18 febrero,2020 8:00 am

A propósito del incierto futuro

Federico Vite

Morir más de una vez (Tusquets, México, 2011, 230 páginas), de Álvaro Uribe, es una novela que con acierto ingresa al terreno de la autoficción. Hace del yo un personaje fragmentario. Es decir, Yo se convierte en un motor que moviliza, desde diversos ángulos, las posibilidades de una vida futura. Su trabajo, esencialmente caracterizado por una disciplinada y elegante prosa, redacción pulcra y claridad, prodiga al lector con un ensamble magistral en el que indaga —con toda esa entereza de quien abreva de Michael Proust el manejo del tiempo narrativo— la vida. Especialmente posee una claridad narrativa que parece poca cosa, pero implica el dominio de un gran despliegue de recursos. Herramientas que muchos usan para vanagloriarse como personajes, para hacer de sí mismos materia sensible, pero que no logran esculpirse en términos literarios. Es como si dijéramos que el yo de muchos autores es poco verosímil y megalomaníaco, un yo que monopoliza las experiencias, no las pule, sino que las arrebata y desperdicia. Uribe, en cambio, logra que el yo se convierta en una idea continua que trastoca a otros personajes, también interactúa con ellos y comprende así que el espectro del yo es mucho más amplio que los fragmentos que tenemos de nosotros mismos. Uribe confirma que en los otros es más clara la imagen de nuestro yo. 

Para hablar de la estructura de esta novela, permítame explicarla de la siguiente manera. Algunas personas afirman que antes de morir se ven los momentos más importantes de la vida pasada; a manera de contrapeso, Uribe se propuso ver los momentos de la vida futura. Si se puede ver la vida pasada, que ya no existe, ¿no se puede ver la futura que tampoco existe?

Manuel Artigas (pseudónimo de Álvaro Uribe) es el narrador que sondea las profundidades siempre turbias de la muerte. En 2008 le diagnosticaron cáncer, contuvo la enfermedad gracias a una intervención quirúrgica y a un tratamiento de quimioterapia. Por él destilan las subtramas de este volumen, historias que describen el magnetismo de una fuerza letal que todo lo socava. El prólogo Quién es yo contiene la ruta del relato: dos mexicanos, funcionarios de la embajada de México en Francia, y Manuel Artigas, viajan en automóvil por la campiña. Sufren un accidente, pero salen ilesos; aunque la certeza que campea en el texto es que murieron. Al momento del percance el narrador no ve la historia de su vida pasada; en una prolepsis extraordinaria contempla su futuro como estudiante de letras, como agregado cultural, disfruta su estancia en París e incluso se ve escribiendo la novela Por su nombre. Por supuesto, sabe que enfermará y será operado con éxito. Contendrá su mal. El cáncer hará una tregua con él.  

Pero el truco de este artefacto no está en el cruce de historias de manera capitular sino en la predisposición espacio-temporal de los personajes que consuman esa imagen del yo que trazó Uribe desde el inicio del libro. Por ejemplo, en el apartado La segunda oportunidad, Josejuán cae de lo alto del edificio y se salva de milagro, pero esta nueva posibilidad de vida lo conduce irrevocablemente a la muerte. Artigas entiende a Josejuán y asume que su vacío es normal, pues él murió emocionalmente desde la caída. Unida a esta perspectiva mortuoria, en el siguiente apartado, El sueño que la contiene, se narra la historia de Josefina, una amante de Manuel Artigas. Esa jovencita busca en París la consumación del amor, pero Artiguas la rechaza y  ella se entrega a un francés, estudiante de cine, quien le facilita el ingreso a una vida fantasmal que la hace cada vez más y más borrosa. De hecho, desaparece. El siguiente apartado, La ballena azul, retrata a Gabrielle Anghelotti, empleada de la embajada mexicana en París, imprescindible y vital para embajadores como Jaime Torres Bodet y escritores como Octavio Paz y Carlos Fuentes. Ella se hace amiga de Artigas y él, en su vida futura, la considera una mujer melancólica que dejó de escribir. “De golpe, me di cuenta que podía ser feliz sin escribir. Que, de hecho, ya era feliz precisamente porque no escribía”, dice Gabrielle y con ello conduce la narración al cierre de la novela. Este capítulo me parece una singular crítica a los excesos plenipotenciarios de los embajadores de México. 

En el apartado Una historia casi perfecta se habla del pintor Saúl Sajarías, a quien Artigas conoció en París. El lector se entera entonces de la aventura amorosa del pintor con una cuarentona, Nadine, cuya historia se prolonga con la hija de Nadine, Nadia, con quien Saúl pretende vivir en París. Esta parte del relato es narrada por Saúl a Artigas en el hospital. A la mujer de Saúl le diagnostican cáncer y este hecho enlaza el epílogo Quién es yo, doblemente bueno por breve, en el que Uribe termina la historia de forma estupenda. Morir más de una vez es una espiral ejemplar, narrada de manera elegante, muy bien tramada. Si usted no conoce esta novela, créame, se está perdiendo algo valioso.