15 junio,2021 5:35 am

AMLO: ese hombre no tiene corazón

TrynoMaldonado

Metales Pesados

Tryno Maldonado

 

El primero de los 43 padres de Ayotzinapa que tuvo el corazón para hablarme de su dolor en 2014, sintetizó su primer encuentro con el entonces presidente Enrique Peña Nieto de la siguiente manera: “Ese hombre no tiene corazón”. Al día de hoy, el resumen del trato, las actitudes y los desplantes de quien ocupa el lugar de Peña Nieto en el gobierno federal hacia las víctimas podría decirse que es exactamente el mismo.

Andrés Manuel López Obrador vive en el pasado. La justicia que propone en su gestión es meramente retórica. Una justicia siempre retroactiva y distante en el tiempo. Jamás para los grandes atropellos, tragedias e injusticias de ahora: por más que los niegue o los minimice, han ocurrido y siguen ocurriendo durante su gobierno.

Un día, por ejemplo, decreta que se acabaron las masacres. Parece estar insensibilizado ante el terror cotidiano y la guerra permanente que continúa viviéndose en la mayoría de los territorios del país. Allí están los 27 jóvenes masacrados en un centro de rehabilitación en Irapuato a manos de un comando armado. O la masacre en un velorio en una residencia de Morelos que cobró la vida de siete adultos y dos menores. Y la más reciente masacre de 16 migrantes guatemaltecos en su tránsito por Tamaulipas que tanto nos recordó a la masacre de 72 migrantes de San Fernando. Por poner sólo tres ejemplos. La risa de López Obrador al referirse con sorna a los datos públicos sobre las masacres en México es inhumana, carente de todo corazón.

Al día siguiente puede afirmar que no habrá más casos como el de Ayotzinapa. Pero la realidad lo contradice brutalmente. Allí está la represión sistemática de los gobiernos estatales –incluidos principalmente los de su partido, Morena– contra las normales rurales de la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM) y el indiscriminado uso de la fuerza policial contra las y los estudiantes de la Escuela Normal Rural Mactumactzá. Mientras por un lado López Obrador ordena la liberación de narcotraficantes y saluda de mano a la madre de uno de los mayores capos, por el otro justifica la represión y hace un regaño severo a los 92 hijos de campesinos aspirantes a profesores que fueron aprendidos por el gobierno de Rutilio Escandón en Chiapas por el terrible atrevimiento de exigir exámenes presenciales ante la falta de conectividad en sus comunidades.

Otro día, López Obrador puede asegurar con toda la soltura del mundo que se hará justicia y se resarcirán las afrentas para los pueblos indígenas. Podrá firmar decretos como el de la Comisión Presidencial de Justicia para el Pueblo Yaqui y sus afrentas del pasado lejano, pero guarda silencio ante el terrorismo estatal-industrial que los yaquis viven día a día por sus luchas. Como la reciente desaparición, el 25 de mayo pasado, del líder Tomás Rojo Valencia –férreo opositor al Acueducto Independencia que despojaba al pueblo yaqui de sus aguas, perseguido por ello desde 2014 por el poder industrial-estatal– y, sólo dos semanas después, el 8 de junio, el asesinato de Luis Urbano Domínguez, otro defensor del río Yaqui. Todo esto ante el silencio cómplice de la administración de AMLO y el titular del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI), Adelfo Regino.

Un día más, como suele hacerlo desde su peana de poder, el titular del Poder Ejecutivo estigmatiza y cuestiona la labor de las y los defensores del territorio. “¿Dónde estaban los ecologistas?”, pregunta con inquina. Cuando lo que parece negar o desconocer –ambos casos más que preocupantes– son las 90 agresiones, una décima parte de ellas relacionadas con el megaproyecto neoliberal del mal llamado Tren Maya, y los 18 asesinatos de ambientalistas ocurridos tan sólo en 2020. Por no hablar del terrible y tristemente emblemático caso del defensor nahua Samir Flores, del Concejo Indígena de Gobierno, a quien mataron a balazos en su propio domicilio días después de ser señalado por AMLO como “radical” por cuestionar sus aseveraciones sobre la termoeléctrica en Huexca y el Proyecto Integral Morelos en un evento público.

El terreno retórico en el que sabe moverse López Obrador está soportado por dos ejes: tanto el discurso que alude al pasado como en el discurso de descalificación y odio. Es en esas coordenadas donde parece moverse más a gusto. No en el aquí ni en el ahora. Porque el aquí y el ahora le echan en cara todos los días a su peor adversario: la realidad. Cuando se trata de las víctimas, jamás su palabra ni sus acciones dan la impresión de salir del corazón.

El saludo más habitual que suele oírse en zapoteco de la sierra sur en Oaxaca es una metáfora que significa “¿cómo está tu corazón?”. La etimología latina más común para la palabra “recordar” proviene de re (de nuevo) y cordis (corazón): “pasar de nuevo por el corazón”. En inglés, tanto como en francés, las expresiones “learn by heart” y “par coeur” aluden a la antigua creencia de que todo aprendizaje atraviesa obligadamente por el corazón. Sin embargo, Andrés Manuel López Obrador parece refrendar aquello que las víctimas de Ayotzinapa me compartían sobre la frialdad de Peña Nieto: que, aunque ese hombre conozca al dedillo el pasado al que siempre alude, es incapaz de algo tan humano como hablar, recordar y aprender a través del corazón.