11 marzo,2018 6:37 am

Bolívar Zapata, los transgénicos y la necedad del absurdo

RAZONES VERDES
Eugenio Fernández Vázquez
 
Francisco Bolívar Zapata es uno de los científicos con más renombre en el país, y probablemente también uno de los más talentosos. Sus aportaciones al debate sobre los transgénicos han sido muy numerosas, y la última acaba de publicarse. Se trata del libro Transgénicos: grandes beneficios, ausencia de daños y mitos, que él coordinó y que acaba de publicar El Colegio Nacional junto con otras instituciones. En él, Bolívar Zapata defiende los organismos genéticamente modificados una vez más, y una vez más lo hace partiendo de que las soluciones al hambre y la pobreza vienen de la agricultura industrial. Lo que no reconoce, y es en lo que aciertan sus detractores, es que la agricultura industrial es el problema, y que las soluciones a la escasez de alimentos pasan por combatirla, no por fortalecerla.
El debate sobre los organismos genéticamente modificados es enormemente complicado. El auge en redes sociales y entre ciertas élites de gurús y corrientes que niegan el conocimiento científico sin ninguna fundamentación, ha contribuido a enrarecerlo y ha hecho más difícil para el público acceder a información relevante y veraz para entenderlo. Bolívar Zapata y sus colegas aciertan al señalar ese problema.
Sin embargo, hay que tomar en cuenta que las tonterías que dice en Instagram una gurú vegana de California sobre si los transgénicos causan cáncer, están lejos de ser la norma entre quienes no comparten la opinión de Zapata y compañía. La norma entre sus detractores ha sido, más bien, señalar el complejísimo entorno social, ecológico y económico en el que se insertan los transgénicos. Lo común ha sido también la insistencia en que el impulso de estos cultivares resulta tan dañino no por los organismos genéticamente modificados en sí, sino por su interacción con otros factores en esa red.
Los problemas con los transgénicos no están en el laboratorio –o no solamente–, están sobre todo en el campo y en las relaciones económicas y ecológicas que ahí ocurren, justo como ocurre con la agricultura industrial en general. Esta forma de producir, por ser una forma de obtener productos agrícolas tan intensiva en capital, contribuye enormemente a la concentración de la riqueza en pocas manos. De igual manera, al ser una agricultura que requiere verter al ambiente cantidades enormes de herbicidas, pesticidas y otros productos, tiene efectos ambientales terribles. Los transgénicos, al depender del uso de herbicidas y otros insumos para alcanzar su plena rentabilidad, no hacen sino empeorar todo esto, generando más pobreza y dañando la biodiversidad.
Bolívar Zapata y sus colegas reconocen esta situación, no así el papel de los transgénicos en ésta. Para ellos, por ejemplo, si bien es cierto que el impulso a los transgénicos ha hecho más común el uso del glifosato –un químico que arrasa con todo menos con los organismos genéticamente modificados para resistirlo–, la solución a la crisis ambiental provocada está en generar nuevas variedades y usar más tecnología, no en rechazar los transgénicos.
La enorme inversión, riesgo y concentración de la riqueza que implicaría hacerles caso tendría sentido solamente si no hubiera opciones más baratas, socialmente más justas y ambientalmente menos dañinas. Lo malo para Zapata y sus colegas es que sí hay alternativas, que cuestan menos, que contribuyen a restaurar y conservar el medio ambiente y a distribuir la riqueza.
La solución al hambre y la pobreza no pasa necesariamente por la inversión en tecnología. Pasa, más bien, por producir mejor a nivel más local; por descentralizar los mercados alimenticios; por construir nuevos vínculos entre productores y consumidores; por invertir en el campo y, sobre todo, en los campesinos.
Los transgénicos sólo tienen sentido cuando se piensa que la agricultura industrial es la única forma de alimentar a la humanidad. Por fortuna para todos, hay muchas otras formas de conseguir los alimentos que necesitamos, y la agricultura industrial y sus transgénicos son, más bien, el enemigo a vencer.