14 marzo,2024 4:22 am

Acapulco, de siempre y para siempre

 

Heráldica porteña II

 

Anituy Rebolledo Ayerdi

Cortés, Santana

Casi veinte años más tarde de que Cortés enseñoreara la bahía de Acapulco y transcurridos apenas dos de su muerte en Castilleja de la Cuesta, llega al puerto un núcleo de 29 familias decididas a fundar un enclave peninsular. El grupo de temerarios ultramarinos es encabezado por Fernando de Santana y en él destacan andaluces y extremeños, paisanos estos del Gran Capitán.
Santana, líder dinámico y audaz , ha obtenido los permisos oficiales para el nuevo asentamientos acapulqueño y, por si fuera poco, ha conseguido la bendición del Papa de Roma, que los suyos le agradecen infinitamente, mismos que, luego de un viaje azaroso y lleno de peligros , han llegado finalmente a la tierra prometida (enero de 1550).
Apenas descubren Acapulco, maravillados del espectáculo que ofrece la conjunción del sol con el mar, los nuevos colonos se dan a la tarea de iniciar la creación de su centro de población. Lo trazan frente a la playa Grande y ahí mismo construyen sus casas de madera con techo de teja o de bajareque y paredes de adobe , todas en línea recta al mar.

Mendoza, Pacheco

Ni el calor sofocante ni las cargas de miríadas de implacable mosquitos serán capaces de doblegar aquellas voluntades fraguadas en la fe y el infortunio. El nuevo asentamiento se consolida al paso de los días y llega el momento en que se haga patente la necesidad de un gobierno que regule su convivencia. Se lo dan ellos mismos en un ejercicio democrático, entonces desconocido por vivirse en una monarquía absolutista. Así, eligen a Pedro Pacheco, uno de los suyos, como primer alcalde mayor de Acapulco, ratificado sin ningún reparo por el virrey Antonio de Mendoza. Un personaje éste al que deberá reconocerse la presencia de la imprenta en el Nuevo Mundo.

Castro, Villafuerte , Dorantes

Atento al desarrollo de aquella comunidad, asentada en una bahía clave para el desarrollo económico de la Nueva España –según lo habían vislumbrado el emperador Carlos V y el propio Cortés– el virrey De Mendoza nombra a Juan de Castro como primer Justicia Mayor de Acapulco . Su trabajo, a decir verdad, no será fatigoso o conflictivo pues los nuevos acapulqueños, hombres, mujeres y niños, son ejemplo de armonía, cooperación y solidaridad.
La fama de un Acapulco francamente idílico llega a Michoacán, a oídos del fraile Francisco Villafuerte , quien ya tiene en su haber la fundación de las parroquias de Petatlán y Tecpan. No lo piensa dos veces y se lanza hacia este puerto, al que arriba en 1551. Se da inmediatamente a la tarea de localizar un predio donde levantar un templo dedicado Nuestra Señora de los Reyes (Acapulco es la Ciudad de los Reyes). Un momento aquel muy delicado, pues la Iglesia de Roma se enfrenta con toda su capacidad beligerante a la Reforma de Martín Lutero. La ventaja era que el Concilio de Trento había ha confirmado 5 años atrás la doctrina tradicional.
Villafuerte consigue su propósito de iniciar la edificación del templo y lo hace en el sitio donde convergen una barranca con el inicio de la cresta de El Teconche (sitio donde hoy se levanta la catedral de NS de La Soledad), caracterizado por su tierra y piedras coloradas, que desde luego se utilizan para la construcción. Una vez terminado, el templo delimitará al sur con la plaza de armas (Álvarez), comprendida esta entre la puerta principal del templo y el atracadero de embarcaciones. Al oeste quedaron abiertas las primeras calles de Acapulco y en cuyos trabajos de empedrado cooperaron los marinos de las embarcaciones surtas en la bahía.
El fraile Francisco Villafuerte regresa a Michoacán dejando al bachiller Francisco Dorantes al frente del templo.

Marín, Sámano, Hernández, Negrete, Solana,

Las hogazas de pan en las mesas porteñas resisten incluso al marro y al cincel. Y cómo no iban a estar duras si viajaban días a partir de la capital del virreinato. Urgía pues un panadero que ofreciera calientitas las delicias de la tahona ya mestizada y para ello se ofrecen estímulos fiscales y, por si fuera poco, terreno frente al mar. El primero que acepta la oferta se llama Alonso Martín, quien ofrece la primera hornada de exquisiteces tahoneriles en la mesa del alcalde Mayor, quien acaba sólo con ellas. Marín construye su casa con la panadería anexa.

El Teconche, La Poza

Don Juan Solana, en su calidad de escribano Real, entrega a una docena de familias recién llegadas la falda del cerro del Teconche, (planta cuyos frutos son los tecomates o bules para portar agua) . Ocupados como están levantando sus bajareques, los colonos no se enterarán del florilegio del escribano dedicado a sus monarcas. El barrio contiguo, La Poza, se comunica con la plaza de armas y la parroquia de NS de los Reyes a través de una vereda recta y empinada (hoy calle Independencia).
Las casas de adobe y teja y los bajareques de la nacientes comunidad se extienden a lo largo de la zona costera. Por otra parte, gracias a los numerosos manantiales de agua potable, en 1555 empezaron a ser sembradas algunas huertas y a levantarse tecorrales, entre los que surgirán casas con techo de paja.
Como bien lo había vislumbrado el propio Cortés, Acapulco recibe en 1578 la cédula real que lo declara el “único puerto desde el que podrá realizarse el intercambio comercial de España con el Oriente. Y es por ello que queda programada la llegada de los galeones durante los meses de febrero y marzo de cada año y el retorno de los mismos los meses de julio y agosto. Todo ello en previsión de los peligros de tan larga travesía.
A propósito de lo anterior, se crea aquí el Consulado o Tribunal del Comercio para regular el intercambio por conducto de las naos de Manila; también como instrumento para organizar y vigilar el funcionamiento de las ferias anuales en el puerto.
Fue por ello que las disposiciones emitidas en materia de comercio cobraron verdadera importancia, pues tuvieron como objetivo principal asegurar el movimiento marítimo entre la Nueva España y el Oriente, amén de que en las actividades de compra-venta hallaron el mejor incentivo para obtener brillantes ventajas económicas.

Zorrilla, De la Concha, Suárez, Silva Mendoza

En plena Navidad de 1581 y en acatamiento de la cédula real de 1578, arriba a este puerto la nao San Juan Bautista, que inaugura el intercambio comercial de la Nueva España con el Oriente.
Se trata de un lujoso navío que provoca expectación entre el vecindario y al que dan la bienvenida el Alcalde Mayor, el nuevo Vicario don Juan Zorrilla de la Concha y el escribano de SM Álvaro del Castillo. Junto con la nave arriban al puerto los mercaderes autorizados por el consulado para ofrecer sus productos durante la Feria de Acapulco , a partir del 25 de febrero de 1582. Feria anunciada en la capital de la Nueva España con campanas a rebato, al tiempo que los ferieros toman camino hacia el Sur.
La escasez de albergues por ser sólo accesibles para comerciantes y turistas adinerados, determinará que el resto de los visitantes ocupen playas, corredores, zaguanes, patios y corrales para dormir. Durante el día, la abigarrada multitud pululaba por las angostas calles disminuidas con los puestos de los comerciantes. Sobre el piso los mantos de seda bordados con exóticos dibujos, las vajillas de porcelana transparente, mejores aún que las europeas; los muebles tallados con incrustaciones de fino metal, las figuras de marfil, tapices, medallones con incrustaciones de oro, balaustradas de tumbago y calamina. Todo alternando con artesanías locales, entre las que destacaban los trabajos de herrería, herramientas y aperos de labranza, rejas para arar, hachas, azadones, picos y palas. El obraje procedente de Oaxaca será muy apreciado.
Los cronistas que aquel Acapulco dejaron testimonios sobre las “chimoleras” y las “comideras” que hacían su agosto durante la Feria. Los llamados entonces “platos de hambre” resultaban bocatos di cadinale y por ello de gran consumo. Entre unos y otros puestos había también vinaterías, donde no faltaban músicos y cancionistas. Las jugadas de gallos y las carreras de caballos acaparaban multitudes.

De Velasco, Sandoval, Silva, Mendoza

Don Luis de Velasco II ocupó el virreinato de la Nueva España y por su buen desempeño fue nombrado con la misma jerarquía en el Perú. Terminando allá su desempeño, regresa a México decidido a vivir retirado de la cosa pública y escoge a Acapulco para hacerlo. Aquí adquiere una enorme finca en el sureste de la bahía y la siembra con icacos, un fruto procedente de el Japón. La disfrutará poco tiempo, pues el rey Felipe III le encomienda de nuevo el virreinato de la Nueva España. No se sabe si la volverá a ocupar , la heredó o la vendió.