5 agosto,2021 5:09 am

Agua para Acapulco

Anituy Rebolledo Ayerdi

 

Hoy lloramos a Marianita Labastida Ochoa, reportera de El Sur, quien hace apenas un mes iluminó con su talento y simpatía la reapertura de nuestra mesa de los jueves en Sanborns. QEPD

 

La Colonia

En tiempos de la Colonia, Acapulco mantuvo una población de 2 mil habitantes, multiplicada hasta por cuatro durante la feria anual con motivo del arribo de la Nao de Manila. Entonces la población se abastecía de agua de los cauces naturales y de pozos abiertos por el virreinato, llamados pozos del rey. El más visitado se localizaba en la actual plaza Álvarez (edificio Pintos), del que se abastecían incluso los galeones de Manila. El otro se ubicaba en el actual barrio de Petaquillas, para servicio de las familias de la guarnición del fuerte de San Diego, con venero propio.

Los aguadores

Los aguadores de aquellos tiempos distribuían su producto en cántaros de barro llenos hasta el pescuezo y cubiertas las bocas con hojas de plátano. Los transportaban en redes de mecate atadas al fuste de un burro más bien chaparro. Ora que quienes carecían de uno las cargaban a lomo, colgadas de un palo delgado y rollizo. Mucho más tarde los cántaros serán suplidos por latas alcoholeras.

Don José Manuel López Victoria, el cronista por excelencia de Acapulco, describe al aguador: “Vestía holgada camisa y apretado calzón de manta ceñidos en las piernas y en la cintura. Usaba sarape de colores chillantes sobre el hombro izquierdo, mientras que en la mano diestra llavaba siempre una cuarta o soga de buey para arrear al asno (Leyendas de Acapulco)

 Por su parte, Alejandro Gómez Maganda, ex gobernador de Guerrero, cronista memorioso y escritor de prosa elegante, describe a “ las mozas de piel morena y satinada yendo por agua al pozo del Rey. Muy garbosas con sus cántaros en la cabeza y los pechos enhiestos, empitonando el percal detonante de sus vestidos de indiana” ( Acapulco en mi vida y en el tiempo)

El pozo de la Nación

–¡Pozo del Rey, mis talegas!, –exclama molesto el mal hablado gobernador Diego Alvarez, al escuchar una referencia a tales fuentes coloniales–. Participa en la inauguración de un pozo profundo abierto en una barriada del puerto. Atiende el pedido angustioso de agua por parte de sus habitantes a quienes se les ha negado el acceso a una fuente vecina conocida como El Chorrillo, un venero inmemorial que da nombre al barrio en que se localiza y que había surtido incluso a los galeones orientales.

–¡Este no será el pozo de ningún pinche rey! –proclama el hijo de don Juan Alvarez–, ¡este será el primer Pozo de la Nación de Acapulco”, bautizando de paso al barrio beneficiado. Cancelado, por cierto, hace muchos años.

 El Nopalito

Será hasta la tercera década del siglo XX cuando Acapulco sea dotado con un sistema de abastecimienmto a la medida de su población. El llamado Palma Sola, por ser el nombre del manantial que lo abastecía, fue inaugurado en 1932 por el presidente Pascual Ortiz Rubio (1930-1932 ). Uno de los tres presidentes impuestos por Calles, el Jefe Máximo de la Revolución, cubriendo el período del malogrado reelecto Obregón.

Apodado El Nopalito, por lo baboso, se decía, Ortiz Rubio no lo fue tanto. ¡Qué va! Junto con su secretario de Comunicaciones y Obras Públicas, Juan Andrew Almazán, paisano de Olinalá, se agandallaron centímetro a centímetro la superficie total del litoral de la bahía acapulqueña. Se utilizó el recurso de la “expropiación por causas de utilidad pública”, pagando cualilas (moneda de dos centavos) por el metro de tierra cultivada con miles de palmeras. Estas cubrían una superficie que iba del Fuerte de San Diego a La Diana actual, entre la bahía y la actual avenida Costera.

Acapulco nunca tuvo problemas para satisfacer las necesidades hídricas de sus habitantes, ni cuando sumaban 2 mil y tampoco 10 mil, ya en pleno siglo XX. Y era que allí estaba el Río Grande que nacía en la sierra de Carabalí y descendía caudaloso como serpentina hacia el mar. Los hispanos Fernández lo aprovecharon antes que nadie estableciendo a su paso la fábrica La Especial, de aceites y jabones (hoy Idasa, de agua y hielo, de los Carriles Ontañón), siendo conocido por ello como río de La Fábrica, nombre también del barrio.

Otro nombre de la corriente fue el de Aguas Blancas por ser las suyas, incluso azulosas. “Cristalinas, livianas y pobladas con varias especies de peces”, rememora el cronista Rubén H. Luz Castillo (Recuerdos de Acapulco). Por su parte, el almirante Alfonso Argudín anota en El Acapulco que perdimos: “el Río Grande tenía muchos pozos profundos en los terrenos propiedad de Facundo Castrejón (papá del doctor Luis Rafael), hoy Infonavit. De aquellos se abastecían los aguadores que surtían a la ciudad. Lo hacían mediante latas alcoholeras transportadas en acémilas por lo que eran conocidos como “burreros”. ¡“Ya llegó el agua , agua clara y liviana para beber”!, era el grito de los muy populares Chuy García, Maco, Cleto, Emilio Hurtado y Yuyo Castrejón.

El río Grande

Los Llanitos era un aguaje localizado en el área que hoy ocupa el Mercado Central, dotado de varias pozas. A ellas concurrían muchas mujeres a lavar ropa propia y ajena sin nunca descuidar a los hijos chirundos aventándose clavados. Montados sobre las rocas, o detrás de los árboles, muchachillos ya verijoncitos se dedicaban a bisnear a las augustas matronas con las “chichis al aire”, como las describían ellos mismos. “Chamacos berriondos, les va a caer nube en los ojos por andar viendo chiches colgando”, amenazaba a gritos doña Flavia Meraza, del barrio de El Placer.

El Río Grande, Aguas Blancas o de La Fábrica, era una corriente de aguas cristalinas, zarcas y livianas, hábitat de peces, crustáceos y garzas. Hoy es un arroyo inmundo y pestilente que corre confinado herméticamenteajo el paso elevado de Hurtado de Mendoza. Una obra más de la modernidad, dijeron.

El Camarón

Por su parte, el río de El Camarón nace en Palma Sola y es llamado así por la abundancia de ese crustáceo en épocas pretéritas, tanto que su curso era interrumpido cotidinamente por legiones de sus consumidores. De su cauce nataural de más de 15 metros, la mancha urbana le robará en tiempo de secas por lo menos la mitad. Aquella noche terrible de octubre de 1997, el meteoro Paulina convirtió el dócil riachuelo en una corriente impetuosa y destructora reclamando su espacio. Según la informaron los medios, fue tan brutal el golpe de agua que derribó 100 edificaciones, entre ellas la parroquia de la Sagrada Familia, y provocó la muerte de muchas personas.

Otras fuentes

Pozos profundos fueron perforados en los patios de muchas casas del puerto, pero muy pocos ofrecían agua buena para tomar. Por lo regular se trataba de agua llamada “pesada” y algo salobre. De ahí que serán muy concurridos los pozos ofreciéndola potable, lo que era un decir, simplemente era cristalina y tenía sabor agradable. Entre ellos: El Pozo del Venado, en La Mira; los pozos de Yuyo Castrejón en Los Tepetates; el pozo de Salsipuedes, en el Barrio Nuevo (IMSS), el pozo de Los Parazales (hoy Tepito). El Pocito surtiría de agua a un ferrocarril que nunca llegó y que terminó dando nombre al Pasito.

Las Cajas

Dos cajas redondas para abastecer agua fueron construídas durante el último tercio del siglo XIX y el primer lustro del XX. La primera en el barrio de La Adobería, propiedad de la empresa estadunidense Pacific Mail Ship Company, para abastecer a sus barcos con servicio regular entre Acapulco y Estados Unidos. La Pacific tenía su propio muelle de 30 metros con techumbre de lámina de zinc, astillero y bodegas laterales. Cerca de la escuela José Azueta se levantaba un enorme depósito del que se bombeaba el agua hasta el muelle, luego transnportada a los barcos por un tanque que era remolcado por un bote con seis remeros.

La segunda caja se localizaba en el bario de Las Crucitas. La había construido el alcalde Cecilio Cárdenas Miranda, del barrio de El Rincón (La Playa), para surtir al hospital Juárez en el cerro de Las Iguanas. Construido por el acalde gallego-cubano Antonio Butrón Ríos, el nosocomio fue destruido por el gran terremoto de 1909 (¡dos minutos y medio de duración!, dijo la gente). Un nuevo hospital será edificado más tade en ese mismo lugar por el alcalde Antonio Pintos Sierra, con el nombre de Morelos.

Sierra Madre

Son muchas las corrientes que como hilos de agua descienden desde que Acapulco es Acapulco por los cerros que que bordean la bahía y que dan origen al anfiteatro sobre el que se recuesta la ciudad. Cerros que forman las últimas estribaciones de la Sierra Madre del Sur y cuyas cimas no alcanzan los mil metros de altura aunque a distancia de sólo 50 kilómetros ya rebasen los 2 mil metros.

Además de un arroyo que bajaba por la hoy calle Azueta y del que se servía la Pacific Mail, el ex alcalde Argudín recordaba otra corriente que pasaba por su casa. Bajaba del cerro de La Mira, a partir de un ojo de agua conocido como El Venado, pasaba por un costado del domicilio de los Van Meeter y enseguida por la escuela Altamirano. Seguía su curso entre las casas de Los Adame y los Basterra, deslizándose enseguida bajo un pequeño puente de madera, cerca del Hotel Jardín, para desenbocar en la bahía.

En Caletilla, un estero bañaba toda el área que hoy ocupan la plaza de Toros, el Jai Alai y el estacionamiento público convertido en mercado. Desembocaba donde hoy se levanta el hotel Boca Chica. Más acá estaba el arroyo de La Aguada, nombre que adquiere porque de él se abstecían las embarcaciones que en lenguaje marinero es “hacer la aguada”.

Los lavaderos de Juana Valle

El estero de Manzanillo fue aprovechado para la instalación de lavaderos públicos dedicados por doña Juana Valle a las lavanderas de los barrios cercanos. La abuela de Luis Walton Aburto pedirá como regalo de cumpleaños lavaderos nuevos para sus mujeres y su hijo la complacerá. Cumplía 101 años de lúcida existencia. Y los lavaderos ahí están. A propósito, recuerda el cronista Carlos E. Adame, que las primeras tarifas de las lavanderas del puerto: 25 centavos la docena de ropa y el doble por la planchada.

Otro arroyo descargaba en la playa de Hornos. Bajaba del fraccionamiento Marroquín y escurría atravesando la actual avenida Cuauhtémoc, inundaba el primer campo de aviación de Acapulco (hoy auto hotel Ritz) para desembocar al mar entre los hoy hoteles Maris y Ritz.

El arroyo de La Garita, a partir de La Cima, ha reclamado desde siempre y con violencia su cauce natural y desembocadura plena. Algunas veces tronchando la avenida Farallón y en otras inundado los sótanos del hotel Emporio Continental. Finalmente y a regañadientes se abrirá una vía para dar a la corriente paso libre hacia la bahía.

El Chorro, 1942 

Y mire usted qué gran casualidad. Será otro de los presidentes efímeros de este país, Emilio Portes Gil (1928-1930), quien construya en 1942 el sistema de agua potable conocido como El Chorro. Asi llamado el manantial que lo surte desde Coyuca de Benítez, a 50 kilómetros del puerto y a mil 200 metros de altura. Apodado por sus malquerientes como El Manchao, Portes Gil se desempeñaba aquí como presidente de la Junta para el Mejoramiento, Saneamiento y Alumbrado de Acapulco (antecedente de las alemanistas Juntas de Mejoras Materiales), designado por su cuate el presidente Manuel Ávila Camacho (1940-1946).

El proyecto de la obra fue presentado por los ingenieros Fernando Tejado y Fortunato Dozal cuyo concurso ganó la compañía Techo Eterno Eureka, propiedad de Manuel Suárez, empresario hispano a quien el presidente López Mateos le cobrará viejos agravios despojándolo de su cerro de La Laja, utilizando para ello al líder Alfredo López Cisneros, Lopitos.

La obra

El costo de la obra fue de un millón 950 mil pesos, etipulándose un año para su entrega con una penalización de mil pesos por día de retraso. Sin embargo, cuando lleve un avance del 80 por ciento, Suárez se presenta ante Portes Gil para decirle que la Gran Guerra ha encarecido todo y que no tiene dinero para terminarla. El presidente Camacho salva la situación y, una vez terminda, la obra beneficiará a una población de 60 mil habitantes con una dotación de 300 litros diarios por cabeza. La línea de conducción de 50 kilómetros se consideró en su momento como la más larga del país.

¿Y luego?

Vendrán luego las JAPAS, las CAPOUISMAS y las CAPAMAS en las que algunos directores enarbolarán el lema de “lo del agua al agua”. En estas estamos.