de este libro, obviamente, porque era la fecha signada por Orwell. En esos dos años se vendieron 4 millones de ejemplares. En 2016 y 2017, los discursos de Trump fueron la mejor campaña publicitaria para vender una novela proféticaY, para no variar, en 2017 fue el libro más vendido de Estados Unidos de Norteamérica.
La novela de Orwell posee elementos de gran relevancia; por ejemplo, el Gran Hermano (tomado del No. 1 de Koestler) y la pantalla telescópica, una concepción asombrosamente profética que Orwell soñó sin conocer el televisor. Otro hecho destacado en esta novela es algo que padecemos en la actualidad, me refiero al abuso del lenguaje con fines políticos. Retórica que oculta la realidad con estandartes ideológicos y presuntamente benéficos.
Siempre recordaremos a Orwell porque nos advirtió hace 70 años que la vigilancia despiadada del Superestado logra apropiarse de la vida y de la conciencia de sus súbditos, interrumpe la vida íntima de los ciudadanos y modifica estructuras mentales para beneficio del Superestado. Nos recuerda que todo está controlado por la sombría y omnipresente figura del Gran Hermano, el jefe que todo lo ve, todo lo escucha y todo lo dispone. Winston Smith, el protagonista de 1984, aparece inicialmente como símbolo de la rebelión contra este poderoso monstruo, Superestado, pero queda atrapado en los engranes de esta maquinaria despiadada y cruenta. Todo esto bien valdría una pregunta, ¿qué nos dice 1984 después de la aparición de facebook y de twitter? Que tengan un martes sabroso.