25 septiembre,2021 5:37 am

Acapulco: el sismo M 7.1

Efrén E. García Villalvazo

 

“ Es el temblor más grande que he sentido en mi vida….!”  –me dijo una conocida líder de colonias en el anfiteatro porteño, pasándose nerviosa una toallita por la frente.

“Es el temblor más grande que he sentido desde que llegué a Acapulco” –me comentó un chilango avecindado desde hace más de 40 años en el puerto, mientras le daba tragos generosos a una coca fría que bailaba en su mano temblorosa.

“ Es el chembló má ande que sentilo en mi vila….” –me asegura una nena de 4 años de edad, comiendo su bolillo pa’l susto.

“Estuvo de la rechingada…nunca había sentido algo así! ” –me dice mi ingeniero geólogo de cabecera mientras le daba un trago largo a su gerardiana. La verdad esperaba alguito mas técnico, pero pensándolo bien refleja de manera soberbia el gran evento sísmico del 7 de septiembre en el puerto de Acapulco.

“Nunca había sentido algo así …!” –dijo cerrando con broche de oro mi corredor público de confianza, hecho que tomo como un asunto de fe pública que de manera casi legal resume lo que pensaron todos los acapulqueños.

Siete punto uno en la escala de Richter, equivalente a la detonación de 236 mil toneladas del explosivo TNT, si vamos a hacer caso a la tabla de equivalencias que publica Wikipedia. A partir de ahora dejo de confiar de manera tan mansa en este tipo de mediciones con base logarítmica. La verdad es que recuerdo haber experimentado otros sismos con números similares y ninguno es comparable a éste. Uno de esta intensidad fue el que derrumbó a Haití hace 11 años y el país aún no se recupera.

Lo que tiene de particular este evento que se da en la época de temblores en México –septiembre, aceptémoslo, sólo en nuestro país repetimos sismos en las mismas fechas– es que se produce en una zona denominada por los sismólogos como la Brecha de Guerrero, debido a la notable falta de “eventos”, esto es, de sismos que indican que el proceso de subsidencia de la placa oceánica –Cocos– bajo la placa continental –Norteamericana– seguía el mismo curso que ha seguido durante millones de años. La placa oceánica se encuentra dividida en varios segmentos que se movilizan a diferentes velocidades (del orden de los 5 centímetros por año) y que, en casos como los de la citada brecha, se atoran permaneciendo inmóviles mientras acumulan energía durante decenas de años. Un deslizamiento repentino de reacomodo produce un sismo que puede liberar gran cantidad de energía, tal como lo hizo el del pasado 7 de septiembre en las cercanías de Acapulco. Algo así como un grueso resorte que se fue comprimiendo lentamente hasta que saltó a un lado liberando toda esa energía acumulada.

La necesidad por saber cuándo volverá a temblar y con qué intensidad ha cobrado un nivel de altísima prioridad en nuestra civilización como tema de protección civil, alimentando el caro sueño del hombre de nuestra época de poder elaborar predicciones para conocer por anticipado que tan dañino será el próximo sismo para el ser humano y sus ciudades. Y en esta brumosa frontera delimitada por un miedo cerval, diferentes propuestas se desarrollan sin el menor recato.

En el Acapulco de los años 70 se produjo un suceso extraño y con alto contenido morboso.  Corrió el rumor de que un doctor en el IMSS atendió el parto de un niño deforme, al cual se le bautizó de inmediato como “el niño sapo”. Al levantarlo el doctor para darle la nalgada de rigor comentó:

“Que niño tan feo…!” A lo que el niñito contestó: “Más feo va a estar lo que pasará en Acapulco el día X del mes N…”.  Y a continuación, expiró.

Nunca supe si esta historia fue cierta o no ni por qué la desgracia tenía que ser precisamente un sismo épico o cataclísmico –¡así se llaman!–, pero lo que sí fue cierto es que hubo un ligerísimo movimiento hacia las 8:30 de la mañana de ese lunes señalado como la fecha fatal. Seguro es también que si no lo hubiéramos estado esperando no hubiésemos advertido nada.  Esta es la referencia más remota a una predicción cumplida que yo recuerde.

Pero por supuesto que ha habido varios intentos de predecir sismos en todo el mundo.  Hace 2 mil años Zhang Heng, inventor de origen chino, desarrolló un sismógrafo que consistía en una vasija que servía de asiento a varios dragones metálicos que apuntaban hacia los puntos cardinales, mientras sujetaban en su boca entreabierta una esfera metálica.  Al parecer un sistema de péndulo o la “alteración” del campo magnético provocada por el sismo en progreso, provocaban que una bola se desprendiera y fuera recibido por un recipiente en forma de sapo que estaba directamente abajo del dragón.  Se supone que de esta manera se podía determinar de qué dirección provenía la onda sísmica.

En el siglo pasado Zhonghao Shou, un químico retirado también de origen chino, desarrolló un método que aún no mascan y mucho menos tragan los sismólogos modernos: estudia las nubes para predecir sismos. En su teoría el vapor de agua sobrecalentado por la fricción de las capas profundas de roca sale a alta presión y produce por condensación en la atmosfera una característica nube de forma lineal o de pluma, siendo que uno de sus extremos apunta hacia el futuro epicentro del sismo, mientras que la longitud de la nube permite estimar la intensidad del mismo. Por estos medios rudimentarios Zhonghao predijo en su sitio web con exactitud de ubicación, intensidad y fecha el terremoto de Bam (Irán) del año 2003, el cual tuvo un saldo de 45 mil víctimas mortales, por lo cual ya por lo menos invitan al señor Shou a los encuentros de geólogos tradicionales para que presente sus cálculos y predicciones.

Lo anterior recuerda –no me digan que no lo pensaron– a las nubes aborregadas que nos inculcaron las abuelitas que quería decir que iba a temblar. ¿Alguien lo ha comprobado? ¿Tendrá algo que ver? Al parecer al otro lado del mundo alguien piensa que sí.

Conocidos son los relatos en los que los perros, antes de los sismos, comienzan a aullar de manera desesperada y alarmante.  En el caso de los de mis alrededores, me imagino que son perros millenials que han perdido la capacidad que tenían sus progenitores para escuchar el ruido subterráneo que antecedía a los sismos y relacionarlos con un peligro para sus amos.  Solo comienzan a ladrar cuando el sismo está en curso. Así es la modernidad.

Finalmente, es de comentar que se tiene la esperanza de que la energía liberada durante el evento principal M 7.1 más la multitud de réplicas hayan diluido la probabilidad de que se produzca un gran sismo, ese que tanto se anticipa en la Brecha de Guerrero. Ojalá todo sea así de sencillo y no vaya a ser que este sismo sirva de disparador para otros de mayor potencia destructiva. Estamos a la espera permanente, y no vaya a ser que sólo nos quede decir un muy lamentable “les dije que se los dije”

Mientras tanto dormiremos inquietos y alertas a ese profundo zumbido subterráneo que los acapulqueños conocemos tan bien y que hasta dormidos identificamos, para en los siguientes segundos estar ya despiertos y alerta con los calzones en una mano y las llaves de la entrada de la casa en la otra, para recibir el terremoto en la seguridad relativa que ofrece las sacudidas calles de la ciudad.

*El autor es oceanólogo (UABC), ambientalista y asesor pesquero y acuícola. Promotor de la ANP Isla La Roqueta y cofundador de su museo de sitio, además de impulsor de la playa ecológica Manzanillo.