30 marzo,2022 9:00 am

Abre la bailarina mexicana Elisa Carrillo su casa en Alemania para alojar a refugiados de la guerra

Hospeda a artistas que han huido de la zona afectada por la invasión armada de Rusia contra Ucrania y les ayuda a colocarse en otras compañías, indica en entrevista. Anuncia gira con Bolero, del coreógrafo francés Maurice Béjart

Ciudad de México, 30 de marzo de 2022. Mientras que el Ballet Estatal de Berlín, dentro del cual la mexicana Elisa Carrillo es prima ballerina, ha recibido en sus instalaciones a unos 200 bailarines desplazados por la invasión armada de Rusia a Ucrania, el hogar en Alemania de la bailarina y su marido, Mikhail Kaniskin –también bailarín y de origen ruso– se ha convertido en un refugio para intérpretes tanto como rusos y ucranianos que han huido del conflicto.

Además de cobijo, la pareja les ha acercado contactos en otras compañías para audicionar y buscar una oportunidad de trabajo.

Una labor solidaria que realizan de manera discreta y que, solamente ante la insistencia, aceptan compartir.

“La situación es muy triste, y yo creo que, como todos, como artistas, lo que queremos es el respeto y la paz. Y sufrimos mucho porque mi familia, que es Misha (Kaniskin), tiene familia en Rusia y en Ucrania, es una situación donde la familia sufre”, asevera en entrevista.

En la compañía berlinesa, explica Carrillo, los bailarines desplazados han contado con facilidades para continuar con sus entrenamientos, algo vital para un intérprete de la danza. Y añade que ha privado, como en otras agrupaciones, un ambiente de comprensión y apoyo tanta hacia ucranianos como a rusos que padecen esta guerra.

Danza con los pies desnudos

Elisa Carrillo tiene en sus manos una hoja con las indicaciones en francés de las 18 secciones del Bolero (1961), la biblia del icónico ballet de Maurice Béjart.

La prima ballerina del Ballet Estatal de Berlín alcanza así una cima que muchos ambicionan en el mundo de la danza, al ser la primera latinoamericana en presentarse con este pieza del genio marsellés, uniéndose a la estela de gigantes como Maya Plisétskaya o Jorge Donn.

Y ocurre en un momento espléndido para Carrillo (Texcoco, 1981), en plena madurez artística.

Se trata de un ballet que no se le permite bailar a cualquiera y para el que hay que despojarse de las puntas para bailar con el pie desnudo. Un ballet que resume vida y muerte, como Béjart decía acerca de sus obras.

De visita en México, entrevistada en la casa familiar en Coyoacán, la mexicana radicada en Berlín muestra a Reforma el documento donde el coreógrafo dibujó y nombró cada secuencia de su pieza a partir de la música de Maurice Ravel: les bras, les mains, les épaules, samba

En ocasiones, Béjart otorgó el papel principal, La melodía, a una bailarina, y en otras más a un bailarín, siempre sobre una mesa, mientras que el ritmo es interpretado por un grupo de hombres alrededor.

Lo bailaron por primera vez Duska Sifnios y Donn, el primer hombre en interpretarlo en 1979, cuando aún existía el Ballet du XXe Siècle, compañía creada por el marsellés en Bruselas, y con la cual viajó por el mundo, y que devino en 1987 en el Béjart Ballet Lausanne.

“El mundo de la danza sabe que hacer Bolero es algo excepcional, me siento muy afortunada”, ataja Carrillo en entrevista.

Fue bien recibida en la oficina de la compañía, en Lausana, Suiza, donde aún permanece un Árbol de la Vida en barro que le pertenecía a Béjart, según observó la mexicana, y que es testimonio de su aprecio por el país. Al morir, le dijeron, la pieza cayó al suelo y algunas partes se quebraron.

Ya amarrada la inédita colaboración, Carrillo tiene en la mira cinco funciones que ofrecerá en México entre el 25 de julio y el 6 de agosto. Comenzó a ensayarlo hace unos días, de la mano de Gil Roman, quien se encuentra a la cabeza del Béjart Ballet, tras ser designado sucesor en 2007, a la muerte del fundador.

En esas jornadas con Roman, la mexicana también estuvo trabajando con Elisabet Ros, quien interpreta el Bolero para la compañía desde 1998, y Julien Favreau, quien completa la dupla de bailarines que lo ejecutan en la agrupación; los dos únicos.

Pocas compañías pueden presumir de adquirir los derechos, como el alemán Stuttgart Ballet, que dirigió durante 20 años Marcia Haydeé, intérprete del Bolero y amiga de Béjart, así como compañías en Amberes y Bruselas, de Bélgica.

Pero dentro de las mismas agrupaciones, ataja Carrillo, no a todos los bailarines se les permite bailarlo, por lo que ser una de ellas adquiere mayor importancia, al tiempo que cumple un sueño largamente acariciado.

La mexicana ya estaba familiarizada con el lenguaje del coreógrafo francés al haber abordado el rol de la Emperatriz en la Gaité Parisienne, así como haber participado en El anillo del nibelungo con la Deutsche Oper Berlin.

Para el Bolero, Roman le ha ajustado los movimientos de las manos o la altura de los brazos, correcciones que pueden escapar al ojo del gran público, pero de lo que se trata es de ser fiel a la concepción de Béjart, cuenta Carrillo.

“Es de lo que se trata de hacer en la danza, tratar de llegar la perfección”, sentencia. Con Bolero “lo voy a intentar”.

En la sala de su casa en Coyoacán, la bailarina se levanta del sillón para demostrar esos ajustes con su cuerpo.

“(Gil) llegaba como un pintor maravilloso a darle el colorido, a limpiar todo”, dice, y la mexicana ya ve fructificar las pláticas de los últimos tres años.

Viajó a Bruselas hace dos semanas para ver al Béjart Ballet bailar el Bolero, y confiesa que se le saltaron las lágrimas de la emoción. La pieza tiene un gran significado para ella, una obra que es sinónimo de Béjart.

Las funciones que de ella ofrecerá Carrillo en México no sólo apuntan a la Ciudad de México, sino también al Estado de México, Veracruz, Yucatán y Quintana Roo, en una gala con estrellas del ballet donde el Bolero es la “cereza del pastel”.

Los espacios donde se presentará serán anunciados posteriormente, pero sí adelanta que planea audicionar para elegir a 18 bailarines mexicanos en el escenario y 20 extras, de diferentes grupos artísticos.

A Carrillo le aguardan meses de intenso trabajo antes de subir a la mesa y, entonces, acariciar la pretendida perfección.

Texto: Érika P. Bucio / Agencia Reforma