6 enero,2024 4:31 am

Barrio de San Francisco

Octavio Klimek Alcaraz

 

Me considero un creyente en el mensaje de amor a la naturaleza de San Francisco de Asís, santo patrono de los ecologistas, al que se le ha encomendado el nombre de mi barrio y su iglesia en Chilpancingo. Mi familia y un servidor hemos vivido desde hace generaciones en el barrio de San Francisco. Sus calles y el jardín de San Francisco fueron el sitio de juegos de mi infancia. También de estudios, asistí al jardín de niños, a la primaria y la secundaria en las escuelas públicas del barrio. Sigo teniendo familia y amistades en muchos hogares del barrio. Muchos amigos de la infancia son hoy profesionistas, académicos, maestros, artistas o comerciantes, que cuando de vez en vez nos encontramos, nos saludamos con afecto.

Nuestros alimentos básicos los procuramos en su pequeño mercado, famoso por su comida de antojitos, aunque relativamente reciente en su construcción. Ahí hasta hace unas décadas había un gran tecorral, que nos decía del trabajo de campo de la mayoría de sus habitantes. Todavía conocí las trojes para almacenar el maíz y los establos con animales del campo en varias de sus casas.

Durante los años de infancia asistí cada domingo a misa en la iglesia acompañando a mi abuela. Mi madre fue mayordoma del barrio. Ahora, por razones de la vida cotidiana, asisto ya poco a sus eventos colectivos, en su mayoría religiosos y culturales. Con todo esto quiero decir que mis raíces se encuentran profundamente arraigadas en mi amado barrio, no siento ser un extraño a él.

En lo personal he visto la transformación del barrio desde el siglo pasado. Conocí las calles del barrio donde jugábamos de niños sin preocupaciones por ser atropellados. Se imaginan jugar a la pelota en Ignacio Ramírez el día de hoy, esto es posible sólo cuando se encuentra bloqueada por manifestantes. Además, nos sentíamos seguros de andar en la calle, ya que la violencia era algo extraordinario. Mi madre me hacía usar ropa abrigada ante el fresco de las tardes. Pero las cosas cambiaron de manera acelerada. Hoy es imposible salir a jugar con la pelota a la calle, además ante la violencia cotidiana, los niños salen poco o por lo general son acompañados a la calle por algún familiar mayor. Dejamos de usar ropa abrigada por el ahora habitual clima caluroso en Chilpancingo, en mucho debido a la falta de sombra arbolada en las calles y el avance del concreto.

En las casas del barrio existían amplios patios con árboles de ornato y frutales, y en las calles se tenía arboles diversos desde huamúchiles, guajes y otros árboles nativos, hasta árboles exóticos como jacarandas, tulipanes o casuarinas, entre otros. Pero se fueron tirando muchas casas todavía de teja con todo y árboles, y construyendo edificios de concreto de tres o cuatro pisos para oficinas o departamentos, sin patio o jardines para los árboles. Los viejos árboles fueron cortados, ya sea porque alzaban las banquetas o porque iban a tirar las paredes. En fin, cualquier pretexto fue bueno para acabar con los árboles del barrio. En las aceras de las calles fueron sustituidos en el mejor de los casos por árboles de ficus, que además son cotidianamente deformados al ser mochados de manera salvaje y recurrente para dejar libres a los horribles tendidos de teléfonos o cable. Me admira a veces nuestra filia por los animales de compañía, pero somos poco empáticos con los árboles de nuestro entorno.

Seguramente existe un cambio en el barrio, que ahora es más comercial y de oficinas. Ahora es un buen negocio en él derribar una casa y destinar el terreno arrasado a estacionamiento de vehículos. Muchos de sus ocupantes no viven ya en este, sino en alguna colonia de la periferia de Chilpancingo. Los que ahora viven en departamentos, o trabajan en los comercios, ya no los conozco, ni me conocen, y mucha gente se siente o asume de paso, sin sentir pertenecer a este barrio. Así sucede en muchas zonas céntricas de las ciudades con el desplazamiento de sus habitantes originales, el cambio de forma de vida de la gente, que entiendo se refiere a ese fenómeno generalmente caótico y diverso denominado gentrificación.

Pero uno se resiste al deterioro del barrio, que conoció en su infancia. Señalaré un par de cambios urgentes y viables. Es necesario concluir la obra del cableado subterráneo en la avenida Alemán. Observó a las empresas eléctrica, cablera y telefónica muy cómodas con su contaminación y daño visual. Si entiendo, se hicieron los trabajos para ello desde hace más de seis años. Me extraña que administraciones municipales van y vienen, y no concluyan la obra, entiendo, con una gran inversión inicial. Si se concluye dicha obra daría una imagen urbana espectacular a la ciudad. Además, hay que ir por más, se requiere ampliar el cableado subterráneo en calles del barrio, así como generar espacios en la calle para sembrar árboles nativos, que son una necesidad urgente, ya que se trata de dar sombra y frescura al peatón en las ahora permanentes ondas de calor. Además, esto le daría al barrio parte su belleza deteriorada. No hay que sembrar árboles en las microbanquetas de nuestras calles, simplemente, se trata de que algunos lugares que ocupan los autos en las calles del barrio pueden ser ocupados por jardineras con árboles.

Se requiere volver a restaurar el jardín de la iglesia de San Francisco, ahora convertida en plazoleta. Aunque muchos no lo crean, había un jardín enfrente de la iglesia de San Francisco. Había múltiples y grandes árboles de casuarina, tulipanes y arbustos diversos, una fuente con agua de vez en vez. Los niños jugaban en el jardín, en sus bancas las parejas de jóvenes novios se encontraban y los adultos mayores también. Ahora existe una plazoleta árida y sin sombra, con un par de espacios verdes reducidos y un pequeño kiosco. Tengo además la impresión de que al construirse un arco para entrar a la ahora plazoleta se han derribado más árboles con la reciente remodelación. En el área se han hecho esfuerzos magníficos como el Centro Cultural Arcadia, de Florencio Salazar, que debe ser apoyado con un bello jardín en el entorno de éste. Obvio, hay seguramente otros enfoques que prefieren la plazoleta para reuniones multitudinarias, que se dan de vez en vez. Pero en el balance estoy cierto de que se gana más con un jardín, frente al concreto de la plazoleta. Necesitamos inversiones públicas realizadas con amor a nuestro viejo Barrio de San Francisco, de menos letras de oropel como su nombre ahora impuesto sobre una pared de la plazoleta.