29 octubre,2018 8:24 am

Crónicas del Palacio IV

Páginas de Atoyac
 
Víctor Cardona Galindo
En el plantón de 1989-1990 conocí gente maravillosa como doña Nachita. “No te abandones a la vejez”, decía, siempre que encontraba a alguien quejándose de sus dolores. Doña Nachita como la conocíamos todos, caminaba de punta a punta de nuestra ciudad lavando ropa ajena, en algunas casas, por sus más de setenta años era para que no hiciera ese tipo de trabajos, pero siempre andaba muy activa. Vivía donde el padre Máximo.
De la comunidad del padre Máximo Gómez Muñoz muchos se incorporaron al movimiento cardenista primero, y después al PRD, la principal fue María Manríquez Cuervas y su esposo Agustín Campos Cabezas. Luego estaban todos los hermanos Hernández, José, Fulgencio y Austreberto con  sus respectivas esposas. También Ernesto Ramírez Chepillo con su esposa Regina Laurel Ruíz. El Padre prestaba el sonido para bocear, y para los mítines, y a veces prestaba sus instalaciones para una que otra reunión. La parroquia del Dios Único nos cobijó en julio de 1991 cuando la policía nos buscaba en nuestras casas.
El 7 de enero de 1990 era el día en que se cambiaban los comisarios municipales, en el plantón se formaron comisiones para asistir a todas las comunidades. Se trataba de estar presentes para evitar manipulaciones de los priistas en el cambio de autoridades. A mí me tocó subir a Agua Fría, me fui caminando y regresé caminando sin novedad. Cuando estuve de regreso me enteré del accidente en que había muerto Rocío Mesino Martínez y Juventino Reyes Arreola de apenas 18 años de edad, hijo de Isaías Reyes Téllez, el chofer a quien sólo conocíamos por el apodo de El Charro se dio a la fuga.
A Ernesto Ramírez Chepillo, Lucía Chávez Hernández y Rocío Mesino Martínez les tocó ir a presenciar el cambio de comisarios a la sierra y echaron andar, sin llave, el carro de volteo blanco que se tenía para el servicio de la basura. Primero pasaron a ver como se estaban desarrollando las elecciones en Río Santiago y luego tomaron el camino de terracería rumbo a El Cucuyachi y El Achotal.
Además de los comisionados iban Regina, esposa de Chepillo, y Margarita hermana de Rocío. Como guía y conocedor de la zona iba Juventino quien era originario de El Achotal. Hasta Río Santiago Chepillo y Juventino iban solos en la caja del camión. Pero al entrar a la carretera de terracería, como estaba llena de zanjones, y tanta gente en la cabina impedía la maniobra del chofer, Lucía y Rocío se pasaron también a la caja. En la cabina únicamente se quedaron Regina y Margarita.
Apenas habían abandonado Río Santiago cuando el carro se fue al barranco dando dos vueltas, a Juventino se lo llevó la caja, lo sacaron vivo pero murió en la carretera. Rocío y Lucía cayeron abrazadas, pero Rocío Mesino Martínez murió en el acto, Chepillo cayó arriba de un árbol. A Margarita se le fracturó un brazo a y Regina se le cortó un pedazo del dedo anular derecho. Esas fueron las dos primeras vidas que cobró la lucha democrática en el municipio de Atoyac.
El golpe se escuchó hasta Río Santiago la gente acudió en auxilio. Isabel Navarrete López, a pesar de ser priista, ayudó a Regina trasladándola a una clínica privada de Atoyac donde le acabaron de cortar el dedo. En el plantón todo era consternación y dolor, todos queríamos mucho a Rocío, ella y Lucía eran las secretarias del partido. El camión del voleo fue rescatado de donde quedó y muchos años más prestó servicio al Ayuntamiento.
La toma del aeropuerto de Zihuatanejo
El 27 de febrero de 1990, policías antimotines de Guerrero reprimieron dos marchas que pretendían tomar los aeropuertos, una en Acapulco y otro en Zihuatanejo. Como resultado de esa acción, en Zihuatanejo, murieron el perredista Florentino Salmerón García y el policía Eudosio García Andraca. En Acapulco está registrada la muerte del perredista Donaciano Rojas y varios detenidos entre ellos Adolfo Plancarte Jiménez.
Ese día salimos alrededor de 40 compañeros rumbo a Zihuatanejo, encabezados por Octaviano Roque Ruiz y Ricardo Lucena Basave. Por la noche Octaviano me había dicho que hablara con la gente y que les dejara claro el riesgo que implicaba tomar el Aeropuerto. Así lo hice, “a lo mejor muchos ya no regresamos”, les dije, aún así se anotaron como cien compañeros, en esos días el plantón era todavía numeroso.
La salida era a las 5 de la mañana, pero a la hora de partir nadie de los que se habían anotado aparecía. Por eso, entre la gente que estaba en el plantón a esa hora, juntamos alrededor de 40 y salimos rumbo a Zihuatanejo.
Llegamos a Petatlán y comimos en la fonda de María Peñaloza Izazaga. La Güera, una perredista muy “brava” y valiente, nos atendió. Luego de organizar el contingente, del Zócalo de Petatlán salimos a tomar el aeropuerto. No habíamos avanzado mucho cuando nos encontramos un retén de la Policía Motorizada, no eran muchos, los acorralamos con facilidad y los hicimos retroceder.
Los policías nos dejaron pasar pero más adelante estaba otro grupo de motorizados y antimotines que nos retuvieron y comenzaron a disparar al aire. Muchos nos metimos al monte para rodearlos, pero al llegar a un claro donde estaba quemado el pasto, un policía que disparaba desde una patrulla le dio un balazo a un compañero en la pantorrilla. El compañero rodó herido, mientras nosotros, Jeremías y yo, nos regresábamos y salíamos a la carretera donde ya Roque les dirigía un discurso a los policías. Con otros compañeros llegamos a reforzar a Roque. Un policía motorizado, mientras avanzaba hacia atrás, le sostenía la boquilla del fusil en el estómago. Nos sumamos con Roque, avanzamos mientras los policías retrocedían sosteniendo la boquilla de sus fusiles en nuestros estómagos. Recuerdo que en un punto de la espalda se me concentraba una sensación de frio y de cosquillita, era donde sentía que saldría la bala si el policía que me encañonaba se le ocurría disparar.
A mí me tocó enfrentar a un policía chaparrito que me cerró el paso, poniéndome el cañón de su AR-15 arribita del ombligo. Sentía la panza fría y mis testículos se engarruñaron provocando escalofrío por todo el cuerpo. Pensé que moriría faltando apenas unos días para cumplir los 19.
Sin embargo después de unos cuantos tiros a los que querían rodearlos, nos dejaron pasar. No recuerdo cuántos heridos hubo en ese choque, a mí que consta de uno que rodó cerca de mí con un balazo en la pantorrilla.
Subimos todos a la camioneta azul de redilas de Ricardo Lucena Basave y salimos a toda velocidad rumbo al aeropuerto, pero entre Los Achotes y Los Almendros, en un cerrito, ya nos esperaba un grupo como de cien antimotines. No estaban agresivos, recuerdo que se bajaron de un camión de lujo. Dicen que los habían mandado traer de otros estados. Nos cerraron el paso formando un bloque con sus escudos. Nos indicaron que nos retendrían ahí hasta que llegara un funcionario a platicar con nosotros.
El contingente de Petatlán lo encabezaba René Sanchezza un valiente compañero que años más tardes aparecería muerto, asesinado en la playa, cuando ya militaba en el Partido Popular Socialista.
Octaviano Roque Ruiz volvió a la carga ahora echó un discurso a estos antimotines, les habló de la Constitución, del derecho de libre tránsito, del derecho a manifestación, les dijo que esta manifestación era pacífica. Mientras Roque echaba el discurso yo le pedí un cigarro Marlboro a un comandante, era un hombre alto moreno, un afrodescendiente, diríamos ahora. El jefe policiaco traía colgada al hombro una máscara antigases, los demás agentes las traían puesta, era impresionante verlos parecían personajes de la película Guerra de las Galaxias, platicamos un rato, el policía estaba tranquilo y se veía que simpatizaba con nosotros. Alguien llegó y les dijo que nos dejaran pasar porque más adelante había un funcionario que platicaría con nosotros.
Con esa disposición los antimotines comenzaron a caminar entre nosotros, rumbo a Zihuatanejo, cuando habíamos avanzado unos 200 metros, ya íbamos intercalados, antimotines y perredistas. Avanzábamos pero no estaba el supuesto funcionario esperándonos, llegó un comandante que desde una patrulla les gritó: “Pendejos para que los dejaron pasar”, al tronar esa voz, comenzó a oírse “Tu conmigo, tu conmigo” y se dio el enfrentamiento más parejo y valiente que pudiera haberse vivido, parecía un combate homérico de la Iliada, de frente en un terreno parejo. Los policías golpeaban con toletes, los perredistas con garrotes. Los policías tenían escudos y los perredistas la convicción que estaban participando en una lucha revolucionaria. Los de Atoyac llevábamos puro garrote escogido, pie de cabra, guapinol y doblador, y con una velocidad no antes vista, los acostumbrados a lo rudo del campo, arrancaban con fuerza los escudos, incluso vi a dos compañeros arrastrando a un policía jalándolo del escudo. Yo no supe a qué hora me terciaron un par de toletazos por la espalda, mientras estaba fascinado, a la orilla de la carretera, viendo el combate. Gracias a Fidencio Barrera y los compañeros de San Andrés no salí más lastimado, ellos me quitaron a dos policías de encima. De esa golpiza me llevé de trofeo una mascara antigases que luego abandoné en un rancho.
Cuando vencimos a los antimotines, quisimos avanzar subiendo a las camionetas, pero unos motorizados que estaban emboscados en una lomita ametrallaron un carro e hirieron a un compañero en las dos piernas, recuerdo que ese compa le decían El Burro. No alcancé a subirme al vehículo porque oí los disparos, salté un alambre de púas que en situaciones normales jamás brincaría, caí dentro de un rancho. Vi a Octaviano Roque cómo se echó un clavado en un arbusto de zuzuca; yo corrí con mi trofeo y me interné en el monte. Sentía silbar las balas cerca de mí, a lo mejor era el miedo que llevaba, giré la cabeza y vi cómo el pasto de la carretera se incendiaba, había mucho humo por las bombas de gas lacrimógeno que tiraron los antimotines. Muchos policías estaban tirados y muchos perredistas también tapizaban la carretera con sus cuerpos, por los disparos de metralla pensé que todos estaban muertos, corrí, corrí y corrí. Ese día juré que jamás volvería a fumar, pero nunca cumplo mis juramentos. Llegué a un ranchito donde me dieron agua y abandoné la máscara antigases.
Después de un rato salí a la carretera, frente a una gasolinera que estaba para entrar al aeropuerto, tomé una Combi, fui al Coacoyul y hablé por teléfono a doña Mary Manríquez y le dije a ella y después a su hija que todos mis compañeros estaban muertos. Me regresé frente a la gasolinera, ahí estaba un compañero que sangraba de una pierna porque había recibido un balazo, pero luego pasaron por él los compañeros de su comunidad. A mí me rescató Silvestre Pacheco León, quién junto con Octaviano Roque Ruiz, ya buscaban a los compañeros que estaban desaparecidos. Regresamos al lugar del enfrentamiento, estaba tirado fuera de la carretera el compañero Florentino Salmerón García que fue asesinado por la Policía Motorizada que roció con balas las camionetas. Dicen los que vieron que el valiente compañero se abalanzó contra un policía, con el machetito que portaba, y éste en respuesta le dio un tiro en el corazón. Rodeando al cadáver estaba la gente valiente de Atoyac, doña Eufrasia, Doña Bertita y doña Carlota, gente que nunca se rajó y que eran muy consecuentes, nunca fallaban ninguna marcha, ninguna protesta.
Mis compañeros ya le habían dado los datos a un Policía Federal de Caminos para que me buscara. Luego con Roque comenzamos a buscar a Inés y otros compañeros de Boca de Arroyo que estaban desaparecidos. Después supimos que se habían regresado para Atoyac después de la trifulca. Se subieron en el primer camión que pasó.
Nosotros los buscamos toda la tarde y parte de la noche, ya tarde nos venimos a Petatlán. Los soldados tenían instalado un retén en el camino, ahí nos quitaron los machetes, los garrotes y hasta las piedras que traíamos en la camioneta. Muchos compañeros se quejaban, yo no sentía el dolor de los golpes, hasta por la noche, cuando dormíamos en la planta baja del Ayuntamiento de Petatlán ya no me pude mover. Al otro día me tuvieron que levantar entre dos para subirme a la camioneta en que volvimos a nuestro querido Atoyac.