12 junio,2018 6:28 am

Cuentos que ganan lectores 

Federico Vite
 
Releo a escritores que no son como la comida chatarra, eso que nomás engorda mi biblioteca. Hablo de autores que me siguen mostrando lo importante, lo necesario para afinar la sensibilidad, lo indicado para crear algo de verdadera valía literaria. Tengo la certeza de que le debemos agradecer a la narradora neozelandesa Katherine Mansfield su trabajo. Ella formó parte de esa camada de escritores anglosajones de tremendo poder narrativo, como James Joyce, D. H. Lawrence, Virgina Woolf y E. M. Foster, autores que siguieron la pauta crítica de Joseph Conrad y señalaron los vicios de la época victoriana. De entre los genios, aparece esta cuentista de sensibilidad fina, espléndida para retratar las emociones de seres humanos que sienten y sienten mucho. Sus libros Felicidad (1921), Garden-Party (1922), La casa de muñecas (1922) y El nido de palomas (1923) recibieron muy buenos comentarios de los críticos literarios de su tiempo. De hecho, se casó con uno de ellos, con el célebre inglés John Middleton Murry. Fue una relación tempestuosa de frecuentes y prolongadas rupturas. Pero volviendo a lo importante, Katherine leyó muy bien al enorme Chéjov. Se apoderó de las herramientas con las que el médico ruso revelaba las cosas importantes de la vida en actos mínimos, como si cada hecho de apariencia doméstica ocultara misterios esenciales. Aprendió esa lección y la reprodujo con ciertas variantes. Por ejemplo, su cuento En la bahía (1922), donde la autora narra un día completo en la estancia veraniega de la familia Burnell, cerca de una playa de Tasmania. Katherine expone con mucha fortuna las emociones de todos los personajes, logra una trama sensible, más que estructura, un armazón en el que los sentimientos son lo importante. El lector conoce lo que sienten los personajes, pero no como una delación amorosa, se trata de una propuesta que acopia múltiples facetas de una misma cara de la moneda: el vacío existencial.
Preludio (1917) es un precedente de En la bahía. El lector descubre que las escenas, divididas por capítulos, forman un muestrario sensitivo en el que cada uno de los personajes delata inseguridades, recuerdos, reflexiones sobre la vida y con ese material la autora exhibe la pesadumbre que signa el destino de los personajes. El hombre de este relato hace valer su posición de varón a las tres mujeres de la casa: la esposa, la cuñada y la suegra. Las tres mujeres respiran hondamente cuando el hombre sale de casa a trabajar. Posterior a ese hecho, el texto se ramifica y el lector se entera de los recuerdos y de los anhelos de cada una de las mujeres. Apuesta por la narración que emula el flujo de conciencia y es el primero de los cuentos que la autora dedicó a los Burnell; aunque en esta ocasión solo focaliza la historia en una mudanza, en el traslado de la familia a una nueva residencia.
Hay muy pocas acciones en este texto, algo usual en la obra de Katherine Mansfield, pero es suficiente la estructura circular, marcada por la salida del hombre y el regreso de este, para ofrecer una versión del mundo. Sobre todo, con una pregunta del marido: “¿Todo en orden?”. Y gracias a eso sabemos que todo en este texto es una fachada.
Fiesta en el jardín (1922), el texto más conocido de esta narradora, aborda un dilema moral. Una familia adinerada brinda una fiesta a pesar de que uno de sus vecinos pobres acaba de morir y lo están velando cerca del jardín donde se lleva a cabo la reunión. Una de las hijas de la familia entra en conflicto. Laura es el único personaje del relato con firmes conceptos éticos, quien se ve forzada a ir al sepelio. La autora retrata esa pulsión de la muerte con profunda delicadeza.
Otro texto de corte mortuorio es Las hijas del difunto coronel (1921). En este cuento, Katherine condensa su estilo. Muestra su habilidad para crear diálogos, para crear atmósferas con pocos recursos, pero sobre todo, es grande el trabajo de la voz narrativa. La autora disecciona la vida de dos solteronas, quienes acaban de perder a su padre, un anciano militar que ha condicionado la existencia de sus hijas hasta convertirlas en dos mujeres muy inseguras, incapaces de enfrentar el mundo y sus misterios. Son profundamente codependientes, pero en esas estancias que la autora les propicia (prácticamente monólogos que muestran los hilos de los pensamientos), entendemos el terror que experimentan cuando se imaginan qué pasaría si la hermana decidiera hacer su vida. La soledad es tremenda. Duele.
Finalmente, pienso en Bliss. Berta Young, la protagonista, experimenta la vida con una leve presión entre el estómago y el pecho. Parece que un dedo la empuja y actúa a traspiés. De un momento a otro, la existencia de esta chica puede transformarse en desazón o en simple tristeza. Este cuento oscila entre la candidez y la ironía. Recuerda mucho a Un corazón ingenuo, de Gustave Flaubert. La historia comienza con los preparativos de una cena. Acudirán personas cultas y extravagantes. La voz narrativa, a veces se mezcla con la de Berta, va a tratar con un educado desprecio a los invitados. Al convite asisten Los Knight (una pareja chic; él iba a abrir un nuevo teatro y a ella le interesa la decoración de interiores), un muchacho llamado Eddie Warren, quien acaba de publicar un poemario y a quien todo el mundo invita a cenar. Aparte de ellos, aparece la misteriosa Perla Fulton, a quien Berta conoció en el club. El cuento ocurre en Inglaterra, en los años 20 del siglo pasado, pero ese bluff que tanto goce me da está de lujo y es de gran actualidad. Bliss, la perla del collar de la miss Katherine Mansfield. Sin duda.