14 mayo,2019 7:03 am

¿Adónde van los libros que nadie quiere publicar?

Federico Vite
 
The Abortion: An historical romance 1966 (Simon and Schuster, Estados Unidos, 1971, 192 páginas), del mítico Richard Brautigan, contiene la historia inusual de un hombre que atiende las 24 horas una biblioteca que acopia los libros rechazados por las editoriales. Se trata de un negocio especial, insólito incluso, en el que sólo puede haber amor y servicio, casi casi un oficio pastoral (aunque en el diagrama del autor ese hombre es básicamente un héroe). El protagonista de esta historia ofrece una solución digna para todos los autores que se sienten defraudados por los consorcios editoriales.
Brautigan imaginó una biblioteca donde los lectores conocen de primera mano los pensamientos inéditos de escritores anónimos. Muchos de ellos han llevado más de un volumen; de hecho, se menciona a Richard Brautigan, quien ha catalogado “tres o cuatro libros. Se veía un poco más cansado, un poco más viejo cuando entregó Moose, su último ejemplar. Era un tipo alto y rubio, con mostacho, alguien que prometió escribir un volumen más y terminaba con su trabajo”, dice el narrador, un freak, como todos los personajes de Brautigan, que vive sólo para este oficio: recibe y cataloga libros fuera del mercado. Cuenta pues su estancia en la librería. Refiere que mucha gente ha solidificado ese proyecto, un conjunto de voluntades estrambóticas. Ahí conoció a Vida, cuyos rasgos finos y simétricos dan forma a una mujer hermosa que escribió un libro acerca del problema que implica ser bella y deseada, porque la acosan, sólo ven su cuerpo con morbo, con lujuria desbordada. Ella se siente mal porque su pecho y sus caderas hipnotizan a cualquier hombre, además, detonan la envidia de cualquier mujer. Ella y el librero se hacen novios. Se embarazan, pero no quieren tener un hijo aún. El librero pide ayuda a Foster, su único amigo. Se trata de alguien que vive en las cavernas al más puro estilo hippie. Foster ofrece dinero a la pareja para que viaje a Tijuana, donde el doctor García se encargará de todo por la módica cantidad de 200 dólares. Los novios descubren México. Se asombran de la pobreza, del hambre y de la violencia en el país. Aparte de esas revelaciones, el librero comprende por qué Vida hizo un libro sobre el dolor de poseer un cuerpo irresistible.Testimonia el abrumador hostigamiento que padece una mujer atractiva. Regresan a San Francisco. Foster tiene que darles una noticia desagradable que modifica la existencia del librero y de Vida. Como nota, querido lector, se trata de una trama simple. Es una novela contada tradicionalmente (inicio, desarrollo, núcleo, desenlace y final), pero adquiere una valía inusitada por la mirada tierna, casi infantil, de alguien que tiene problemas para relacionarse con el mundo (este libro tiene grandes similitudes con Franny and Zoe, de J.D. Salinger). El librero, incluso, “había olvidado cómo usar el dinero para hacer una llamada por teléfono”.
En cuanto a la técnica, Brautigan prácticamente podría ser considerado como el Hemingway de los beatniks. Ejerció una prosa casi telegráfica; oraciones breves, escaso uso de adjetivos, estilo directo del que hacían gala los reporteros de la vieja escuela, quienes trabajaban con ahínco en los hechos y las declaraciones respaldadas por los hechos; de esa forma trabaja Brautigan, describiendo las relaciones entre personas que trabajan a favor de lo increíble. Y ese es el asunto que me interesa destacar, los motivos de los personajes y la verosimilitud de todo el proyecto, porque a pesar de que aborda cuestiones relacionadas con lo ilógico, Brautigan no se empeña en demostrar la realidad de sus personajes, le basta con describir sus acciones para dotarlos de lo humano: contradicciones singulares. Este hecho, la construcción del universo personal de Richard, me recuerda una obra extravagante: The fan man, de William Kotzwinkle. El hombre del ventilador es considerada, igual que los libros de Brautigan, objeto de culto.
Lo asombroso de Brautigan es el esfuerzo sostenido de la ingeniería imaginaria y la solvencia literaria. Cuenta una historia, esa es la única meta. Narra un episodio amoroso entre soñadores de alta estirpe.
Brautigan es un enigma. Su padre nunca lo reconoció como hijo legítimo y su madre trató de abandonarlo, junto a su hermanastra menor, en un motel de Great Falls. La pobreza, el maltrato, y los novios de su madre fueron toda una fuente temática para sus novelas. En 1955 llevó a cabo el mejor de sus planes: tiró una piedra a una comisaría. Pensó que en cuanto lo detuvieran tendría casa y comida gratis mientras tanto él pensaría en cosas importantes. El problema fue que lo enviaron a un hospital siquiátrico con diagnóstico de esquizofrenia y paranoia depresiva. Recibió un tratamiento de electroshock. Frieron una parte de su cerebro. Se fue a vivir a San Francisco. Decidió convertirse en escritor (esta parte me asombra, porque ya con el cerebro frito uno siempre termina enamorado del oficio de escribir). En 1964 publicó Un general confederado de Big Sur, libro que no le hizo gracia a nadie. La segunda novela, La pesca de la trucha en América, se convirtió en una obra de culto muy vendida, reseñada y aplaudida. Exitoso ejemplo de lo raro.
Los libros de Brautigan poseen una ternura casi infantil. Él contempló el mundo y azorado lo describió. Es un espectador de lo humano. Por cierto, seis años después de su muerte, en 1990, uno de sus seguidores, Todd Locwood, decidió hacer realidad la biblioteca que Brautigan imaginó en The abortion. Para que un libro formase parte del acervo se debía presentar el volumen encuadernado. No debía medir más de 28 centímetros de alto para que cupiera en las estanterías.
Pienso en Brautigan como un niño viejo, cansado y risueño. Alguien que constantemente se pregunta, ¿adónde almacenar todos esos libros rechazados?