11 diciembre,2021 5:04 am

Acapulco: la Agenda Ambiental Mínima

Mar de fondo

Efrén E. García Villalvazo

 

¿Se ha puesto a pensar el lector en cuántos de los actos que lleva a cabo en el día a día son totalmente contrarios a la buena marcha del viejo y confiable planeta Tierra? Es, con mucho, una reflexión al final del año.

Llego a la conclusión de que la mayor parte no son advertidos y de que participamos de manera inocente y hasta alegremente en ellos sin darnos siquiera cuenta. Por supuesto que no es fácil evitarlos. Estamos rodeados de manera permanente y somos abordados cada minuto de nuestra existencia con “necesidades” creadas a modo, para que hagamos consumo continuo de artículos que apenas ayer o anteayer no sabíamos que “necesitamos”.

La temporada de invierno es especialmente importante y está llena de tentaciones. El cierre tradicional del ciclo agrícola del año y el encierro para pasar el invierno –en los países de nevadas intensas– hasta la próxima primavera, eran eventos familiares en los que se agradecían las cosechas abundantes que incluían una reunión familiar íntima y nostálgica en la que se obsequiaban algunos presentes y la compañía del otro.

La mercadotecnia identificó una gran oportunidad en la celebración de este ciclo humano tan natural y le convirtió en una gran fiesta en la que no sólo se consumían los frutos de la tierra, sino que además son más que indispensables los regalos. Obsequiar muchos regalos. Un mar de regalos.

Pero no todo es consumo. En algunos –muchos– casos son actividades que de alguna forma también atascan y desactivan muchos de los mecanismos de mantenimiento vitales del planeta, y tampoco nos damos cuenta.

Es por esto que con el ánimo de aportar una breve orientación para no incurrir al menos en los errores más garrafales en contra de nuestra casa común, me atrevo a escribir una Agenda Ambiental Mínima para la temporada de invierno del año 2021 en Acapulco, Guerrero. Mi regalo por anticipado para…la Tierra.

Para comenzar por algún lado, demos un vistazo al territorio en las partes altas de las cuencas que rodean a la bahía más hermosa del mundo, la de Acapulco.

Reconocido por su gran importancia como reserva natural y como escudo protector antiderrumbe sobre las partes media y baja de las cuencas, jocosamente se le conoce todavía como el Parque Nacional El Veladero. Es en realidad una reserva territorial del municipio que sale del closet poco a poco para ser consumida por pobres y ricos, con una línea de separación tan delgada entre ellos que prácticamente es indistinguible. Ambicionado por muchos y protegido por pocos, tan solo hace falta que se trace una brecha o peor aún se pavimente un camino o se construya un tendido eléctrico para que se sacrifiquen grandes superficies en nombre de los que no tienen tierra para fincar –pobres y ricos, civiles y militares– de la manera que muchas veces ya lo hemos visto. Por acá al parecer también se ha revivido el tema de la invasión cerca de la colonia Chinameca, en donde después de un breve tiempo de clausura por parte de autoridades ambientales, se han reiniciado trabajos de desmonte ante la mirada complaciente de la Procuraduría Federtal de Protección al Ambiente, Pofepa, que no mueve ni un dedo vaya uno a saber por qué.

Me comentaron además de la propuesta de construir una imagen monumental en la parte alta de El Veladero para promover el turismo religioso –que es de lo que menos llega a Acapulco– y es un proyecto que sería hermoso y deseable en una ciudad que tuviera la capacidad para vigilar sus linderos y dirigir su desarrollo sin sucumbir a presiones políticas e intereses inmobilarios voraces. Pero esa ciudad definitivamente no es Acapulco, y ese tiempo no es ahora, e insistir con este proyecto lleva la garantía segura de que servirá para destruir la maravilla natural del parque facilitando y acelerando todo tipo de invasiones en este lugar privilegiado que todavía forma parte del milagro vivo de La Creación. Necesitamos el parque, necesitamos la barrera viva, necesitamos al Veladero.

Pasando por temas a lo largo de cuencas, mencionemos entonces el crimen incalificable de las descargas clandestinas de aguas residuales a los cauces de los ríos que terminan en la bahía más hermosa del mundo, sí, la de Acapulco. Aguas residuales crudas y residuos sólidos de toda clase son recibidos en nuestros lugares comunes de trabajo que son las playas y el fondo marino de la bahía. Cuadras enteras de la ciudad apestan de manera terrible a aguas negras y se dan casos notables como el retiro de los clientes de un famoso restaurante a la orilla del mar en cuanto comenzó a llegar el olor nauseabundo de las aguas servidas de un desagüe cercano. No dejemos de mencionar la multitud de talleres de desguace de autos que existen en varias calles de la colonia Progreso, los cuales escurren todo tipo de fluidos que sangran de los autos cuando los desbaratan y que van a dar, se los puedo asegurar, al mar. La vida marina, la imagen de la bahía y la de las playas de suave arena se ven atrozmente afectadas por estos escurrimientos.

¿Y qué tal los plásticos? De todo tipo, de todo tamaño, para todo uso. En forma de bolsas, de popotes, de papel para envolver regalos navideños, serpentinas, maquillaje, platos y cubiertos desechables, juegos pirotécnicos, disfraces, adornos de temporada, árboles de plástico, artículos chinos desechables, todo con un mínimo tiempo de vida útil y un máximo tiempo como desecho en tierra, cauces y medios acuáticos y marinos. El mejor deseo para esta Navidad es el de poder reducir lo más posible el consumo de plástico, y eso lo podemos lograr con un consumo crítico y responsable. Pensemos por algunos minutos a dónde irá a parar todo eso cuando lo dejemos de utilizar; sirve de mucho ver fotos de como una buena parte va a dar a nuestras playas. Pero aún más servirá el recordar –sobre todo a las autoridades ambientales– que hay una ley de ámbito estatal que desde el año 2019 prohíbe la venta de plásticos de un solo uso en comercios y establecimientos comerciales y que habíamos logrado mucho avance en este sentido justo al inicio de la era de la pandemia, en donde el plástico fue entronizado nuevamente como medida de protección sanitaria en muchas actividades. Pero, una vez pasado el mal rato inicial, es hora de retomar el paso y dejar de consumirlo de manera tan adictiva y salvaje.

Por otro lado, parece mentira que una sociedad que reprueba las emisiones excesivas de carbono a la atmósfera y que está por considerarlas tan negativas como un popote en la nariz de una tortuga o un caballito de mar dentro de un envase de PET, se atreva a calificar y a justificar una gala de pirotecnia de fin de año como un evento deseable y como atracción turística para nuestros visitantes. Lo poco o mucho que se haya ahorrado a lo largo del año en emisiones de gases de efecto invernadero en el mundo, no sólo en Acapulco– se ve rebasado por este evento global que se antoja casi suicida por sus efectos concentrados en la atmósfera de todo el planeta, sobre todo en el contexto de una era pre-auto eléctrico en la cual en el horizonte se alcanza a ver claramente que desaparecerán la mayoría de los motores de combustión interna en el mediano plazo para…¡evitar emitir carbono! En nuestro país todavía dependemos de la quema de combustóleo para generar la mayor parte de la energía eléctrica que consumimos y, por supuesto, quemamos cohetes en el fin de año. Lo más sensato sería substituir la gala pirotécnica por un espectáculo de reflectores o de drones, que ahora están muy de moda.

En este mismo renglón incluyamos el consumo injustificado de combustibles tan solo por diversión. ¿Dónde? En las motos acuáticas. ¿Emitimos carbono para divertirnos sabiendo de los daños que está causando a la atmósfera y al clima del planeta? Razonemos y utilicemos el combustible para transportarnos solamente, y quedemos a la espera de que pronto se desarrollen los transportes eléctricos y podamohacer una substitución responsable por algo menos contaminante.

Finalmente, si se va a la playa, en un acto mínimo de decencia para con otros visitantes y la propia playa visitada, no arrojar residuos plásticos, vidrio ni de ningún otro tipo al mar, y tengamos la iniciativa mínima de retirarnos con toda la basura con que hayamos llegado a disfrutar de la naturaleza. Olvidémonos del unicel, sobre todo de las hieleras, o adquieran una de polietileno, que por lo menos tendrá una vida útil más razonable. Y respetemos el espacio y la tranquilidad de otros visitantes evitando el acto de barbarie de estarle atronando con música insufrible por medio de bocinas portátiles que tanto se han popularizado en las playas del puerto. Se ha matado con este negocio el placer sedante de escuchar las olas del mar como parte de la experiencia de la visita a la playa.

* El autor es oceanólogo por la UABC, ambientalista y asesor pesquero y acuícola. Promotor de la ANP Isla La Roqueta, del Co-rredor Marino de Conservación del Pacífico Sur Oriental además de impulsor de la playa ecológica Manzanillo.